Criaturas del Tiempo
A veces la noticia no es que una película gane un Oscar, sino que haya sido nominada a ocho, cuando es un film tan poco comercial como el del director franco-canadiense Denis Villenueve, “La llegada”. Los relatos de encuentros con extraterrestres, suelen pasar por alto una cuestión fundamental: ¿cómo podríamos comunicarnos con ellos? No es el caso de esta historia, cuya protagonista es una lingüista dedicada a descifrar el lenguaje alenígena.
La pregunta de si hay vida fuera de la Tierra ha sido contestada de manera muy diferente, incluso por aquellos que mantienen una postura escéptica como el astrónomo Carl Sagan (1934-1996), cuya novela “Contacto”–publicada en 1985 y llevada al cine por Robert Zemeckis con Jodie Foster como protagonista– muestra la creencia de este divulgador científico y enemigo de la pseudociencia en la posibilidad de tener contacto con vida extraterrestre inteligente. Lo que inevitablemente llevaba a la cuestión teológica, como en “2001: Una odisea del espacio”(1968). La ciencia-ficción siempre ha tenido ese lado metafísico.
Basada en un relato de Ted Chiang, la película del director de “Incendies” (2010) y “Prisioneros” (2013), parece a primera vista una parábola sobre la necesidad de comunicación para resolver los conflictos globales a los que nos enfrentamos. Sin embargo, tanto el prólogo como la conclusión nos muestran que trata en realidad del Tiempo. Pasado y futuro se confunden, para sugerir que no son más que construcciones que acaban determinando nuestra existencia. Somos criaturas del tiempo, nos guste o no.
CUESTIÓN DE LENGUAJE
¿Sería posible trascender esta limitación? Christopher Nolan lo plantea de una forma menos sobria y más preocupada por el espectáculo en “Interstellar” (2014). La cuarta dimensión no es aquí un “app” para “tabletas” ocultas tras una librería, puesto que en “La llegada” no hay explosiones, ni efectos visuales deslumbrantes. Estamos ante el callado trabajo de la interpretación de un idioma.
Cuando seguimos a esta profesora, camino de sus clases, notamos el revuelo que hay alrededor, sobre algo que ella no percibe. Grupos de personas se reúnen frente a los televisores, mientras aviones militares sobrevuelan la zona. Al comenzar a hablar a los pocos alumnos que tiene en clase, nota su inquietud a medida que suenan los móviles y una estudiante se decide a pedirle que encienda la televisión. Vemos a ella y a sus alumnos mirando la pantalla, pero Villeneuve no nos muestra lo que ven. Así nuestra mirada va descubriendo la realidad, a la vez que el personaje...
PRINCIPIO Y FIN
Por todo lo dicho, pensaríamos que “La llegada” juega al conocido recurso de la sorpresa final, el giro que de sentido a la historia y nos haga reinterpretar todo a la luz de su conclusión. Sin embargo, no es así. Ya en el prólogo se rompe el tiempo, creando un círculo estructural, como en el lenguaje alienígena que Louise intenta descifrar. La película se abre con un montaje en que vemos la vida de su hija, aquejada de una enfermedad terminal, antes de saber del inquietante aterrizaje de una serie de misteriosos objetos gigantes procedentes del espacio exterior.
Como en el clásico de Spielberg, “Encuentros en la tercera fase” (1977), el drama de la vida individual está entrelazada con el enigma extraterrestre. No se anula el concepto del tiempo, sino que se muestra una manera diferente de percibirlo. Lo que puede parecer pasado, se convierte en futuro. La pregunta humana es: “¿Cuál es tu propósito en la Tierra?” Averiguar su respuesta es la tarea del lenguaje que revela la realidad que está ahí fuera.
“La llegada” no es una película sobre extraterrestres, sino sobre el problema de la comunicación humana. Algunos entienden que estos alienígenas no son más que los extranjeros –la palabra es la misma en inglés, “aliens”– que llegan a Europa y Estados Unidos, extraños que no entendemos. Sin embargo, su revelación nos da la clave para entender nuestras vidas más allá del tiempo. Nos abre la perspectiva de la eternidad.
¿SOLOS EN EL UNIVERSO?
Arthur C. Clarke decía que hay dos posibilidades: o estamos solos en el universo, o no lo estamos, pero las dos son igual de terroríficas. El primer temor es difícil de mostrar en el cine, aunque “Gravity” (2013) lo intenta. El segundo es mucho más habitual en la historia de la ciencia-ficción. La cuestión no es si alguien está ahí, sino si podemos conocerle. Decía el filósofo Wittgenstein que si un león pudiera hablar, no le entenderíamos. ¿Es posible la comunicación con alguien que no tiene nada que ver con nosotros?
La revelación bíblica nos muestra al Creador que ha hablado “muchas veces y de muchas maneras” (Hebreos 1:1). Lo importante en la Escritura no es si creemos que Dios existe, sino si Él se ha revelado, porque ¿de qué hablamos cuando hablamos de Dios? El Dios en que tú no crees, puede que yo tampoco crea que existe. El problema no es demostrar que haya un Dios, sino qué Dios es ese, para que podamos conocerle.
Si “Dios está ahí” –como titula Francis Schaeffer su primer libro–, la siguiente cuestión es si “El está presente y no está callado” –como llama su segundo libro–. Ese Dios conocido en francés como el Eterno, se revela al final como aquel que es “el principio y el fin, el alfa y la omega” (Apocalipsis 22:13). Ya que Aquel que ha “hablado en otro tiempo por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo” (Hebreos 1:2). El es la revelación última, la Palabra final que había desde el principio (Juan 1:1).
El único lenguaje capaz de salvarnos es aquella Palabra en la que “estaba la vida”, que “era la luz de los hombres” (Juan 1:4). Esa Luz eterna ilumina nuestra oscuridad (v. 5). Nos muestra nuestro propósito en la Tierra, que es recibir “la vida eterna” que ahora se ha manifestado (1 Juan 1:2). Por ella Dios llega a ser nuestro Padre y nosotros sus hijos, cuando creemos que en Él está la vida (Juan 1:12). Entonces no sólo el universo, sino también nuestra propia existencia adquiere significado.