J.D. Salinger: Una vida oculta
Dicen que Salinger pasó diez años escribiendo "El guardián entre el centeno" y el resto de su vida arrepintiéndose. No sólo por la muerte de John Lennon, el intento de asesinato de Ronald Reagan, o el crimen de la jóven actriz de televisión Rebecca Schaeffer por neuróticos en los años ochenta que se identificaban con su personaje. Según estos periodistas, fue el trauma de la Segunda Guerra Mundial y la religión vedanta, lo que hizo que se volviera invisible.
Muchos nos hemos identificado en la adolescencia con el inconformista Holden Caulfield, que vaga por la ciudad de Nueva York, cuando es expulsado del colegio, poco antes de las vacaciones de Navidad. Confieso que, como el paranoico asesino de Lennon, he recorrido los lugares de la novela de Salinger, el otoño que estuve en una habitación al lado de Central Park, junto al edificio Dakota. No me preguntaba, como Holden, dónde estarán los patos cuando el lago se hiela, pero sí que me he sentido tan perplejo como él, al intentar descubrir el rumbo de mi vida.
UN SOLITARIO
El protagonista de la novela de Salinger es un solitario. Vive aislado en su propio mundo y no se muestra vulnerable. Si es tan cerrado, no es porque haya sido herido de amor, sino porque esconde el hambre de una intimidad que no ha conocido. En su aparente cinismo, desprecia el mundo y evita tener amigos, porque sabe por la muerte de su hermano que el amor produce dolor.
El lenguaje directo de "El guardián entre el centeno", te atrapa desde la primera página. Es por eso que es lectura obligatoria en la educación secundaria pública inglesa, a pesar de su evidente lenguaje obsceno y vulgaridad. Su desarmante honestidad nos hacer ignorar lo obvio. No es que la voz narradora hable coloquialmente, o piense en voz alta, sino que es capaz de transmitir la dolorosa sensibilidad de un adolescente carente de afecto, que está ya de vuelta de todo. Más allá de sus palabras groseras y sarcasmo inmisericorde, hay una persona cansada de una vida que todavía no ha comenzado.
“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero, porque es una lata, y segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera a hablar aquí de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas”… Cuando un libro empieza así, ¿quién se resiste a seguir leyendo?
BUSCADOR ESPIRITUAL
En los años cuarenta, el escritor empieza ya a adoptar ciertas ideas y prácticas hinduistas, tras declararse “un fracasado budista zen”. Según dijo su hija al New York Times , el año 2000, esto fue sólo una fase. Ya que luego siguió la cienciología, la homeopatía y la ciencia cristiana. Salinger fue un auténtico buscador espiritual. Le interesó siempre la religión. Y sus escritos muestran esa continua inquietud por saber quién es Dios y Jesús, en qué consiste el amor, y qué hace que esta vida merezca realmente la pena.
A pesar de tener relativo éxito en los años cuarenta –publicó varios relatos en revistas tan prestigiosas como New Yorker–, Salinger se desilusiona del mundo editorial y abandona Manhattan. Se compra una casa en New Hampshire, donde vive recluido hasta su muerte, dando una sola entrevista en 1980. No se conoce de él más que un par de fotografías. Lo que ha dado lugar siempre a muchas especulaciones sobre su verdadera identidad. Su imagen más reciente le muestra como un anciano, levantando el brazo para intentar golpear a alguien que quiere hacerle una foto, irrumpiendo en su intimidad.
EXTRAÑA FAMILIA
Tras publicar una colección de cuentos, Salinger reúne dos de ellos para formar una novela corta que, aunque no es "El guardián entre el centeno", ha adquirido mayor prestigio literario que ésta. Se llama "Franny y Zooey" (1961). Mi hija ha estudiado en profundidad estos personajes. Forman una extraña familia que protagoniza todas sus historias: los Glass. Viven en un apartamento del Upper East Side neoyorquino –la zona más rica de Manhattan, que va desde Central Park al East River –.
Franny es la hermana pequeña de la familia, una estudiante universitaria y actriz, que sufre una crisis emocional y espiritual a partir de la lectura de "El camino de un peregrino", un libro anónimo ruso del siglo XIX, basado en la llamada Oración de Jesús, o Padrenuestro. Este rezo ortodoxo oriental está inspirado en el Evangelio según Lucas 10:10-14 ("Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador"), cuya repetición, acompañada del estudio del libro de espiritualidad ortodoxa griega conocido como "Philokalia", pretende ayudar a “orar sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17).
Cada miembro de la familia Glass parece tener una influencia religiosa diferente. El hermano mayor, tras la muerte de Seymour –un brillante profesor de Columbia, que se suicidó–, es conocido como Buddy, y enseña budismo mahayana. Su hermano menor Walker es un monje cartujo, gemelo de Walt, que murió tras la guerra en el Japón ocupado. A los que sigue Zooey, un actor de televisión influido por el misticismo oriental, que a los doce años hablaba ya como Mary Edy Baker, la fundadora de la ciencia cristiana.
FRANNY Y ZOOEY
Como en "El guardián entre el centeno", la acción de "Franny y Zooey", no abarca más de un par de días. Nos muestra a Franny como una estudiante desencantada con el egoísmo y la falsedad –que tanto molesta a Holden–. El libro comienza con la cita que tiene un fin de semana con su novio Lane, en la universidad de Princeton. Mientras están comiendo en un restaurante, ella tiene un ataque de nervios, que les lleva a hablar sobre la oración y la búsqueda de iluminación espiritual en la tradición cristiana ortodoxa oriental.
La segunda parte de la obra –que lleva el nombre de su hermano Zooey–, la vemos ya en plena crisis, en casa de sus padres en Manhattan. En esta sección abundan las citas de textos espirituales, que muestran la inquietud de Salinger en aquel momento, después de varios años de estudiar el budismo zen y el hinduismo vedanta. Buscaba sobre todo el camino de renuncia de maestros como Ramakhrishna o Vivekananda. Es en esa luz que tenemos que entender la famosa conclusión del libro que identifica a una “dama gorda” –cuya fealdad y vulgaridad representa la audiencia, para la que actuaban como niños prodigio en un concurso de radio– como Cristo.
“¿Quién de la Biblia, aparte de Jesús, sabía, sabía, que todos llevamos con nosotros el Reino de los Cielos, en nuestro interior donde todos somos demasiado estúpidos, sentimentales y poco imaginativos para echar una mirada? –dice Zooey–. Tienes que ser hijo de Dios para conocer esta clase de asunto”. Le echa por eso en cara a su hermana que “si no ves a Jesús exactamente como era, te pierdes todo el significado de la Oración de Jesús”, que se esfuerza Franny por repetir una y otra vez. “Si no comprendes a Jesús, no puedes comprender su oración”.
JESÚS Y SUS DISCÍPULOS
Salinger busca toda su vida a Dios, pero entiende que el misterio de la divinidad gira de alguna forma en torno a la figura de Jesús. Holden intenta rezar, después del episodio con la prostituta en su habitación del hotel, pero no puede. “En primer lugar porque soy un poco ateo”, dice. Y segundo, porque “Jesucristo me cae bien, pero con el resto de la Biblia no puedo”. No se refiere curiosamente al Antiguo Testamento, sino a los discípulos de Jesús, que “cuando Jesucristo murió no se portaron mal, pero lo que es mientras estuvo vivo, le ayudaron como un tiro en la cabeza”. Puesto que “siempre le dejaban más solo que la una”.
Discute por ello con su compañero cuáquero, que “leía constantemente la Biblia y era muy buena persona”, pero le decía que sí no le gustaban los discípulos, tampoco le gustaba Jesucristo”. Holden no va nunca a la iglesia –porque sus “padres son de religiones diferentes”–, pero no cree que Cristo pueda mandar a Judas al infierno, y está obsesionado por la historia del “lunático que vivía entre las tumbas y se hacía heridas con las piedras”. Lo que no aguanta son los capellanes de los colegios, que “sacan unas vocecitas de lo más hipócritas cuando nos echan un sermón”. No entiende “por qué no pueden predicar con una voz corriente y normal”. Ya que “suenan de lo más falso”.
PERPLEJIDAD E INCERTIDUMBRE
Las constantes inquietudes religiosas de Salinger nos muestran la paradoja de un misticismo que busca la paz espiritual en una experiencia de la visión de Dios, por una idea de la oración –como la de Franny–, o una filosofía –como la Zooey–, pero que no logran dar descanso a nuestra alma. Su obra muestra la angustia e inseguridad intelectual y emocional que vemos en "El guardián entre el centeno". Sus personajes intentan trascender la realidad, pero acaban finalmente bloqueados en esa incertidumbre.
En la vida hay momentos que uno se encuentra francamente perplejo. Se siente como ese adolescente perpetuo que representa Holden. Esa actitud de distancia nos encierra cada vez más en una reclusión como la de Salinger, que buscaba ocasionalmente el afecto de alguna mujer –aunque luego le traicionara–, pero siempre se sentía amargado y desencantado. Su obra nos muestra una profunda desesperanza, porque es una espiritualidad centrada en sí misma.
GRACIA FUTURA
La Biblia nos enseña que la única vida que nos queda por vivir es la futura. El pasado ya no está en nuestras manos para ofrecerlo o alterarlo. Ya es Historia. Todas las expectativas de Dios están dirigidas hacia el futuro. La Gracia no es por lo tanto una realidad meramente pasada, sino también futura. El creyente sabe que le ha traído aquí –como dice el himno–, pero también que le llevará finalmente a Casa.
Como Franny, nos vemos como seres fundamentalmente débiles. En nuestra fragilidad, no encontramos fuerza en nuestro interior y rogamos a Dios que tenga misericordia de nosotros, por Cristo Jesús. La Gracia de Dios se revela, sin embargo, en nuestra debilidad (2 Corintios 12:9), nos muestra el amor de Dios y nos fortalece por su Espíritu.
La Gracia es olvidarse de uno mismo. Nuestra tragedia ha sido alejarnos de Dios y buscar satisfacción en nosotros mismos. Los orgullosos se ocupan en desdeñar a los demás, pero la manera de luchar contra la arrogancia es rendirse a la soberanía de Dios y confiar en su infalible promesa de mostrar su poder a favor nuestro (2 Crónicas 16:9).
Tanto la jactancia como la autocompasión son manifestaciones de orgullo, una del éxito y otra de nuestros sufrimientos. La autoconmiseración no parece orgullo, pero en realidad nace de un ego herido. No es que uno se sienta indigno. Es que anhela que se reconozca su dignidad.
En el corazón del orgulloso, la ansiedad es al futuro lo que la autoconmiseración al pasado. Debemos por lo tanto “humillarnos bajo la poderosa mano de Dios, depositando en Él toda ansiedad, porque Él cuida de nosotros” (1 Pedro 5:6-7).