El monstruo dentro de mí


“De un extraño te puedes apartar; pero de ti mismo, no”. En la historia de “El resplandor”, los monstruos son reales y los fantasmas también, pero viven dentro de nosotros. La obsesión por la novela de Stephen King –llevada al cine por Stanley Kubrick– ha hecho que algunos descubran la oscuridad de su interior, como narra el profesor de literatura Simon Roy en la crónica personal que acaba de publicar Alpha Decay, “Mi vida en rojo Kubrick”.

Con “El resplandor” (1977), King ha pasado de ser “el rey del terror” a convertirse en el autor de “la gran novela americana”. Como pasó con Hitchcock, “el mago del suspense”, si no fuera por ciertos críticos franceses, nunca habría llegado “Vertigo” (1958) a ser considerada la mejor película de la Historia del cine, desbancando a “Ciudadano Kane” (1941). Si a principios de este siglo, el autor del canon, Harold Bloom despreciaba a King, cuando recibió el premio de la Fundación Nacional del Libro estadounidense, ahora son medios tan prestigiosos como The New Yorker o el New York Times Book Review, los que reivindican la obra del autor de Maine.

Hoy está de moda hablar de King, pero por mucho tiempo se le ha considerado un autor comercial de dudoso gusto, que hacía libros de género que no servían más que de burdo entretenimiento para adolescentes descerebrados. Confieso que yo mismo pensaba así, hasta que me empezó a extrañar cómo el prestigioso escritor argentino Rodrigo Fresán alababa “El resplandor” como “la gran novela americana” en el suplemento cultural del conservador diario ABC. Me dí cuenta entonces, que nunca había un leído un libro suyo, para poder juzgar por mí mismo.

Fue gracias a mi amigo Julio Martínez que descubrí el King más sentimental de relatos nostálgicos sobre una infancia perdida. Como me ocurre con el cine de Hitchcock –quizás el único nombre que se me ocurre, cuando me preguntan cuál es mi director favorito–, la verdad es que no sabría decir qué libro o película de King prefiero, si la novela “La zona muerta”, “22/11/63”, “It”, “El resplandor”, “Joyland”, o las películas de “Cadena perpetua (Rita Hayworth and the Shawskank Redemption)”, “La zona muerta”, “La milla verde”, “Cuenta conmigo (Stay By Me)” y “El resplandor”.

¿EL LIBRO O LA PELÍCULA?
Como dice el escritor argentino Rodrigo Fresán, hay tres tipos de espectadores de “El resplandor” (1980) de Kubrick: los que sólo han visto la película; los que han leído la novela, fijándose en los cambios; y los que como yo o Roy, “pasaron de la colorida oscuridad del cine a hospedarse en el blanco y negro de las letras”, que recorren ahora los pasillos del hotel Overlook. Cada vez más creo que la vieja pregunta de qué es mejor el libro o la película, no tiene sentido. Un libro no es una película, ni una película un libro. Son dos cosas distintas.



King odia la película de Kubrick, porque no es su libro. Lo que pocos saben es que tampoco es una historiaoriginal de King. “El resplandor” nace de un relato corto del malogrado autor de “La roja insignia del valor”, Stephen Crane (1871-1900), que publicó pocos meses antes de fallecer a los 28 años. “El hotel azul” (1898) viene de un episodio que vivió en Lincoln (Nebraska). Trata de un grupo aislado en un hotel de alta montaña, entre los que se encuentra un desequilibrado. Rechazado por las principales revistas del momento, Harper´s y Collier´s, Crane lo publica en un libro titulado “El monstruo y otras historias”. King lo conoce como profesor de literatura, ya que ha influenciado relatos como “Los asesinos” de Hemingway, que utiliza incluso el mismo nombre del personaje de El Sueco.

Kubrick también estaba familiarizado con el relato de Crane, porque trabajaba en la serie “Omnibus” cuando James Agee lo adaptó para la televisión en 1953. Así que en realidad ambos se inspiran en esta novela corta, donde se une el temor del protagonista a la convicción de que en una de las habitaciones del hotel hubo un asesinato. Lo que relaciona con la foto que le enseña el propietario de su hija fallecida –llamada curiosamente Carrie, como la primera novela de King, llevada al cine por Brian De Palma– Por si esto fuera poco, el desenlace es en un lujoso bar, donde El Sueco departe amistosamente con un camarero. Todo muy reconocible.

ENEMISTADES PELIGROSAS
King escribió un tratamiento del guión sobre su propia novela, que fue descartado por Kubrick. Recurre entonces a otra profesora de literatura llamada Diane Johnson, para escribir el texto, que había escrito un libro sobre cuatro personajes en una casa de Sacramento. Molesto, King hace su propia adaptación para la televisión, junto a su amigo Mick Garris en 1997. Era una miniserie, no una película. Kubrick vio el problema de trasladar un libro tan extenso al metraje convencional del cine. Duraría cuatro o cinco horas. Lo que lo haría inviable para su distribución en salas. Aún así tuvo que descartar veinte de los ciento cuarenta minutos, para la versión europea.

Cuando se edita luego en vídeo el metraje original, se observa mejor el tránsito del protagonista hacia la locura. Hay además, una psiquiatra que examina los trastornos de su hijo, al estilo “El exorcista”. Y otros muchos cortes, que hacen más comprensible la historia. No obstante, hay grandes diferencias con la novela de King, sobre todo el final. En el libro no aparece el famoso laberinto, tan importante para la película. Kubrick además inicia el relato con la llegada al hotel. No sabemos nada de lo que pasó antes.

Novela y película coinciden en describir al protagonista, Jack Torrance (Jack Nicholson), como un hombre con problemas. Es un exalcohólico como King, que trata de superar su fracaso como escritor. Aprovecha su trabajo de vigilante de este hotel, fuera de temporada, para dedicarse a una nueva novela. Se traslada allí con su esposa Wendy (Shelley Duvall) y su hijo (Danny Lloyd), al que ha maltratado en el pasado, pero ha desarrollado una sensibilidad excepcional que manifiesta con un amigo imaginario que sitúa en su dedo índice. La película atenúa ese elemento fantástico, para sugerir que los fantasmas están dentro de su mente. Esa es la crítica de King.

LA HABITACIÓN 237
Los exteriores y la inspiración para el interior, vienen de un hotel que hay en Colorado, el Timberline, que Kubrick convierte en un decorado gigantesco, donde repite toma tras toma –aquí llega al récord de 147 veces para una conversación–. Su perfeccionismo se extiende a la experimentación técnica, por la que después de haber filmado por primera vez a la luz de unas velas en “Barry Lyndon” (1975), filma casi toda la película con una cámara nueva, la Steady-cam, que permite rodar sin raíles. Al retraso que todo esto conlleva, se une el incendio del decorado en enero del 79.

Otra anécdota que da a la película una aureola de misterio, es la obsesión de Kubrick por los números y la geometría. Además del uso repetido del 42, cambia el número de la habitación, 217 por una inexistente, la 237. Puede que fuera simplemente por petición del propietario, que no quisiera una habitación maldita. Lo cierto es el número ha dado lugar a todo tipo de especulaciones. Es el título de un sorprendente documental sobre diversas teorías conspiratorias que desvelaría la película, sostenidas con sorprendente coherencia en entrevistas y escenas que apoyan las interpretaciones más disparatadas.

En el largometraje dirigido por Rodney Ascher, “Room 237” (2012), nos enteramos de que el hotel en que se inspira King –el Stanley de Estes Park, Colorado–, estaría construido sobre un lugar relacionado con el genocidio del pueblo navajo. Lo que explicaría las continuas referencias a los indios. Otra teoría coloca al propio Kubrick detrás del supuesto fraude de la llegada a la luna. En su película habría dejado pistas de su secreto. Hay otra trama que relaciona “El resplandor” con el Holocausto, jugando con números como el 42, la fecha de la “Solución Final” de los nazis, además de palabras y simbologías ocultas. Sobre todo, se suele recurrir para interpretar la película, a la base mitológica de Teseo y el Minotauro, pero la impresión que uno saca del documental, es que cualquier chaladura es posible.

EL PASADO ESTÁ CON NOSOTROS
Lo que está claro tanto en el libro como en la película, es que el pasado está con nosotros. Así el profesor Simon Roy no puede escribir objetivamente sobre esta historia, sin verse identificado con el peligro de Danny. El autor de “Mi vida en rojo Kubrick” vio la película a los 11 años. Cuando escucho la voz del cocinero Halloran –doblada al francés–, que se comunica telepáticamente con el niño, sintió que se dirigía a él. No se atrevió a volver a verla hasta la adolescencia, cuando su madre intentó suicidarse. La primera vez fue cuando él tenía 16 años, pero no lo logró hasta el 2013, que muere por sobredosis.



La madre del canadiense Roy –nacido en 1968– estaba traumatizada por un abuelo psicópata, como Jack Torrance. La abuela murió asesinada a martillazos por su marido. Por si esto fuera poco, su tía desapareció misteriosamente. Era hermana gemela de su madre, como las niñas muertas en el hotel. Este profesor de literatura en Quebec ha visto la película 42 veces, el número que se repite una y otra vez a lo largo del film. Su libro es una mezcla de ensayo sobre cine, reflexión sociológica, recopilación de curiosidades y memoria íntima. Publicado originalmente en 2014, “Mi vida en rojo Kubrick” es la crónica de un viaje al corazón de las tinieblas.

Como algunos han dicho, esta no es una historia de terror, sino sobre el terror. No sólo la película fomenta la posibilidad de que las manifestaciones no sean reales, sino fantasmas de la imaginación delirante de Jack, desatada por su alcoholismo y su locura, o las fantasías infantiles de Danny. El libro mismo, dice Kubrick a Michel Ciment, que le gustaba por “la manera en que Stephen King mantenía en la novela cierta ambigüedad en lo referente a las percepciones de Jack Torrance”. Los monstruos no están fuera de ellos. Habitan en su interior. Y como Freud decía, traen la sombra del padre.

LA SOMBRA DEL PADRE
Cada vida es un mundo. No hay un padre igual a otros, pero al final la huella de casi todos se parece. “Los hijos llegamos tarde a la vida de nuestros padres”, como dice Marcos Giralt Torrente –autor de un libro sobre su difícil relación con un padre, que apenas conoció–, pero “tardamos aún más en darnos cuenta de ello”. Ya que los padres, por cercanos que sean, siempre representan un misterio. No los conocemos nunca del todo. Nos cuentan historias de su vida, pero son eso, historias, “un relato justificativo trazado a la medida de sus carencias y sueños incumplidos”.



¿Qué es un padre al fin y al cabo para un hijo?, se pregunta Giralt Torrente. “Alguien a quien primero se imita y de quien luego queremos alejarnos”, para descubrir después que somos todo lo que odiábamos en ellos. Por eso decía irónicamente Oscar Wilde, “¡bienaventurados vuestros hijos!... que heredarán vuestros defectos”. En el fondo, “el conflicto frente al padre es el mismo que sentimos ante la realidad, cuando los cuentos infantiles se derrumban y descubrimos, aterrados, que en la vida no necesariamente ganan los buenos”. Y después, con el discurrir de los años, acabamos aceptando un mundo imperfecto, intentando convivir con nuestros fantasmas, aunque sigamos buscando explicación incluso para lo que no la tiene.

La doctrina de la adopción es fundamental para entender el cristianismo. Es cuando sabemos que somos hijos de Dios y que Él es nuestro Padre, que la fe se convierte en una realidad vital (Juan 1:12), que controla nuestra vida. El Dios de la Biblia es un Padre que nos ha amado desde el principio, para que seamos sus hijos (1 Juan 3:1). No hay otra explicación para ello, que el mero afecto de su voluntad (Efesios 1:5). Es la diferencia entre el esclavo y el hijo (Gálatas 4:7). No lo somos por nuestra obediencia, sino por su adopción. El es nuestro Padre, hagamos lo que hagamos. Podemos deshonrarle y avergonzarle, pero somos sus hijos. Semejante conciencia debería cambiar nuestra vida… ¡tenemos un Padre que nos ama!

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