El 'obispo rojo' de Vallecas rechazó las presiones del nuncio: "La Santa Sede podría tomar medidas" Centenario de Alberto Iniesta: El día que les paró los pies al nuncio Dadaglio y al cardenal Tarancón
En el centenario del nacimiento de Alberto Iniesta, RD publica en exclusiva la carta que en la Navidad de 1977 le envió el nuncio Dadaglio conminándole a que no escribiese artículos sobre "puntos controvertidos o conflictivos", so pena de que tuviese que tomar medidas la propia Santa Sede
Iniesta, que ve en esa dura carta del representante del Papa "el regalo de Navidad que estuve esperando durante el Adviento", le fundamenta su réplica en su libertad para opinar sobre cuestiones opinables, por lo que "no pienso cambiar mi plan de actuación"
Consciente de los disgustos que en ocasiones le ha causado al cardenal Tarancón, Iniesta, en su respuesta al nuncio, le dice que se sienta libre para actuar según sus convicciones con respecto a posibles medidas disciplinarias, porque, apostilla, "yo procuraré actuar según las mías"
Consciente de los disgustos que en ocasiones le ha causado al cardenal Tarancón, Iniesta, en su respuesta al nuncio, le dice que se sienta libre para actuar según sus convicciones con respecto a posibles medidas disciplinarias, porque, apostilla, "yo procuraré actuar según las mías"
La Nochebuena de 1977 fue un punto amarga para Alberto Iniesta. A menos de una hora de dirigirse el obispo auxiliar de Madrid a una cena con varias familias, religiosos y religiosos de la zona de Vallecas que él pastoreaba, previa a la Misa del Gallo, se encontró en la cocina de la casa parroquial en la que residía una carta de la Nunciatura.
Al abrirla se quedó estupefacto. No era aquel el mensaje que esperaba en aquellos días del nuncio Luigi Dadaglio, aunque, tras meditarla, llegó a la conclusión de que el rapapolvo que le dedicaba el diplomático italiano era en realidad la señal que había estado esperando durante todo el Adviento, “una gracia del Señor que me ayudara a seguir adelante en mi camino, y entonces comprendí que esta carta era para mí el regalo de Navidad que estuve esperando”.
La carta del nuncio Dadaglio eran cuatro breves párrafos, tres de ellos con cargas de profundidad para el ánimo de un pastor como era Iniesta, refractario al mal, y por tanto, escrupuloso chequeador de sus actos e iniciativas y convencido practicante de la comunión como forma de hacer camino, pero, por otra parte, consciente de que, en sus escritos en los medios de comunicación con los que colaboraba (medios generalistas y de gran tirada y repercusión, como Diario 16, El País, Interviú...), no debía de eludir su palabra de obispo sobre lo que estaba aconteciendo en un momento tan significativo y determinante de la historia de España.
“Querido señor obispo”, encabezaba Dadaglio su misiva, con fecha 19 de diciembre. “Entre varias cosas que he leído últimamente de las de las escritas por Vuestra Excelencia, deseo fijarme en la que publicó en Diario 16 el día 14 de este mismo mes”. “Debo comunicarle, con pesar, que esperaba no volviese a escribir sobre puntos controvertidos o conflictivos, en especial sobre los ya tocados por documentos de la Conferencia Episcopal. Un obispo tiene la obligación moral, si no de atenerse a lo que son las directivas del Episcopado, por lo menos de no disentir públicamente, como V.E. lo hace. Le confieso que me preocupa la desorientación que produce, lo cual podría llevar a que la Santa Sede decidiese tomar alguna iniciativa al respecto”.
“Qué ‘regalo’ de Navidad tan triste"
Antes de desearle “una feliz pascua navideña”, Dadaglio vuelve a soltarle una andanada a Iniesta, al que hay que imaginar leyendo la carta, sentado a la mesa de la cocina: “En espera de no tener que volver a escribirle en este sentido, pido al Niño que va a nacer en Belén nos ilumine a todos los que en estos momentos difíciles debemos dar luz y orientación a los demás”.
“Qué ‘regalo’ de Navidad tan triste me traía la providencia, esta vez de la mano del representante de Pedro”, le escribió Iniesta al nuncio al día siguiente. Ese había sido su primer pensamiento, que había atenazado su espíritu sensible, incluso puntilloso a la hora de evitar hacer el mal a su alrededor, aunque fuese de manera indirecta. Pero luego entendió que sí, que aquella era la señal esperada, y se revistió de aquel coraje que hizo de este obispo un referente a la hora de ayudar a parir (a veces con dolor añadido, es verdad, aunque quizás fuese inevitable) dentro de la Iglesia en España aquel cambio histórico que se alumbraba desde el Concilio Vaticano II. Y escribió la respuesta de un tirón, como una confesión a bocajarro.
“Los temas a que V.E. alude en su carta y que han sido causa de su grave disgusto, son cuestiones absolutamente opinables y discutibles. En este sentido, yo querría saber de V.E. si por el hecho de que un cristiano se ordene de presbítero, y, sobre todo, de obispo, queda ya impedido de opinar sobre lo opinable; porque yo no tengo conciencia de en mi vida de haberme comprometido a eso y dudo mucho de que hubiera aceptado si se me hubiera propuesto”.
“Si V.E. -sigue Iniesta en su carta- me dijera que en lo sucesivo no puedo tratar -siempre con prudencia, dando razones y con los matices y relativizaciones necesarias- problemas que se relacionen con la aplicación de la fe siempre a la vida concreta y cambiante de los hombres que nos rodean, créame que me lo pensaré muy despacio, pero me temo que en ese caso tendría fuertes objeciones de conciencia”.
Ejemplo de verdad y libertad
“Si la Iglesia es y deber ser para el mundo ejemplo de verdad y de libertad -no de libertinaje ni de independencia, claro- ¿cómo puede dar un obispo la impresión de que está tan ideológicamente tan maniatado al dictado de la doctrina oficial aun en cosas discutibles como lo están los líderes de algunos partidos de disciplina muy férrea”, le pregunta sin esperar respuesta el obispo auxiliar al nuncio.
Él mismo le desliza en el siguiente párrafo la respuesta, ya muy meditada y, siendo como era un hombre de profunda oración, muy rezada: “Si yo hablara de cosas indiscutibles en la fe de manera discrepante, o si en las cosas opinables diera mis opiniones dogmáticamente, sería o una infidelidad en el primer caso o un abuso en el segundo. Pero si expreso mis puntos de vista en unas sociedades pluralistas y abiertas, como por diversos motivos son la sociedad española actual y la Iglesia desde siempre, entonces simplemente creo aportar mi punto de luz al conjunto, por si sirve para algo o para alguien, y el respeto a esos matices hechos desde dentro de la comunión eclesial serían precisamente signo eficaz para los hombres de que la Iglesia no es esa sociedad atenazadora hacia los de fuera y hacia los de dentro, como algunos piensan y dicen”.
Se brinda en todo caso el pastor albaceteño a seguir reflexionando sobre esa cuestión con monseñor Dadaglio, aunque le advierte -la fuerza del Adviento actuando en él- que “por mi parte le digo que por ahora no pienso cambiar mi plan de actuación previsto en este sentido”, y le pone en antecedentes de que en ese momento tiene entregados ya “por ahí pendientes” algunos artículos suyos en espera de ser publicados, “que supongo no gustarán tampoco a V.V., así como también le confieso que probablemente no hubiera cambiado nada aunque hubiese recibido antes su carta”.
Prudencia, comunión y conciencia
Lanzado, Iniesta le informa de cuáles seguirán siendo sus coordenadas de actuación: “Dentro de lo que en cada momento vea más prudente, y siempre buscando la comunión con la Iglesia en lo fundamental, seguiré obrando de acuerdo con mi conciencia y cumpliendo humildemente lo que crea que es mi deber en mi cargo pastoral mientras tenga que desempeñarlo. Los demás pueden cumplir con el suyo, si así lo juzgan en conciencia”.
A aquellas alturas de los acontecimientos y hechos históricos de la transición política y eclesial en España, el obispo Iniesta había sido ya protagonista de algunos destacados episodios que, por su compromiso con las libertades y derechos que estaban despuntando y siendo reclamados en las calles, con manifestaciones e incluso encierros en iglesias o en la mismísima nunciatura, le habían costado serios disgustos a su superior, el cardenal Tarancón, y al propio obispo auxiliar. De ahí esa llamada a que cada uno cumpla con la encomienda que le ha tocado en suerte.
Pero, por si había duda, lo especifica Alberto Iniesta en su carta a Dadaglio a renglón seguido y uno se imagina su conciencia cacareándole toda esa noche previa a escribirla tras la Misa del Gallo, acompañando al Niño que nace: “A este respecto -escribe-, agradezco mucho los esfuerzos del cardenal Tarancón, de Mons. Echarren [su gran y fiel amigo, defensor y valedor] y de V.E. para tratar de evitarme golpes. Le digo sinceramente que no olvidaré nunca lo buenos que los tres están siendo conmigo, y que lamento los sinsabores que a los tres les he ocasionado ya o aún pueda ocasionarles. Pero veo ya inútil que intenten explicar lo que para algunas personas es inexplicable, y para mí a veces no necesita explicación, porque no los considero errores que hay que ‘perdonar’ y borrar del expediente, sino maneras legítimas de contemplar la Iglesia y el ministerio pastoral”.
“Y desde luego -concluye-, quisiera desligar a los tres de toda responsabilidad o de aparente solidaridad conmigo, que pudiera comprometerles lo más mínimo. Siéntanse los tres absolutamente libres para actuar según sus propias convicciones, como yo también, muy consciente de mi debilidad, pero confiando en la fortaleza que me dé el Señor, procuraré actuar según las mías”.
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