El catedrático, que ha dejado la docencia, invita a "recuperar el mensaje de las bienaventuranzas" Jacinto Núñez: "Hay quienes han hecho del papa Francisco una caricatura cargada de prejuicios"
"Las universidades de la Iglesia tienen un gran reto en este momento: no claudicar de los principios que sustentan su naturaleza y, al mismo tiempo, insertarse sin complejos en el sistema universitario con todas sus consecuencias"
"Tampoco concibo trabajar para una nueva evangelización sin bucear de alguna manera en las procelosas aguas de la Palabra"
"En una Facultad de Teología no concibo un estudio de la Biblia y del Nuevo Testamento en particular, que no tenga en su horizonte el anuncio del Evangelio hic et nunc"
"En una Facultad de Teología no concibo un estudio de la Biblia y del Nuevo Testamento en particular, que no tenga en su horizonte el anuncio del Evangelio hic et nunc"
El pasado 17 de mayo fue un día agridulce para Jacinto Núñez Regodón (Santa Ana, Cáceres, 1955). En la que fue su casa durante años, el catedrático de Sagrada Escritura II: Nuevo Testamento pronunciaba su Ultima Lectio en la Universidad Pontificia de Salamanca ante la mirada y escucha atenta de compañeros y alumnos.
El apasionado por la investigación paulina, a la que ha contribuido con destacadas aportaciones, como entre otras el libro El Evangelio en Antioquia. Gál 2,15-21 entre el incidente antioqueno y la crisis gálata, abría ese día un nuevo capítulo en su historia de servicio a la Iglesia, ahora más centrado en las labores diocesanas, como vicario general y deán de la catedral de Plasencia.
El profesor, el investigador, el catedrático deja la universidad a la que ha consagrado tantos años. Este es un adiós en plenitud. ¿Por qué?
En los últimos años, al aumentar notablemente mi compromiso con las tareas de gobierno en la diócesis, he ido observando que, como era previsible, se resentía mucho mi dedicación a la Universidad. Lo pensé con calma, lo contrasté con mi decano, Francisco García, que me ha tratado con mucho esmero en todo este proceso, y finalmente decidí jubilarme en la Universidad, cuando me faltaban aún cuatro años para la jubilación impuesta por razón de edad.
Por otra parte, es verdad que me he apartado de las tareas académicas propiamente dichas, pero siento que continúa inalterable mi compromiso como estudioso de la Palabra: en primer lugar, porque no voy a dejar de estudiar, de investigar y, también, de publicar alguna cosa que tengo pendiente. En segundo lugar, porque daré algunas clases en otros foros, más conferencias y cursillos a grupos eclesiales de distinto signo etc.
Finalmente, en cuanto a lo que dices de “adiós en plenitud” no sé si mi médico hablaría de mi plenitud en el plano físico. Gracias a Dios, sí me siento aún ágil mentalmente y, sobre todo, mantengo viva la ilusión de ser un humilde servidor de la Palabra de Dios.
¿Qué recuerda se lleva Jacinto Núñez de los años de docencia?
Han sido muchos años, en los que, sin duda, también ha habido algunas dificultades, sobre todo por lo que se refiere a la gestión académica. Estoy pensando fundamentalmente en las tareas como decano de Teología y vicerrector de Relaciones Institucionales. La maquinaria académica se ha vuelto muy compleja e incluso, en algún aspecto, algo “pejiguera”.
Dicho lo cual he de reconocer que he gozado mucho con la docencia propiamente dicha. He compartido proyectos con algunos colegas, excelentes profesionales y, en algún caso, muy buenos amigos. Pero, sobre todo, he vivido con mucha plenitud el aula, es decir, la relación con los alumnos y alumnas. Les estoy muy agradecido. Quizás dada la naturaleza eclesial de los ámbitos en los que he enseñado, he encontrado alumnos muy motivados, con ganas de profundizar en el Misterio de la fe y de la Palabra y, en consecuencia, muy receptivos a lo que juntos íbamos estudiando. La mayoría de ellos o son sacerdotes o trabajan en diferentes ambientes eclesiales. Sé, porque así me lo han dicho muchos de ellos, que el recuerdo de las clases en la Ponti, a veces en detalles y textos concretos, les sirve de acicate en su compromiso eclesial.
No concibo trabajar para una nueva evangelización sin bucear de alguna manera en las procelosas aguas de la Palabra. Por eso es tan importante la formación: sacerdotes, catequistas, agentes de pastoral etc.
Una docencia que ha compatibilizado con responsabilidades diocesanas. ¿Qué es más difícil en estos tiempos: bucear en el Nuevo Testamento o trabajar para una nueva evangelización?
No sabría medir y cuantificar el grado de dificultad. Lo que sí sé es que ambos “mundos” se necesitan mutuamente. En una Facultad de Teología no concibo un estudio de la Biblia y del Nuevo Testamento en particular, que no tenga en su horizonte el anuncio del Evangelio hic et nunc. Distinto es en Facultades de Historia o de Filología, donde puede estudiarse la Biblia con todo rigor pero no necesariamente con una perspectiva eclesial o pastoral. De todos modos no quisiera dejar de decir que ese horizonte no debería restar un ápice al rigor intelectual y a la necesidad de ajustarse a los moldes académicos propios de este momento.
Por otra parte, tampoco concibo trabajar para una nueva evangelización sin bucear de alguna manera en las procelosas aguas de la Palabra. Por eso es tan importante la formación: sacerdotes, catequistas, agentes de pastoral etc., cada grupo a su manera y en la medida de sus posibilidades tiene que acercarse a la fuente de la Palabra, que siempre ofrece agua limpia y fresca para regar los campos del Reino.
Esto que digo puede parecer teórico, pero la verdad es que, en distintos casos y a distintos niveles, he visto que es posible y que esa interacción es muy enriquecedora tanto para el estudio como para el compromiso pastoral.
¿Cómo ve el futuro de las universidades de la Iglesia?
Hablando en general de las universidades de la Iglesia o particularmente de aquellas que tienen una Facultad de Teología, en los últimos años se ha generado mucha reflexión al respecto. Desde la Exhortación Ex corde Ecclesiae del Papa San Juan Pablo II (15 de agosto de 1990) a la Constitución apostólica Veritatis Gaudium del Papa Francisco (8 de diciembre de 2017), sobre las Universidades y Facultades eclesiásticas, por citar sólo dos documentos significativos. La fe cristiana tiene un compromiso ineludible con la verdad y específicamente con su búsqueda. Recordemos que el Papa Benedicto XVI insistió mucho en que el cristianismo incorporó el Logos desde el principio a la comprensión de sí mismo y de que, en consecuencia, la búsqueda de racionalidad no es ajena al dinamismo de la fe.
En este dinamismo juega un papel fundamental el diálogo. Y es ahí donde se juega el futuro de las universidades de naturaleza eclesial: si son capaces o no de ejercitar ese diálogo. Pienso en tres escenarios. En primer lugar, la fe ha de dialogar con las ciencias en cuanto tales, en la autonomía de su verdad y de su método pero que están abiertas a una plenitud de sentido que las trasciende. Diálogo, en segundo lugar, entre las facultades de la misma Universidad. Frente a una cultura del fragmento, la verdad de la fe no niega el fragmento pero busca también la polifonía del conjunto de saberes. En tercer lugar, cuando existe una Facultad de Teología, está llamada a ejercer un papel referencial insustituible para las otras facultades en cuanto que les ofrece un horizonte de sentido, a la vez que la teología ha de atender los reclamos que le llegan desde esas otras facultades, dispuesta siempre a “dar razón de su esperanza”, por decirlo con las conocidas palabras de la primera carta del apóstol Pedro (cf. 1Pedro 3,15).
Dicho todo esto, entiendo que las universidades de la Iglesia tienen un gran reto en este momento: no claudicar de los principios que sustentan su naturaleza y, al mismo tiempo, insertarse sin complejos en el sistema universitario con todas sus consecuencias.
Su ‘ultima lectio’ versó sobre "Conflictos comunitarios y comunión eclesial en Corinto". ¿Qué lecciones de entonces deberíamos poder aplicar hoy a la vida y misión de la Iglesia?
En esa lección no sólo constaté la existencia de dos grupos antagónicos: sabiduría humana/sabiduría de la cruz, fuertes/débiles y ricos/pobres. Traté de explicar que, más allá de la constatación fenomenológica de los grupos, el apóstol Pablo aplica lo que me gusta llamar “el principio del débil”, es decir, que es el elemento débil y pobre el que tiene que determinar las opciones de la comunidad eclesial. Traducido al lenguaje de hoy es lo que llamamos “opción preferencial” por los pobres. Pablo lo dice con estas palabras: “Dios ha escogido lo necio del mundo para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los poderosos”. [Y luego hay quien dice que Pablo traicionó lo más prístino del mensaje de Jesús].
Por tanto, por lo que se refiere a la conferencia que yo pronuncié, parece claro que la lección que debemos aplicar hoy es esta: recuperar el mensaje de las bienaventuranzas, que supone una auténtica teología de la historia, que es la que continúa en Pablo y tiene que seguir orientando hoy la vida y misión de la Iglesia.
Hay otros muchos aspectos en esa primera carta a los Corintios que pueden darnos luz para situaciones nuestras hoy. Esa carta se caracteriza precisamente porque el apóstol aborda muchas realidades concretas de su momento y, en consecuencia, puede iluminar también nuestro presente. Este es un dinamismo que no se hace con recetas fáciles y simplonas, sino que la Palabra de Dios crea una fusión de horizontes entre aquel momento y nuestro momento, sustanciando para hoy lo que fue dicho para entonces.
¿Hay hoy también un grupo de élite que se enfrenta no a Pablo, sino a Pedro?
Si respondiera superficialmente a tu pregunta me permitiría bromear diciendo que el primero que se enfrentó y encaró (sic) con Pedro fue precisamente Pablo. Ahí está el llamado conflicto de Antioquía que conocemos por Gálatas 2,11-14 y que fue objeto de mi tesis doctoral.
Pero viniendo ya en serio al sentido de tu pregunta, sinceramente no sabría decir si existe un grupo de élite que se enfrenta al Papa. No digo que no lo haya, pero yo no lo conozco. Ahora bien, sé que con este Papa, como con todos, hay personas y grupos que tienen alguna distancia. Pero no todas las reacciones son legítimas. Una cosa es percibir los asuntos discutibles con criterios distintos y, en este sentido, es posible la crítica fraterna, otra cosa es la oposición a su persona y otra cosa, en fin, es el enfrentamiento con su pensamiento. Tengo comprobado que hay quienes han hecho del Papa una caricatura cargada de prejuicios. Lo han reducido a eslóganes, sin penetrar en la profundidad del mismo.
Sin embargo, mi experiencia me dice que el conjunto de la comunidad eclesial acoge serenamente que Pedro es el principio de la unidad eclesial y, por tanto, escucha con gratitud su enseñanza, lo quiere y reza por él. Así, Pedro podrá seguir realizando la tarea encomendada por Jesús de “confirmar en la fe a sus hermanos” (cf. Lucas 22,32).ç
Tomar conciencia de esta presencia de Jesús en el mundo y, en concreto, en la comunidad eclesial, no nos ahorra la esperanza, sino que la confirma y la fortalece y permite actuar con audacia e incluso con intrepidez en cada momento histórico
Vista la situación de la Iglesia actual, ¿qué le recomendaría que aplicase sin falta del Nuevo Testamento?
Me parece que la Iglesia tiene que recuperar siempre una gran certeza, que es el fundamento de su fe. Me refiero a algunas palabras que tienen un carácter totalizante y se pueden aplicar para todo momento y circunstancia. Pienso en textos de este tenor: “No tengas miedo, que yo estoy contigo; no te desanimes, que yo soy tu Dios. Yo soy quien te da fuerzas, y siempre te ayudaré; siempre te sostendré… Yo soy el Señor, tu Dios, que te sostiene por la mano derecha y te dice: "No tengas miedo, que yo te ayudo. Y tú, Jacob, eres como un gusano, pero no tengas miedo” (Isaías 41,10ss). Y así igualmente en varios textos del Nuevo Testamento: “No tengáis miedo”. La razón es nítida: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20).
Esta es la gran certeza. Tomar conciencia de esta presencia de Jesús en el mundo y, en concreto, en la comunidad eclesial, no nos ahorra la esperanza, sino que la confirma y la fortalece y permite actuar con audacia e incluso con intrepidez en cada momento histórico.
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