Desayuna conmigo (jueves, 14.5.20) La fraternidad universal
El motor de la oración
El texto “Fraternidad humana por la paz y la convivencia”, que se utilizó en la ceremonia del encuentro interreligioso en la capital del emirato de Abu Dabi como “memorial” de su fundador, Sheikh Zayed Bin Sultan Al Nahyan, en la que participaron el papa Francisco y el gran Imán de Al-Azhar, Dr. Ahmed At-Tayeb, sentó las bases para desarrollar después el “Alto Comité de Fraternidad Humana”, que es el promotor de la jornada de oración de hoy.
Por su parte, el rabino M. Bruce Lustig no tardó en secundar la iniciativa incorporándose al Comité, al tiempo que expresaba su profunda gratitud a ambos dirigentes religiosos por su apoyo y aliento a tan encomiable labor y por sus sinceros esfuerzos por cumplir la sagrada misión del documento sobre la Fraternidad Humana mencionado. Se unían así las tres religiones del libro como núcleo de buena voluntad para unir, en última instancia, en un proyecto tan común como es velar por la vida humana, a todos los pueblos de la Tierra. Se trata, pues, de una iniciativa que se está abriendo paso entre todos los pueblos que, como ocurre en la propuesta de este día de oración, los una a todos en un propósito común de suma importancia para el futuro de toda la humanidad.
Al proponer esta jornada de oración, el Alto Comité de Fraternidad Humana lanzó un mensaje a todo el mundo para efectuar una “oración por la humanidad” ante la difícil situación que atraviesa por la crisis sanitaria de la enfermedad del coronavirus, que ha dejado ya centenares de miles de muertos y millones de enfermos en todo el planeta. El llamamiento, hecho a todos los que “creen en Dios” y a la “humanidad en todas las partes del mundo”, insta a suplicar a Dios orando, cada uno en su lugar y de acuerdo con su propia religión o creencia, para que el “Creador” erradique tan terrible lacra. La invitación nos pide a todos que oremos juntos, que ayunemos y hagamos obras de misericordia para que Dios nos ayude a salir de la aflicción de la pandemia que padecemos, inspire a los científicos a descubrir un medicamento que acabe con ella y salve al mundo entero de las tremendas consecuencias sanitarias, económicas y humanas que se derivan de ella.
Subrayemos las propuestas de orar, ayunar y hacer obras de misericordia, que se nos hacen para que cada uno las lleve a efecto de acuerdo con su forma de pensar y de enfocar la religión que profese o con su sola buena voluntad. A los cristianos, la oración no nos convierte en pedigüeños miserables y cansinos frente a un Dios ajeno a nuestros terribles padecimientos y lento para socorrernos, como si fuéramos bebés enrabietados para conseguir por agotamiento algún capricho. De hecho, Dios conoce perfectamente nuestra situación, nos ama más de lo que imaginamos y nos ayuda mucho más de lo que suponemos. La oración eleva nuestra condición hasta situarnos en un escenario divino para entablar un diálogo directo con Dios por el que ponemos en sus manos cuanto somos y cuanto nos acontece. Lo que hace realmente la oración es unir nuestra fuerza a la de Dios para, en este caso, frenar la pandemia que padecemos y alejarla de nuestras vidas. Buscamos que Dios nos eche una mano de forma similar a como se lo pedimos a un vecino o a un amigo para salir de un aprieto que sobrepasa nuestras propias fuerzas.
Observemos, por lo demás, que lo del ayuno y las obras de misericordia viene a ahondar el sentido de la oración y reforzarla, poniendo en la mesa de diálogo algo más que pura palabrería o sentimentalismo: privarnos de algo para darlo a los demás, someter nuestro cuerpo a una cierta austeridad para que los demás puedan seguir viviendo, pues todo ayuno debe desembocar en la limosna. Con el ayuno no se pretende castigar nuestro cuerpo por el valor intrínseco del castigo, sino ahorrar con el propósito de socorrer a otros con lo ahorrado. El ayuno que no termina en obras de misericordia no sirve para nada y las obras de misericordia que no proceden de alguna renuncia, tampoco. La fraternidad universal que se promueve requiere, para ser algo más que un puro sentimentalismo vacuo, que renunciemos a algo propio para darlo a los demás. En otras palabras, la oración que hoy se nos pide ha de ser una oración encarnada, realizada, transformada en esfuerzo y sacrificio.
Al llamarnos hoy a la oración, las tres religiones nos invitan a unir nuestras fuerzas sobrepasando lo que nos permiten aparentemente los elencos de dogmas y creencias que profesamos y practicamos, pues, siendo todos hijos de un mismo padre, formamos una sola comunidad fraternal, vapuleada en estos momentos por una terrible pandemia. Si la oración hoy propuesta es secundada de verdad por millones de fieles de las tres confesiones y por otros muchos que se sumen a ella, aunque solo sea por su condición de personas de buena voluntad, seguro que este será un día realmente memorable para la historia de toda la humanidad: estaremos sentando las bases de una auténtica fraternidad universal entre todos los seres humanos a todos los efectos.
Los egoísmos, los odios y un sinnúmero de intereses no solo nos han separado, sino también enfrentado a lo largo de los tiempos. La historia humana se reduce, muchas veces, al relato dramático de todos esos odios y enfrentamientos. La virulencia del coronavirus, al poner en peligro la supervivencia humana, se convierte hoy en el gran enemigo común a batir. La réplica adecuada solo puede ser un hondo sentimiento de fraternidad universal: todos unidos contra él para defender la vida de cada cual. La tarea de hacerle frente es tan gigantesca que incluso nos exige implorar el apoyo divino. Secundar hoy con fuerza y entusiasmo la iniciativa del Alto Comité de Fraternidad Humana no solo nos llevará a conseguir una victoria difícil contra el coronavirus, sino también a estrechar los lazos de una fraternidad que mejorará nuestra condición humana y dará mucho más sentido a la vida de cada uno de nosotros. En el futuro, la fraternidad ahora vivida debería hacernos reflexionar sobre lo insensatas que son todas las guerras y lo aberrante que es atiborrarse al lado de alguien que pasa hambre.
Por lo demás, casi como una réplica para mayor realce de lo dicho, el día nos trae el recuerdo de la declaración, un día como hoy de 1948, de la independencia de Israel que hizo David Ben Gurión, declaración que provocó de inmediato la guerra árabe-israelí. Han pasado muchas cosas desde entones, pero las mentalidades políticas sobre un conflicto territorial tan enquistado como el palestino-israelí han evolucionado muy poco. Por ello, a mí me parece que, en la oración de hoy para eliminar el coronavirus, deberíamos incluir un apartado especial para eliminar también el cáncer que para Oriente Medio y para el resto del mundo supone un conflicto tan radicalizado como ese. Solo la buena voluntad, la que debe existir entre pueblos hermanos, podrá desbrozar en tal difícil encrucijada el camino de la justicia y de la paz.
También un día como hoy de 1998 moría Frank Sinatra, llamado la “Voz” por la intensidad y la vibración emocional de su canto. Se trata de una de las figuras más importantes de la música popular del s. XX, que gozó de una popularidad inmensa a lo largo de toda su vida. En el contexto de hoy, digamos que la “voz”, tan bella y conmovedora en la boca de Sinatra, es, al mismo tiempo, la palabra con que Dios nos crea y recrea y con la que nosotros le declaramos y cantamos nuestro amor. Recientemente nos hemos referido a lo hermosa que es la lengua española para hablar con Dios, pero la realidad es que cualquier apelación a él, aunque se haga solo con el pensamiento o con un sentimiento que brote del corazón, es lo más hermoso a que puede aspirar un ser humano.
Un día hermoso el de hoy para toda la humanidad si nos decidimos a comentar con Dios lo que nos pasa, lo que estamos sufriendo y lo que estamos dispuestos a hacer a cambio de vernos libres del horizonte de muerte que nos amenaza. Un día, en fin, para que su fecha no se caiga como hoja seca del calendario de un año que está resultando tan difícil para todos los seres humanos. Oh, Señor, afianza en nosotros la fraternidad de ser tus hijos, danos la paz y sigue dándonos la vida. Amén.
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