"Son muchos los motivos por los que cabe desterrar el adjetivo 'permanente'" ¿Presbíteros permanentes? Tampoco diáconos permanentes

Diáconos
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"Todos los ordenados diáconos, tanto los seminaristas que van camino del sacerdocio, como los que van a quedarse siempre de diáconos, son 'diáconos permanentes'"

"La ordenación no es algo que caduque o que se quite al recibir los otros grados del orden, sino que deja una huella imborrable, infunde carácter"

"Sería la misma razón que si a los sacerdotes se les llamase “presbíteros permanentes” aunque posteriormente fuesen ordenados obispos"

Lo cierto que a los únicos a los que se les podría sumar el adjetivo sin mentir sería a los «obispos permanentes»

Resultaría absurdo que cuando a uno le presentasen a un sacerdote le preguntasen: ¿Tú eres presbítero permanente?». Pues en la misma medida lo es llamar a los diáconos, «diáconos permanentes».

En la restauración del Diaconado por los padres conciliares apareció un nuevo adjetivo el de «permanentes» con el fin de distinguir a los diáconos que entonces existían en la Iglesia latina, todos procedentes de los seminarios, camino de la ordenación como presbíteros, de la nueva figura del Diácono, como una vocación distinta propia y permanente que no tuviese como camino la ordenación sacerdotal. A estos primeros no se le sumó ninguna coletilla de “transitorios” o «diáconos prepresbíteros», lo que ha llevado a una división artificial entre dos tipos de diáconos, distinción que carece de fundamento, ya que la ordenación es exactamente la misma, tanto los primeros como los segundos son ordenados diáconos a secas.

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Son muchos los motivos por los que cabe desterrar el adjetivo “permanente”. Entremos en ellos.

Todos los ordenados diáconos, tanto los seminaristas que van camino del sacerdocio, como los que van a quedarse siempre de diáconos, son “diáconos permanentes”. Si. El que se ordena diácono lo es para toda la vida, aunque después sea ordenado presbítero e incluso también obispo. Cabe recordar la anécdota de Pablo VI, en la entronización del evangelio y al querer hacerlo él dijo aquello de: «También soy diácono, sigo siendo diácono, y también a mí me gustaría ejercer mi ministerio diaconal entronizando la Palabra de Dios».

En Estados Unidos un obispo tuvo unas llamativas palabras en la ordenación de diáconos seminaristas que iban camino del sacerdocio diciéndoles: os voy a ordenar diáconos permanentes, sí, porque vais a ser diáconos para siempre, aunque después seáis ordenados sacerdotes y a lo mejor alguno, incluso obispo. Porque la ordenación no es algo que caduque o que se quite al recibir los otros grados del orden, sino que deja una huella imborrable, infunde carácter.

Es reseñable que en los documentos oficiales se les nombre a los que van camino del sacerdocio, como diáconos a secas, y a los otros diáconos como permanentes. Esto ayuda a crear una confusión, como si los primeros fueran los auténticos, y los permanentes de segunda categoría. Cabe la anécdota en las clases de ciencias religiosas, cuando una religiosa que al hablar con un compañero formándose para el diaconado permanente, al hablar de los seminaristas que se ordenan diáconos, dijo: “ah, te refieres a los diáconos de verdad.”

Tampoco tiene sentido la razón del “permanentes” porque es el diácono que no va a ser sacerdote, porque no son pocos los que por la razones que sean, después de años de diáconos, a veces por enviudar, diáconos ordenados como permanentes, célibes o viudos, que posteriormente sean ordenados presbíteros. Sería la misma razón que si a los sacerdotes se les llamase “presbíteros permanentes” aunque posteriormente fuesen ordenados obispos. Sorprendería que algún diacono permanente que posteriormente fuera ordenado presbítero se le dijese: «Has estado engañando con eso de “permanente”, pues no lo eras«.

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En la mayoría de las diócesis de la Iglesia universal, las ordenaciones de diáconos se realizan sin distinciones entre transitorias o permanentes, siendo muchas veces ordenados conjuntamente y por los mismos pastores sin realizar distinciones, pero desgraciadamente en algunas diócesis sí que se aprovecha para dejar claro que los transitorios son los auténticos diáconos y los ordena el ordinario en la catedral, siendo ordenados los permanentes en templos secundarios, en vez de la catedral y por obispos auxiliares para subrayar que estos diáconos no son iguales, son de segunda categoría, algo absurdo y sin ningún fundamento. Lo cierto que a los únicos a los que se les podría sumar el adjetivo sin mentir sería a los «obispos permanentes».

Que entrañable es aquello de que los papás sean amortajados con su casulla, pero debajo de esta se les vista la dalmática, que simboliza que estos no han dejado de ser ministros, iconos de Cristo siervo, no han dejado de ser diáconos.

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