Heterodoxia bien temperada
Se trata de fracasar mejor
(S.Beckett y J. Riechman)
1 (Heterodoxia atemperada)
La Asociación aragonesa de Amigos del libro, presidida por Eugenio Mateo, me solicita el pregón inaugural del año, pero sin cobrar nada: me dice que es una Asociación humilde, y humildemente accedo a decir algo no soberbio ni áureo. El caso es que sin pasta no hay pastel, sin materia prima no hay forma sustancial, y sin sustancia no hay siquiera un buen caldo de cabeza. Algunos cobran lo que otros descobran, alguno o algunos, la fiel nomenklatura, si bien hoy también en crisis de identidad.
Esta sería la primera clave de nuestra cultura, la corrupción o corruptela cultural. La cual se debe a los ortodoxos de una cultura ortodoxa, o sea, a los burócratas de una cultura burocrática o burrocrática. Es la mediocridad no áurea pero sí aurificada, con sus campanas broncígenas que tañen y suenan en todos los campanarios. Es la casta cultural que se define por la caspa y por su castidad intelectual, factores que propician la repetición y la esterilidad.
La clave primordial de la cultura actual es que la ortodoxia cultural es incultural, y que el ortodoxo de la cultura ortodoxa es un inculto que cultiva la tradición cerrada y la mera repetición memorística propia del memo, sin aportar nada creativo o al menos recreativo. Aún no se han enterado de que están culturalmente encerrados y enterrados, y de que han caído de su viejo pedestal no los grandes relatos, como dicen los posmodernos, sino los grandes relatos ortodoxos, dogmáticos o fundamentalistas, idealistas o mentirosos, los relatos de la identidad, la norma y la normalidad impuesta de arriba abajo.
Si la ortodoxia representa lo mismo e idéntico, la heterodoxia significa lo diferente y la diferencia, la identidad herida y diferida: “didentidad”. La heterodoxia es el contrapunto no de ruptura sino de apertura, no de corrosión sino de ampliación, no de aniquilamiento sino de crítica. Si la ortodoxia es lo recto o correcto, la heterodoxia es lo culturalmente incorrecto, lo curvilíneo y lo transversal, capaz de asumir la heterogeneidad y la alteridad. Pues heterodoxia significa alteridad y alteración, pero no supresión, alternativa complementaria o suplementaria aunque no extinción.
La heterodoxia no es la aniquilación de la ortodoxia, sino su transformación crítica. Lo contrario o contradictorio de la ortodoxia no es la heterodoxia, sino la herejía y lo herético. El hereje o herético es contrario radical a la ortodoxia, vale decir el ser, en nombre del no-ser y la nada (nihilismo), mientras que el heterodoxo y su heterodoxia no está en contra radical o extrema, sino que anda paralelo y libre. La ortodoxia es estática, la herética es revolucionaria, la heterodoxia es evolutiva o evolucionista. El evolucionismo, tanto cosmológico como biológico, es la clave crítica de la cultura actual, un evolucionismo que evita tanto la involución de la ortodoxia como la revolución de la herejía.
Hablamos pues en favor de una heterodoxia bien temperada y de un heterodoxo bien atemperado,
al modo de J.S.Bach y su “Clave bien temperado”. Una tal heterodoxia atempera el extremismo inmovilista de la ortodoxia y el extremismo destructivo de la herejía, mediando humana y humanistamente entre la armonía divina y la disarmonía diablesca, entre la ley conservadora (nomos) y la disolución anómica, a través del diálogo y la coimplicación de lo uno y lo múltiple, mediante un equilibrio armonizador de contrastes. Si la ortodoxia defiende impasible lo real dado, lo herético defiende lo imposible; pero la heterodoxia atemperada defiende el despliegue de lo real en sus posibilidades abiertas.
La heterodoxia atemperada propugna una revisión analógica y pluralista del mundo, capaz de asumir la heterogeneidad y la disidencia, la alteridad y la alteración de lo real dado. Frente a esta vocación analógica de la heterodoxia, la ortodoxia se proyecta unívocamente como razón pura o abstracta, y la herejía equívocamente como pasión impura. Solo la heterodoxia bien temperada mantiene el pulso medial del sentido humano, definido no ya como razón o sinrazón, sino cual “co-razón” de lo real: razón encarnada que enfría la pasión, razón humana que media entre lo divino o sobrehumano y lo infrahumano o animalesco.
2 (Claves de la cultura)
La heterodoxia de nuestra cultura está bien representada por Darwin y su evolucionismo, el cual critica tanto el inmovilismo como el revolucionismo. El evolucionismo no solo es la teoría científica propia de la biología actual, sino también la teoría científica propia de la física contemporánea, desde la explosión inicial o big-bang a la implosión final. Evolución frente a involución y revolución, afirmación del devenir frente al ser estático y al nihilismo: esta es la propuesta heterodoxa tanto de las ciencias como de nuestra conciencia, tanto de la teoría como de la práctica política o social, tanto de la filosofía y las ciencias humanas como de la propia teología.
La evolución convierte el tiempo en tempo, la vida en emergencia de sentido, la realidad en apertura simbólica, cuya última expresión es la realidad virtual propia de la interred. La interred –internet- ha puesto de manifiesto una cultura de la red, basada en una filosofía relacional o correlacional, cuyo pionero fue entre nosotros el filósofo heterodoxo Ángel Amor Ruibal.
Esta revisión evolutiva de lo real que se articula en redes o relaciones resulta heterodoxa frente a la ortodoxia absolutista clásica o tradicional, así como frente al relativismo herético ultramoderno. En este contexto evolutivo la verdad ya no es absoluta o absolutista, pero tampoco relativa o relativista, sino relacional o correlacional. El relacionismo o correlacionismo desbanca así al viejo absolutismo y al nuevo relativismo, en nombre de una visión compositiva de lo real de carácter medial o mediador, y no extremista.
Esta revisión heterodoxa atraviesa la filosofía y las ciencias humanas y arriba a la religión y la teología, cuyo Dios deja de ser absoluto (teísmo) o relativo (ateísmo), para replantearse como relacional: relacionalidad o relación trascendental del mundo. Un tal Dios ya no es el motor inmóvil de Aristóteles sino el motor móvil de Whitehead. Se trata de una versión heterodoxa del Dios, que contrasta tanto con la versión ortodoxa como con la versión herética, tal y como comparece en la concepción de Jesús de Nazaret.
Jesús de Nazaret es un judío marginal y heterodoxo, que no ortodoxo ni herético, el cual proyecta al Dios heterodoxo del amor frente al Dios-temor de la ortodoxia antiguotestamentaria. El Dios de Jesús no es el ortodoxo Dios-espíritu (espiritualista) ni tampoco el herético Dios-materia (materialismo), sino el Dios-hombre, la divinidad encarnada como corazón de un mundo sin corazón (para decirlo con el joven Marx y el viejo Vattimo).
Finalmente la heterodoxia aterriza en la realidad política del mundo como democracia, la cual se concibe como el punto medial entre la ortodoxia liberal que acaba en el fascismo y la herética marxista que acaba en el comunismo. La democracia no interpreta al hombre ni como individuo individualista ni como comunal o comunista, sino como persona: la cual es el individuo social. Ahora bien, la democracia liberal se apoya en un capitalismo ortodoxo que conduce al impersonalismo, de ahí la necesidad de predicar/practicar hoy en día una democracia liberal o capitalista heterodoxa, una democracia humanitaria y personalista.
Resultan al respecto significativos personajes contemporáneos como Gandhi, Luther King o Mandela, pero también el Papa Francisco, el cual ya no se presenta como Patriarca sino como Fratriarca. La fraternidad es una idea de origen cristiano rescatada por la Ilustración, cuya función es la de fraternizar o hermanar los contrarios y sus contrastes: por una parte la idea liberal o libertaria de libertad, por otra la idea social o igualitaria de igualdad. Ahora bien, esto solo puede hacerse bajo la batuta del dios Hermes, el remediador heterodoxo de los contrarios y opuestos, el dios del famoso Círculo Eranos.
Hermes es un dios heterodoxo que se distingue del conservador dios Apolo y del revolucionario dios Dioniso. Hermes simboliza la fraternidad y el fratriarcado, en cuanto mediación del matriarcado y del patriarcado, de la diosa y del dios, de ahí su carácter androgínico o coimplicativo. El dios Hermes se interpone así en la lucha machista del héroe tradicional contra el dragón, propugnando su empatamiento o empazamiento, así pues la paz entre los opuestos compuestos.
Hermes es el dios heterodoxo bien templado, el crítico de todo extremismo, maniqueísmo y sectarismo, el que propugna fratrías o hermandades en lugar de clanes y mafias. Es el dios de la democracia heterodoxa –el dios del ágora- , el que se coloca entre la tesis ortodoxa y la antítesis herética, a modo de síntesis no por arriba ni por abajo, sino mediadora y dialógicamente. Podríamos considerarlo como el dios de la clase media que encarna la dialogía entre los contrarios, los ricos y los pobres, buscando la remediación de su extremosidad. Montaigne sería su representante humano en este mundo dividido y cruel.
Pero hay otros buenos representantes de la heterodoxia de Hermes frente a la derechona y la izquierdona: así el poeta francés Houellebecq, autor de una poética contra tirios y troyanos, los hunos y los hotros, y a favor de la humanización de lo humano. En esta ocasión quiero traer a colación la literatura y la música popular de Horacio Guarany, que es el nombre heterodoxo del nombre ortodoxo Eraclio Catalín (con tal denominación de origen no extraña su cambio nominal). Me refiero a su delicioso poema, musicado por él mismo, “Memorias de una vieja canción”, cantado románticamente por Jairo, desgarbadamente por Elio Roca y conjuntamente por Gauchos-4, aquel grupo argentino de sonoridad bien temperada.
3 (Memorias de una vieja canción)
En Memorias de una vieja canción se reivindica heterodoxamente el recuerdo, que remite al corazón, frente a la ortodoxia de la pureza purista y a la herética del olvido y la desmemoria. La pureza purista lleva al puritanismo, mientras que el olvido lleva a la deserción y al nihilismo. “Perdonar pero no olvidar” parece ser aquí la divisa heterodoxa que exorciza el pasado abriéndolo al futuro, en un presente transido y transeúnte, pero no cerrado o bloqueado. Curiosamente se trata de una divisa cristiana en origen (perdonar), aunque al término pagana (no olvidar), la cual no solo sirve para apaciguar el mal, sino específicamente el mal de amores.
En la canción el día comienza sin sol pero asumido como lo más propio: un día sin sol, frío y desamparado, otoñal y lluvioso. Todo es herético, pero la herejía desabrida se convierte en heterodoxia melancólica al asumir la vieja canción inolvidable. No se trata, no, de idealismo o idilio, ya que el autor es bien consciente de que la historia deriva en ausencia, pero es una ausencia revertida en presencia simbólica gracias al recuerdo (que es rememoración cordial). La pérdida del amor real se recupera surrealmente, llorar expía la falta o falla impersonal o destinal, pero el río del devenir acaba en un advenir poético y musical, personalizado por la sonrisa flotante y la fumata o consumación en comunión. A través del recorrido se vivencia un puerto de distancia, así pues el puerto y la distancia, el viaje y el no retorno: la brújula herida marca a la vez la dirección del sentido y su agobio:
Este día sin sol es todo mío
golpea mis ventanas tanto frío.
Una vieja canción en mi guitarra,
una vieja canción no tiene olvido.
Es la misma que un día nos uniera,
en las playas lejanas de tu viejo país.
Y el otoño al ver caer sus hojas,
viene hasta mí y me moja con su llovizna gris.
Por qué no olvido tu canción
será porque tanto te amé,
que aquí sentado en esta pieza
sobre esa misma mesa
anoche te lloré.
Por qué no olvido tu canción,
si el río va y no vuelve más
Reloj eterno de las horas y esta canción que llora
sobre mi ventanal.
La, la, la, la ...
No se mueren las penas por morirse,
jamás muere el amor por un olvido.
Ni se ha muerto en mi pieza tu sonrisa,
fumando en la alta noche estás conmigo.
Con la brújula herida navegando,
mi velero en el humo de un cigarro.
Se recuesta en tu Puerto de distancia,
vuelve a elevar sus anclas pero no volverás.
No volverás: es el desamor. Pero el desamor cierto se asume con un incierto amor, abriéndose así a la ambivalencia o doble valencia de un sentido no de ida y vuelta, sino de ida y revuelta (la heterodoxia no es revolución sino revuelta). El amor se va como el río pero que se revuelve como el mar, que se esfuma en el tiempo exterior y se resuelve en el espacio interior. La ortodoxia sería pensar idealmente que no hay fracaso y volverás, la herejía es pensar que hay fracaso y jamás volverás. Pero la heterodoxia de este amor heterodoxo consiste precisamente en coafirmar los contrarios ambivalentemente, el fracaso y el no fracaso: no volverás pero ya has vuelto, te vas pero vienes en vaivén simbólico, te marchas temporalmente pero dejas un reguero eterno expresado en la sonrisa y la fumata, la noche y el puerto, la playa: frente al día desolador y desolado. Se trata pues de fracasar mejor.
La ortodoxia es incapaz de asumir la heterodoxia, la herejía es incapaz de asumir la ortodoxia. Solo una heterodoxia bien temperada, lúcido/lúdica, recreativa y recreadora, es capaz de situarse entre la ortodoxia y la herética medialmente, dialogalmente, fratriarcalmente. El ser clásico representa el fundamento ortodoxo del mundo, mientras que el anti-ser herético representa la nada y el nihilismo. Sin embargo, la cuestión shakespeareana no es ser o no ser, sino ser y no ser. Como el viejo amor de Guarany, el cual es y no es, no es pero está latente y latiente. Esta estancia simbólica o surreal, crítica del realismo de lo establecido, es la estancia cultural, una estancia que reniega de la ortodoxia de lo real dado y de la herética de su aniquilación, coafirmando la presencia y la ausencia, lo que es y lo que es posible, dejando abierta la puerta a su trascendencia o trascendimiento, siquiera simbólico.
(Conclusión)
He cumplido así con la Asociación aragonesa de Amigos del libro. Quizás la ausencia del dinero diablesco ha posibilitado el decir la verdad, o al menos mi verdad. Tras sufrir de niño en Aragón la lucha armada entre la ortodoxia franquista y la herética comunista, pude recalar en Centroeuropa ya pacificada tras la terrible guerra mundial. A mi vuelta no pude quedarme en esta mi tierra por falta de apoyo, pero pude sobrevivir en el País Vasco en pleno contexto terrorista. A mi regreso ya jubilado he sido bien recibido en Aragón, aunque sigue sin pagarme (quizás por mi heterodoxia cultural), aunque ya no lo necesito. Los necesitados hoy en día son los desahuciados física o culturalmente, los parados y los marginados.
Las claves de nuestra cultura son los clavos de nuestra incultura, la ortodoxia que nos asfixia y la herética que nos abandona en la nada. Necesitamos por tanto una heterodoxia bien temperada o templada, como la del jesuita aragonés Baltasar Gracián, o a nivel internacional la del jesuita francés Teilhard de Chardin. La heterodoxia atemperada de los jesuitas me ha salvado del sofoco ortodoxo y de la marginación herética, quizás porque, aunque no soy jesuita, soy jesuítico (y a mucha honra).
Dios es lo que sobrevive, cuando todo ha desaparecido, así escribe el heterodoxo Cioran frente a lo culturalmente correcto. Cioran no es un herético, como se nos ha presentado, sino un heterodoxo de la Iglesia ortodoxa, de la que su padre era pope. No es un nihilista, como pretende F. Savater, sino un nihilista simbólico o místico, tal y como aparece desnudo en El libro de las quimeras y en sus Cuadernos. Su relación con la muerte es un deseo de “desvenir” o revenir del devenir hasta allegarse al transer. Ni ortodoxo ni hereje, ni ateo ni teísta, ni siquiera agnóstico sino “gnóstico”: un heterodoxo que concibe la vida como muerte o mortal y la muerte como inmortal.
Lo cual no implica una inversión radical de los valores, a lo Nietzsche, sino una reversión de los valores de acuerdo con su visión der la coimplicidad de los contrarios. Esta es la clave más sutil de la cultura actual, que puede estudiarse en mi última obra “El duelo de existir”, así como en mi próximo libro “El Dios heterodoxo”.
(Colofón) El hombre es el animal heterodoxo, porque transita de la naturaleza a la cultura. La heterodoxia de la cultura se muestra como transgresión simbólica de lo real y como transrealización humanizadora de lo real. Y Dios es la máxima heterodoxia cultural.
(S.Beckett y J. Riechman)
1 (Heterodoxia atemperada)
La Asociación aragonesa de Amigos del libro, presidida por Eugenio Mateo, me solicita el pregón inaugural del año, pero sin cobrar nada: me dice que es una Asociación humilde, y humildemente accedo a decir algo no soberbio ni áureo. El caso es que sin pasta no hay pastel, sin materia prima no hay forma sustancial, y sin sustancia no hay siquiera un buen caldo de cabeza. Algunos cobran lo que otros descobran, alguno o algunos, la fiel nomenklatura, si bien hoy también en crisis de identidad.
Esta sería la primera clave de nuestra cultura, la corrupción o corruptela cultural. La cual se debe a los ortodoxos de una cultura ortodoxa, o sea, a los burócratas de una cultura burocrática o burrocrática. Es la mediocridad no áurea pero sí aurificada, con sus campanas broncígenas que tañen y suenan en todos los campanarios. Es la casta cultural que se define por la caspa y por su castidad intelectual, factores que propician la repetición y la esterilidad.
La clave primordial de la cultura actual es que la ortodoxia cultural es incultural, y que el ortodoxo de la cultura ortodoxa es un inculto que cultiva la tradición cerrada y la mera repetición memorística propia del memo, sin aportar nada creativo o al menos recreativo. Aún no se han enterado de que están culturalmente encerrados y enterrados, y de que han caído de su viejo pedestal no los grandes relatos, como dicen los posmodernos, sino los grandes relatos ortodoxos, dogmáticos o fundamentalistas, idealistas o mentirosos, los relatos de la identidad, la norma y la normalidad impuesta de arriba abajo.
Si la ortodoxia representa lo mismo e idéntico, la heterodoxia significa lo diferente y la diferencia, la identidad herida y diferida: “didentidad”. La heterodoxia es el contrapunto no de ruptura sino de apertura, no de corrosión sino de ampliación, no de aniquilamiento sino de crítica. Si la ortodoxia es lo recto o correcto, la heterodoxia es lo culturalmente incorrecto, lo curvilíneo y lo transversal, capaz de asumir la heterogeneidad y la alteridad. Pues heterodoxia significa alteridad y alteración, pero no supresión, alternativa complementaria o suplementaria aunque no extinción.
La heterodoxia no es la aniquilación de la ortodoxia, sino su transformación crítica. Lo contrario o contradictorio de la ortodoxia no es la heterodoxia, sino la herejía y lo herético. El hereje o herético es contrario radical a la ortodoxia, vale decir el ser, en nombre del no-ser y la nada (nihilismo), mientras que el heterodoxo y su heterodoxia no está en contra radical o extrema, sino que anda paralelo y libre. La ortodoxia es estática, la herética es revolucionaria, la heterodoxia es evolutiva o evolucionista. El evolucionismo, tanto cosmológico como biológico, es la clave crítica de la cultura actual, un evolucionismo que evita tanto la involución de la ortodoxia como la revolución de la herejía.
Hablamos pues en favor de una heterodoxia bien temperada y de un heterodoxo bien atemperado,
al modo de J.S.Bach y su “Clave bien temperado”. Una tal heterodoxia atempera el extremismo inmovilista de la ortodoxia y el extremismo destructivo de la herejía, mediando humana y humanistamente entre la armonía divina y la disarmonía diablesca, entre la ley conservadora (nomos) y la disolución anómica, a través del diálogo y la coimplicación de lo uno y lo múltiple, mediante un equilibrio armonizador de contrastes. Si la ortodoxia defiende impasible lo real dado, lo herético defiende lo imposible; pero la heterodoxia atemperada defiende el despliegue de lo real en sus posibilidades abiertas.
La heterodoxia atemperada propugna una revisión analógica y pluralista del mundo, capaz de asumir la heterogeneidad y la disidencia, la alteridad y la alteración de lo real dado. Frente a esta vocación analógica de la heterodoxia, la ortodoxia se proyecta unívocamente como razón pura o abstracta, y la herejía equívocamente como pasión impura. Solo la heterodoxia bien temperada mantiene el pulso medial del sentido humano, definido no ya como razón o sinrazón, sino cual “co-razón” de lo real: razón encarnada que enfría la pasión, razón humana que media entre lo divino o sobrehumano y lo infrahumano o animalesco.
2 (Claves de la cultura)
La heterodoxia de nuestra cultura está bien representada por Darwin y su evolucionismo, el cual critica tanto el inmovilismo como el revolucionismo. El evolucionismo no solo es la teoría científica propia de la biología actual, sino también la teoría científica propia de la física contemporánea, desde la explosión inicial o big-bang a la implosión final. Evolución frente a involución y revolución, afirmación del devenir frente al ser estático y al nihilismo: esta es la propuesta heterodoxa tanto de las ciencias como de nuestra conciencia, tanto de la teoría como de la práctica política o social, tanto de la filosofía y las ciencias humanas como de la propia teología.
La evolución convierte el tiempo en tempo, la vida en emergencia de sentido, la realidad en apertura simbólica, cuya última expresión es la realidad virtual propia de la interred. La interred –internet- ha puesto de manifiesto una cultura de la red, basada en una filosofía relacional o correlacional, cuyo pionero fue entre nosotros el filósofo heterodoxo Ángel Amor Ruibal.
Esta revisión evolutiva de lo real que se articula en redes o relaciones resulta heterodoxa frente a la ortodoxia absolutista clásica o tradicional, así como frente al relativismo herético ultramoderno. En este contexto evolutivo la verdad ya no es absoluta o absolutista, pero tampoco relativa o relativista, sino relacional o correlacional. El relacionismo o correlacionismo desbanca así al viejo absolutismo y al nuevo relativismo, en nombre de una visión compositiva de lo real de carácter medial o mediador, y no extremista.
Esta revisión heterodoxa atraviesa la filosofía y las ciencias humanas y arriba a la religión y la teología, cuyo Dios deja de ser absoluto (teísmo) o relativo (ateísmo), para replantearse como relacional: relacionalidad o relación trascendental del mundo. Un tal Dios ya no es el motor inmóvil de Aristóteles sino el motor móvil de Whitehead. Se trata de una versión heterodoxa del Dios, que contrasta tanto con la versión ortodoxa como con la versión herética, tal y como comparece en la concepción de Jesús de Nazaret.
Jesús de Nazaret es un judío marginal y heterodoxo, que no ortodoxo ni herético, el cual proyecta al Dios heterodoxo del amor frente al Dios-temor de la ortodoxia antiguotestamentaria. El Dios de Jesús no es el ortodoxo Dios-espíritu (espiritualista) ni tampoco el herético Dios-materia (materialismo), sino el Dios-hombre, la divinidad encarnada como corazón de un mundo sin corazón (para decirlo con el joven Marx y el viejo Vattimo).
Finalmente la heterodoxia aterriza en la realidad política del mundo como democracia, la cual se concibe como el punto medial entre la ortodoxia liberal que acaba en el fascismo y la herética marxista que acaba en el comunismo. La democracia no interpreta al hombre ni como individuo individualista ni como comunal o comunista, sino como persona: la cual es el individuo social. Ahora bien, la democracia liberal se apoya en un capitalismo ortodoxo que conduce al impersonalismo, de ahí la necesidad de predicar/practicar hoy en día una democracia liberal o capitalista heterodoxa, una democracia humanitaria y personalista.
Resultan al respecto significativos personajes contemporáneos como Gandhi, Luther King o Mandela, pero también el Papa Francisco, el cual ya no se presenta como Patriarca sino como Fratriarca. La fraternidad es una idea de origen cristiano rescatada por la Ilustración, cuya función es la de fraternizar o hermanar los contrarios y sus contrastes: por una parte la idea liberal o libertaria de libertad, por otra la idea social o igualitaria de igualdad. Ahora bien, esto solo puede hacerse bajo la batuta del dios Hermes, el remediador heterodoxo de los contrarios y opuestos, el dios del famoso Círculo Eranos.
Hermes es un dios heterodoxo que se distingue del conservador dios Apolo y del revolucionario dios Dioniso. Hermes simboliza la fraternidad y el fratriarcado, en cuanto mediación del matriarcado y del patriarcado, de la diosa y del dios, de ahí su carácter androgínico o coimplicativo. El dios Hermes se interpone así en la lucha machista del héroe tradicional contra el dragón, propugnando su empatamiento o empazamiento, así pues la paz entre los opuestos compuestos.
Hermes es el dios heterodoxo bien templado, el crítico de todo extremismo, maniqueísmo y sectarismo, el que propugna fratrías o hermandades en lugar de clanes y mafias. Es el dios de la democracia heterodoxa –el dios del ágora- , el que se coloca entre la tesis ortodoxa y la antítesis herética, a modo de síntesis no por arriba ni por abajo, sino mediadora y dialógicamente. Podríamos considerarlo como el dios de la clase media que encarna la dialogía entre los contrarios, los ricos y los pobres, buscando la remediación de su extremosidad. Montaigne sería su representante humano en este mundo dividido y cruel.
Pero hay otros buenos representantes de la heterodoxia de Hermes frente a la derechona y la izquierdona: así el poeta francés Houellebecq, autor de una poética contra tirios y troyanos, los hunos y los hotros, y a favor de la humanización de lo humano. En esta ocasión quiero traer a colación la literatura y la música popular de Horacio Guarany, que es el nombre heterodoxo del nombre ortodoxo Eraclio Catalín (con tal denominación de origen no extraña su cambio nominal). Me refiero a su delicioso poema, musicado por él mismo, “Memorias de una vieja canción”, cantado románticamente por Jairo, desgarbadamente por Elio Roca y conjuntamente por Gauchos-4, aquel grupo argentino de sonoridad bien temperada.
3 (Memorias de una vieja canción)
En Memorias de una vieja canción se reivindica heterodoxamente el recuerdo, que remite al corazón, frente a la ortodoxia de la pureza purista y a la herética del olvido y la desmemoria. La pureza purista lleva al puritanismo, mientras que el olvido lleva a la deserción y al nihilismo. “Perdonar pero no olvidar” parece ser aquí la divisa heterodoxa que exorciza el pasado abriéndolo al futuro, en un presente transido y transeúnte, pero no cerrado o bloqueado. Curiosamente se trata de una divisa cristiana en origen (perdonar), aunque al término pagana (no olvidar), la cual no solo sirve para apaciguar el mal, sino específicamente el mal de amores.
En la canción el día comienza sin sol pero asumido como lo más propio: un día sin sol, frío y desamparado, otoñal y lluvioso. Todo es herético, pero la herejía desabrida se convierte en heterodoxia melancólica al asumir la vieja canción inolvidable. No se trata, no, de idealismo o idilio, ya que el autor es bien consciente de que la historia deriva en ausencia, pero es una ausencia revertida en presencia simbólica gracias al recuerdo (que es rememoración cordial). La pérdida del amor real se recupera surrealmente, llorar expía la falta o falla impersonal o destinal, pero el río del devenir acaba en un advenir poético y musical, personalizado por la sonrisa flotante y la fumata o consumación en comunión. A través del recorrido se vivencia un puerto de distancia, así pues el puerto y la distancia, el viaje y el no retorno: la brújula herida marca a la vez la dirección del sentido y su agobio:
Este día sin sol es todo mío
golpea mis ventanas tanto frío.
Una vieja canción en mi guitarra,
una vieja canción no tiene olvido.
Es la misma que un día nos uniera,
en las playas lejanas de tu viejo país.
Y el otoño al ver caer sus hojas,
viene hasta mí y me moja con su llovizna gris.
Por qué no olvido tu canción
será porque tanto te amé,
que aquí sentado en esta pieza
sobre esa misma mesa
anoche te lloré.
Por qué no olvido tu canción,
si el río va y no vuelve más
Reloj eterno de las horas y esta canción que llora
sobre mi ventanal.
La, la, la, la ...
No se mueren las penas por morirse,
jamás muere el amor por un olvido.
Ni se ha muerto en mi pieza tu sonrisa,
fumando en la alta noche estás conmigo.
Con la brújula herida navegando,
mi velero en el humo de un cigarro.
Se recuesta en tu Puerto de distancia,
vuelve a elevar sus anclas pero no volverás.
No volverás: es el desamor. Pero el desamor cierto se asume con un incierto amor, abriéndose así a la ambivalencia o doble valencia de un sentido no de ida y vuelta, sino de ida y revuelta (la heterodoxia no es revolución sino revuelta). El amor se va como el río pero que se revuelve como el mar, que se esfuma en el tiempo exterior y se resuelve en el espacio interior. La ortodoxia sería pensar idealmente que no hay fracaso y volverás, la herejía es pensar que hay fracaso y jamás volverás. Pero la heterodoxia de este amor heterodoxo consiste precisamente en coafirmar los contrarios ambivalentemente, el fracaso y el no fracaso: no volverás pero ya has vuelto, te vas pero vienes en vaivén simbólico, te marchas temporalmente pero dejas un reguero eterno expresado en la sonrisa y la fumata, la noche y el puerto, la playa: frente al día desolador y desolado. Se trata pues de fracasar mejor.
La ortodoxia es incapaz de asumir la heterodoxia, la herejía es incapaz de asumir la ortodoxia. Solo una heterodoxia bien temperada, lúcido/lúdica, recreativa y recreadora, es capaz de situarse entre la ortodoxia y la herética medialmente, dialogalmente, fratriarcalmente. El ser clásico representa el fundamento ortodoxo del mundo, mientras que el anti-ser herético representa la nada y el nihilismo. Sin embargo, la cuestión shakespeareana no es ser o no ser, sino ser y no ser. Como el viejo amor de Guarany, el cual es y no es, no es pero está latente y latiente. Esta estancia simbólica o surreal, crítica del realismo de lo establecido, es la estancia cultural, una estancia que reniega de la ortodoxia de lo real dado y de la herética de su aniquilación, coafirmando la presencia y la ausencia, lo que es y lo que es posible, dejando abierta la puerta a su trascendencia o trascendimiento, siquiera simbólico.
(Conclusión)
He cumplido así con la Asociación aragonesa de Amigos del libro. Quizás la ausencia del dinero diablesco ha posibilitado el decir la verdad, o al menos mi verdad. Tras sufrir de niño en Aragón la lucha armada entre la ortodoxia franquista y la herética comunista, pude recalar en Centroeuropa ya pacificada tras la terrible guerra mundial. A mi vuelta no pude quedarme en esta mi tierra por falta de apoyo, pero pude sobrevivir en el País Vasco en pleno contexto terrorista. A mi regreso ya jubilado he sido bien recibido en Aragón, aunque sigue sin pagarme (quizás por mi heterodoxia cultural), aunque ya no lo necesito. Los necesitados hoy en día son los desahuciados física o culturalmente, los parados y los marginados.
Las claves de nuestra cultura son los clavos de nuestra incultura, la ortodoxia que nos asfixia y la herética que nos abandona en la nada. Necesitamos por tanto una heterodoxia bien temperada o templada, como la del jesuita aragonés Baltasar Gracián, o a nivel internacional la del jesuita francés Teilhard de Chardin. La heterodoxia atemperada de los jesuitas me ha salvado del sofoco ortodoxo y de la marginación herética, quizás porque, aunque no soy jesuita, soy jesuítico (y a mucha honra).
Dios es lo que sobrevive, cuando todo ha desaparecido, así escribe el heterodoxo Cioran frente a lo culturalmente correcto. Cioran no es un herético, como se nos ha presentado, sino un heterodoxo de la Iglesia ortodoxa, de la que su padre era pope. No es un nihilista, como pretende F. Savater, sino un nihilista simbólico o místico, tal y como aparece desnudo en El libro de las quimeras y en sus Cuadernos. Su relación con la muerte es un deseo de “desvenir” o revenir del devenir hasta allegarse al transer. Ni ortodoxo ni hereje, ni ateo ni teísta, ni siquiera agnóstico sino “gnóstico”: un heterodoxo que concibe la vida como muerte o mortal y la muerte como inmortal.
Lo cual no implica una inversión radical de los valores, a lo Nietzsche, sino una reversión de los valores de acuerdo con su visión der la coimplicidad de los contrarios. Esta es la clave más sutil de la cultura actual, que puede estudiarse en mi última obra “El duelo de existir”, así como en mi próximo libro “El Dios heterodoxo”.
(Colofón) El hombre es el animal heterodoxo, porque transita de la naturaleza a la cultura. La heterodoxia de la cultura se muestra como transgresión simbólica de lo real y como transrealización humanizadora de lo real. Y Dios es la máxima heterodoxia cultural.