San Jorge y los símbolos
(Símbolos)
El hombre es un animal simbólico o simbolizador, que articula el mundo a través de un lenguaje común o comunitario de signos y símbolos. Los símbolos son signos pregnantes o preñados de sentido interhumano o convivido, signos afectivos y efectivos, por cuanto expresan y exponen nuestra copertenencia a un ideal vivo y compartido. Los símbolos son signos de coparticipación e implicación, signos cromáticos o coloristas de nuestra experiencia común o comunitaria. Hay símbolos amorosos como el beso, religiosos como la cruz, eclesiales como los sacramentos, eclesiásticos como el Papa, políticos como el Rey, folklóricos como san Jorge, nacionales como la bandera o el himno. El Barça es hoy un símbolo porque, además de su significado como club de fútbol, añade una significación o sentido (cultural).
Los auténticos símbolos representativos no pueden ni deben ser meros signos ideológicos o partidistas, ni “idiológicos” o particulares, sino comunes o comunitarios; se trata de consignos a modo de consignas. De ahí su importancia social, la cual queda mermada cuando un símbolo se desimboliza. Por ejemplo, el símbolo del Rey o de la realeza convertido en mera surrealeza, el símbolo del Papa o del papado convertido en ideológico, el símbolo del Presidente o de la presidencia convertido en “idiológico” o privado, el símbolo del Estado convertido en abstracción, el símbolo de una religión como la cristiana –la cruz- pervertido en cruzada, el beso de Judas revertido en traición.
Así que los símbolos encarnan consecuentemente aquello que representan, pero tanto lo representado como el modo de representar pueden ser buenos o malos. Por eso los símbolos son obviamente buenos o malos, positivos o negativos, benéficos o maléficos. La cruz cristiana simboliza la encrucijada de la vida que asume piadosamente la muerte, mientras que la cruz gamada hitleriana simboliza el movimiento expansivo y agresivo de la vida hacia la muerte mortífera. Tradicionalmente el más relevante símbolo positivo es Dios, y el más relevante símbolo negativo es el diablo.
Todo símbolo es positivo si nos representa vitalmente, todo símbolo es negativo si nos representa negativamente. El auténtico simbolismo vivifica a la humanidad, pero si la aliena o mortifica debe ser rechazado iconoclastamente, como en occidente, o bien vaciado como en el simbolismo cóncavo oriental. Pues el poder del símbolo se basa en su potencia de simbolización, implicación y amplificación del sentido. No se trata entonces de morir por los símbolos sino de revivir a su través, no se trata de morir por las banderas y sus banderías, sino de que las banderas mueran in extremis por nosotros, ya que deben estar al servicio de la humanidad y no de la inhumanidad.
(San Jordi)
Hablo de san Jordi para señalar a san Jorge sin dejar la garganta estropeada, ni confundir al santo héroe con Gargantúa. San Jordi/Jorge es el símbolo del héroe matadragones clásico, con el monstruo diablesco a sus pies, alanceado beligerantemente. Se trata del simbolismo del Bien frente al Mal, en donde san Jordi representa el bien o lo bueno, y el dragón el mal o lo malo a eliminar, erradicar o liquidar. Vano intento heroico, porque el mal es radical e irradicable, y solo se puede/debe apaciguar o reconvertir, amansar o trasformar, filtrar o asumir siquiera críticamente, sublimar o trasfigurar.
San Jordi/Jorge es el héroe occidental nada accidental, patrono en Inglaterra, Polonia, Grecia, Cataluña o Aragón. El héroe occidental es el héroe occisorio del otro y la otredad, de lo distinto y diferente, de la mala sombra proyectada por nuestra buena luz conquistadora. Por eso el héroe tradicional de las mil y una caras es un cara-dura: el que planta cara al mal que él mismo produce con su actitud belicosa. Ahora bien, frente al extremo del héroe vencedor como san Jordi/Jorge, así como frente al antihéroe vencido como san Sebastián, uno abogaría por empatar/empazar dicha lucha, mediando y remediando entre los contrarios.
Al respecto hay una aportación cultural de Cataluña que merece todo el respeto. Se trata de la conocida donación de un libro y una rosa en el mismo día de san Jordi, un símbolo que convierte al santo héroe en subhéroe literario. En efecto, aquí san Jordi sería el símbolo del escritor que moja su lanza, reconvertida en pluma, en la tinta roja de la sangre del dragón, encarnado en la rosa roja de la donación. Yo encontraría aquí un influjo de la Princesa cautiva y liberada, la cual parece entrometerse entre san Jordi y el dragón cual ánima femenina, la cual pacificaría al animal ánimo masculino. Ello connotaría un intento por trasmutar al dragón y lo dracontiano, que como sabemos representa el mal y su corrupción omnímoda.
(El tema de nuestro tiempo)
De esta guisa, se trataría de tomar conciencia crítica del mal y su corrupción, poniéndole remedio simbólico y real. Nuestro tiempo está tomando conciencia rauda del mal: es el tema de nuestro tiempo, un tema que recupera la concepción pesimista del hombre propia del protestantismo (luterano), frente a la concepción optimista del hombre propia del catolicismo sudista y bullanguero, pero sin pasarnos al extremo ni al enemigo, sino siempre re-mediando los opuestos. En este contexto, San Jordi simboliza la razón, mientras que el dragón encarna el corazón: diálogo de norte y sur, protestantismo y catolicismo, indoeuropeos y mediterráneos, razón y corazón.
De momento tanto los unos como los otros, los hunos y los hotros, deberíamos replantear críticamente el simbolismo tradicional del héroe y del dragón, reconvirtiendo al héroe patriarcal en un (anti)héroe fratriarcal, cuyo lábaro o bandera no sea meramente la patria ideológica del Estado ni la matria “idiológica” de la nación, sino la Fratria común o hermandad universal, o más exactamente, unidiversal. La cual tiene por objeto el bien común, y por sujeto la persona comunitaria frente al loco individualismo capitalista.
Los auténticos símbolos abiertos liberan al hombre y lo expanden, así ocurre con las imágenes de la belleza de que nos surte nuestro imaginario, junto a las imágenes de la fealdad a las que empero hay que tener en cuenta para su asunción crítica. Y es que más vale una imagen que un vocablo, un gesto que una gesta, un símbolo que un signo. Como saben los angloparlantes, la imaginación es la realización proyectiva de la realidad, pues la imagen simbólica constituye la con-figuración de lo real.
El hombre es un animal simbólico o simbolizador, que articula el mundo a través de un lenguaje común o comunitario de signos y símbolos. Los símbolos son signos pregnantes o preñados de sentido interhumano o convivido, signos afectivos y efectivos, por cuanto expresan y exponen nuestra copertenencia a un ideal vivo y compartido. Los símbolos son signos de coparticipación e implicación, signos cromáticos o coloristas de nuestra experiencia común o comunitaria. Hay símbolos amorosos como el beso, religiosos como la cruz, eclesiales como los sacramentos, eclesiásticos como el Papa, políticos como el Rey, folklóricos como san Jorge, nacionales como la bandera o el himno. El Barça es hoy un símbolo porque, además de su significado como club de fútbol, añade una significación o sentido (cultural).
Los auténticos símbolos representativos no pueden ni deben ser meros signos ideológicos o partidistas, ni “idiológicos” o particulares, sino comunes o comunitarios; se trata de consignos a modo de consignas. De ahí su importancia social, la cual queda mermada cuando un símbolo se desimboliza. Por ejemplo, el símbolo del Rey o de la realeza convertido en mera surrealeza, el símbolo del Papa o del papado convertido en ideológico, el símbolo del Presidente o de la presidencia convertido en “idiológico” o privado, el símbolo del Estado convertido en abstracción, el símbolo de una religión como la cristiana –la cruz- pervertido en cruzada, el beso de Judas revertido en traición.
Así que los símbolos encarnan consecuentemente aquello que representan, pero tanto lo representado como el modo de representar pueden ser buenos o malos. Por eso los símbolos son obviamente buenos o malos, positivos o negativos, benéficos o maléficos. La cruz cristiana simboliza la encrucijada de la vida que asume piadosamente la muerte, mientras que la cruz gamada hitleriana simboliza el movimiento expansivo y agresivo de la vida hacia la muerte mortífera. Tradicionalmente el más relevante símbolo positivo es Dios, y el más relevante símbolo negativo es el diablo.
Todo símbolo es positivo si nos representa vitalmente, todo símbolo es negativo si nos representa negativamente. El auténtico simbolismo vivifica a la humanidad, pero si la aliena o mortifica debe ser rechazado iconoclastamente, como en occidente, o bien vaciado como en el simbolismo cóncavo oriental. Pues el poder del símbolo se basa en su potencia de simbolización, implicación y amplificación del sentido. No se trata entonces de morir por los símbolos sino de revivir a su través, no se trata de morir por las banderas y sus banderías, sino de que las banderas mueran in extremis por nosotros, ya que deben estar al servicio de la humanidad y no de la inhumanidad.
(San Jordi)
Hablo de san Jordi para señalar a san Jorge sin dejar la garganta estropeada, ni confundir al santo héroe con Gargantúa. San Jordi/Jorge es el símbolo del héroe matadragones clásico, con el monstruo diablesco a sus pies, alanceado beligerantemente. Se trata del simbolismo del Bien frente al Mal, en donde san Jordi representa el bien o lo bueno, y el dragón el mal o lo malo a eliminar, erradicar o liquidar. Vano intento heroico, porque el mal es radical e irradicable, y solo se puede/debe apaciguar o reconvertir, amansar o trasformar, filtrar o asumir siquiera críticamente, sublimar o trasfigurar.
San Jordi/Jorge es el héroe occidental nada accidental, patrono en Inglaterra, Polonia, Grecia, Cataluña o Aragón. El héroe occidental es el héroe occisorio del otro y la otredad, de lo distinto y diferente, de la mala sombra proyectada por nuestra buena luz conquistadora. Por eso el héroe tradicional de las mil y una caras es un cara-dura: el que planta cara al mal que él mismo produce con su actitud belicosa. Ahora bien, frente al extremo del héroe vencedor como san Jordi/Jorge, así como frente al antihéroe vencido como san Sebastián, uno abogaría por empatar/empazar dicha lucha, mediando y remediando entre los contrarios.
Al respecto hay una aportación cultural de Cataluña que merece todo el respeto. Se trata de la conocida donación de un libro y una rosa en el mismo día de san Jordi, un símbolo que convierte al santo héroe en subhéroe literario. En efecto, aquí san Jordi sería el símbolo del escritor que moja su lanza, reconvertida en pluma, en la tinta roja de la sangre del dragón, encarnado en la rosa roja de la donación. Yo encontraría aquí un influjo de la Princesa cautiva y liberada, la cual parece entrometerse entre san Jordi y el dragón cual ánima femenina, la cual pacificaría al animal ánimo masculino. Ello connotaría un intento por trasmutar al dragón y lo dracontiano, que como sabemos representa el mal y su corrupción omnímoda.
(El tema de nuestro tiempo)
De esta guisa, se trataría de tomar conciencia crítica del mal y su corrupción, poniéndole remedio simbólico y real. Nuestro tiempo está tomando conciencia rauda del mal: es el tema de nuestro tiempo, un tema que recupera la concepción pesimista del hombre propia del protestantismo (luterano), frente a la concepción optimista del hombre propia del catolicismo sudista y bullanguero, pero sin pasarnos al extremo ni al enemigo, sino siempre re-mediando los opuestos. En este contexto, San Jordi simboliza la razón, mientras que el dragón encarna el corazón: diálogo de norte y sur, protestantismo y catolicismo, indoeuropeos y mediterráneos, razón y corazón.
De momento tanto los unos como los otros, los hunos y los hotros, deberíamos replantear críticamente el simbolismo tradicional del héroe y del dragón, reconvirtiendo al héroe patriarcal en un (anti)héroe fratriarcal, cuyo lábaro o bandera no sea meramente la patria ideológica del Estado ni la matria “idiológica” de la nación, sino la Fratria común o hermandad universal, o más exactamente, unidiversal. La cual tiene por objeto el bien común, y por sujeto la persona comunitaria frente al loco individualismo capitalista.
Los auténticos símbolos abiertos liberan al hombre y lo expanden, así ocurre con las imágenes de la belleza de que nos surte nuestro imaginario, junto a las imágenes de la fealdad a las que empero hay que tener en cuenta para su asunción crítica. Y es que más vale una imagen que un vocablo, un gesto que una gesta, un símbolo que un signo. Como saben los angloparlantes, la imaginación es la realización proyectiva de la realidad, pues la imagen simbólica constituye la con-figuración de lo real.