Construyamos un mito real.

Y la riada anegó todo un imperio.

Construyamos un mito real.

Es fácil dejarse conducir si además se está predispuesto a ello. ¿Cómo se pasa del mito a la realidad? ¿Cómo se construye esa realidad?  Pues nada mejor que presentar datos “incontestables”, “reales”, “de andar por casa”.  Un edicto imperial, un censo, una familia “normal”, unos pescadores, un lago que está “allí”,  una higuera, un procurador con nombre y apellido, una piscina... Y también un estilo literario,  un “recordar las fuentes”, un cumplimiento de lo que antes se había dicho...

 El viaje merecía la pena. Porque admitido el personaje, habrá que dar un salto, peligroso, sí, pero posible. ¿Qué más da, luego, rodearlo de caracteres  que se van sumando en escala geométrica? Cuanto más tiempo pasa, más fácil es construir otras realidades. Así hasta el galimatías actual, donde ya se sacan dogmas traídos por los pelos: Inmaculada, Cristo Rey, infalibilidad del representante, presencia real en la Eucaristía, asunción de su madre... 

 Será hijo de carpintero,  conocedor de las leyes judías y del Antiguo Testamento, de verbo fácil –hasta convertirlo en el mismo Verbo--, encandilador de masas... ¿No es esto creíble? Lo es. Pues hete aquí un personaje histórico. 

Pero nada más cierto que Jesucristo fue algo inventado; alguien sin representación personal alguna; un ser legendario convertido en un supra-hombre por sus fanáticos seguidores; un “verdadero” hijo de Dios. Un dios más. 

Una pregunta inquietante ronda a quienes se retrotraen a los primeros tiempos del cristianismo: ¿es que nadie, sobre todo en los inicios del cristianismo, se dio cuenta y denunció tamaña impostura? 

Pues sí. Los hubo. 

Lógicamente, los primeros escépticos fueron los así llamados por ellos “paganos”. Tamaña desmesura doctrinal –un “dios” encarnado, un mito hecho realidad— les producía desde perplejidad hasta hilaridad, aunque la actitud más común fue la indiferencia. ¡Tantas cosas había y se veían en Roma en cuestión de credulidad! Y eso fue lo que perdió a la religión oficial. 

Para esos “paganos”, especialmente para la gente docta, todo eso que decían de Cristo no era sino una fábula absurda, fabricada por mentes recalentadas y carente de cualquier evidencia que la sustentara. Calificado todo como “pernitiosa supersticio”. 

Los furibundos ataques de los pensadores y sacerdotes “paganos” generó en los cristianos cultos una reacción que propició aún más la desmesura doctrinal. Hoy son llamados “Padres de la Iglesia”:

1º) defensa hasta con la vida de lo que creían: ¿qué mayor testimonio de una verdad?

2º) repetición “ad nauseam” de que lo ocurrido fue real, fue histórico.

3º) infravaloración de los argumentos del contrario arguyendo su vida disoluta, su carencia de moral

4º) acumulación de “tratados” literariamente a la altura de los escritores paganos y de “apologías” contundentes que servían, a la vez, para desmontar las creencias paganas

5º) hacer ver ante la gran masa que su categoría moral estaba por encima de todos, acompañado todo ello por servicios sociales, ayuda a los necesitados, etc.

 Y ganaron la partida. Las razones son infinitas y de profundo calado histórico, pero no es éste momento para comentarlas. Y ahí siguen tras dos mil años de crecimiento, madurez y decadencia. Puede que sigan otros dos mil años. El coto al desatino se encuentra en la indiferencia.

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