Descendió a los infiernos (Descendit ad inferos).

Ya desde mis años jóvenes ese párrafo del credo suscitaba en mí una como inquietud intelectual por saber o comprender lo que quería significar: “…padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos…”

Infierno tiene una polisemia digna de mejor estudio. En tal descenso "ad ínferos”, o sea, zonas inferiores, es de suponer que Cristo no fue a ese lugar de fuego y condenación donde es el llanto y crujir de dientes. Tampoco se podría considerar, como descenso a no se sabe dónde, la nueva versión del infierno que ofrecen sendos papas presentes en nuestro presente. Tendremos que quedarnos con lo único que sabemos por relatos afines: debe ser el aséptico Hades de los griegos donde los muertos vegetan y ni hacen ni padecen. ¿O en el catolicismo hay más infiernos? Téngase en cuenta que se dice "infiernos" y no "seno de Abraham" como otros dicen.

Conmovedoras son las leyendas de Ishtar o de Orfeo, un Cristo éste “avant la lettre”, que desciende al Hades en busca de su amada Euridice, representante de la rea humanidad. Orfeo no lo consigue pero Cristo sí: de ese lugar gélido rescata a todos los justos que habían muerto antes de su venida al mundo. También a ellos les llega la salvación. Eso es lo que dicen los textos sagrados. Aparece en el “credo” como dogma de fe y es de suponer que todo ese galimatías teológico lo creen y lo mantienen los nuevos católicos, los surgidos del Concilio Vaticano II y los que hoy día acomodan las creencias oficiales a las suyas.

Volvemos a lo de siempre: ¿es eso una realidad o simplemente una leyenda parida por la imaginación de generaciones pretéritas? ¿Una leyenda que poco o nada dice a las actuales pero mantenida por el enorme peso que tiene la Tradición en las religiones? ¿Y se puede vivir haciendo de leyendas fundamento de la espiritualidad de las personas?

Quizá haya un temor sobrevolando los credos: lo mismo que tal descenso asciende de las leyendas, puede que el resto de lo que el confiado crédulo cree, éste es el temor, sea también producto de los abismos insondables de imaginación.

La creencia cree cualquier cosa, por más inverosímil que parezca, con tal de que haya muchos centenares de miles que crean lo mismo. Admitirá que el mismo derecho que tiene un católico a dar su asentimiento al Credo de los Apóstoles lo tuvieron babilonios, asirios, griegos, celtas o mexicas a creer lo que les viniera en gana. Pero ahí está la otra credulidad razonadora de los fieles de la fe verdadera: tales creencias no católicas son burdas mentiras, engaños de sus sacerdotes para tenerlos sometidos y mansos.

Eso mismo pensaban otros, y piensan, del catolicismo.

La creencia en el descenso a los infiernos deriva del deseo, que se torna creencia, de inmortalidad. Ésta a su vez del miedo a la muerte y del instinto de conservación. ¡Todo tan humano! Y esto es sabido desde que se pueden leer documentos conservados: mitos egipcios, babilonios, helénicos…

En Egipto son Ra y Osiris los que combaten a las fuerzas del averno. Entre los babilonios al menos mil años –¿o son tres mil?-- antes de que Cristo apareciera se conocía la bajada a los infiernos de la diosa Ishtar en busca de su amado Tammuz. Asimismo está documentada la leyenda del dios Nergal, siglo XIV a.c. que baja a los infiernos, desencadena un terremoto y vence a las fuerzas del mal. El dios patrón de Babilonia, el buen pastor Bel Marduc, también abre violentamente las mazmorras y rescata a los prisioneros, que lo miran como su salvador. Otro sosias de Cristo, Hércules o Heracles, somete a las fuerzas del Averno, trae la luz a los muertos desfallecidos y los libra de la cárcel. ¿No suenan a algo estas palabras: “La muerte ha sido quebrada, tú has vencido al reino de la muerte.”? Pregunten a Pablo de Tarso. Hasta al mismo Pitágoras, siglo III a.c., se le permite bajar al Averno para salvar a los apresados.

Sí, todo será mentira, falsedad e invención, pero Pedro también fue liberado “milagrosamente” de la prisión, según el libro “histórico” Hechos de los Apóstoles. ¿Y esto pasa por ser verdad? Debe serlo cuando hasta en Roma le dedican un templo –San Pedro ad Vincula—donde Miguel Ángel quiso, y no llegó a tiempo, alzar un monumento a su mecenas Julio II.

¿Cómo no iba a bajar Jesús a los infiernos?
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