España, como pollo sin cabeza.
¿Qué gente o gentuza está al frente del Estado? ¿Qué personas están al frente de la mayor empresa nacional que son todos los Ministerios del Estado? ¿No estamos conducidos por guías ciegos que con sonrisas placenteras llevan España al abismo de la irrelevancia?
| Pablo Heras Alonso.
Apenas conozco, por no decir que ignoro, la trayectoria escolar, laboral o profesional de los distintos súper ministros, viceministros y ministrillos que conforman la banda o tribu que rige la empresa nacional, pero sí soy y somos todos conocedores y conscientes de los resultados de sus decisiones políticas, que afectan a la vida diaria de los sufridores currantes.
De ello podemos inferir el bagaje instructivo de dichos próceres, elevados sin merecimiento alguno a la categoría de dirigentes de la política del Estado.
Sin pretender generalizar, que alguno habrá que se salve, parecen todos unos advenedizos que, o vienen a lucrarse por unos años del dinero y el prestigio que el cargo otorga, o bien saben que están muy de paso por los pastizales del Estado, de donde saldrán aureolados para seguir con lo suyo.
¿Proyecto de Estado? ¿Y eso qué es?, piensan para sus adentros. ¿Deseo de convertirse en “estadistas” que ven con claridad cómo debe ser una nación que pretenda encumbrarse en el rango y concierto de las naciones? ¿Deseo de qué?, dicen. ¿Proyectos que ilusionen a la sociedad y sirvan de estímulo a los ciudadanos de a pie? Mi cabeza no da para tanto, reconocen.
Es más, no es que sean inocuos en su vacío de ideas y decisiones, es que son manifiestamente obstruccionistas de proyectos; sólo saben prohibir; cercenan cualquier idea de progreso; muchas de las decisiones que toman están en consonancia con la irrealidad en que viven; laboran únicamente por el modo, que incluso pretenden sea el menos oneroso, de exprimir a la exangüe vaca nacional para que el Estado engorde, convencidos de que son ellos el Estado; se agitan por los cenáculos del poder ofuscados por la parafernalia de carteras, asientos, vehículos, viajes, retratos, palacios, relaciones, prebendas, homenajes, presencias o ausencias… en que viven su diario acontecer.
De nuevo la pregunta: ¿de qué antro de inutilidad ha salido esta tribu de ninguneados? Creen que tienen ideas porque alguna vez han gritado; creen que son algo porque en determinado contubernio el público calló y escuchó las cuatro ideas leídas la noche anterior en un libro de principios de siglo (XX); creen que son cualificados creadores de opinión porque escribieron un panfleto en la gaceta del barrio o del partido; o porque asistieron como contertulios silentes en un foro de televisión; creen tener convicciones porque repiten una y otra vez la misma idea que, por reiterada, han convertido en trasnochada; a fuerza de decir siempre lo mismo, han llegado a exprimirse tanto que han caído en la categoría griega del "ioiótes".
Son como los “soldados de fortuna”, ascendidos en el escalafón militar porque en tal batallita de nula trascendencia histórica consiguieron evadirse del riesgo de morir o se vieron en la imperiosa dicotomía de matar para no morir, héroes desde entonces. Son políticos recriados en las tertulias y fogueados en las luchas de partido llevadas a cabo por medio de dimes o diretes, no en el bregar diario de sacar adelante una empresa o proyecto económico solvente.
Tienen en su haber una genética verborreica, que engatusa al personal con palabras hueras y sonrisas convincentes. Carecen de preparación, no les asiste un pasado discente de estudio serio y profundo, no han tenido tiempo para nutrir su inteligencia con el suficiente hartazgo de Historia. Disfrutan de una cierta “chispa natural” que les hace parecer "algo" sin posibilidad ni intención alguna de llegar a ser “alguien” en el decurso histórico de la nación.
Insisto en lo del “hartazgo de Historia”. Ya que no serán capaces de prever las consecuencias de sus decisiones, podrían amarrarse a la prudencia si supieran que algo así sucedió en el pasado. Frente a este necesario baúl de conocimiento histórico, su bagaje cultural se nutre de la media docena de ideas cogidas al vuelo en disputas de partido o en foros sin sustancia.
¿Qué les sucede cuando llegan a puestos culminantes o se enfrentan a situaciones de prueba? Pues ni más ni menos que no saben qué hacer. Recurren a razonamientos hueros y tratan de adoptar resoluciones en las que, como mucho, buscan que no parezcan obra del amor propio o de la presunción. Y ahí quedan, vencidos en el páramo de los hechos, después de haber jugado tontamente como chicos en el jardín de las ideas.
¿Se podrá decir, dentro de unos decenios, que quedó algo de su inane paso por el erial en que convirtieron esta España de todos? ¿Hay algo de lo que hacen y dicen que sea recuperable y provechoso?