LA INVENCIÓN DE JESÚS DE NAZARET: UN LIBRO DESMITIFICADOR /2

Somos como enanos sentados a hombros de gigantes (Bernardo de Chartres)

En la primera parte del libro comentado se parte del análisis histórico de las fuentes para poder acceder a la figura del Nazareno desde una perspectiva etic (externa a la fe) contrapuesta a la perspectiva emic (interna) propia de la teología. Se distingue entre fuentes cristianas y no cristianas.

Entre las primeras el autor analiza las cartas de Pablo, los evangelios canonizados y algunos de los denominados apócrifos. Pablo, sin embargo, no tiene interés en la figura histórica de Jesús, sino en el Cristo celeste. Los evangelios sinópticos, partiendo de Marcos, contienen relatos edificantes sobre la figura mitificada de Jesús, reinterpretada desde Jahvé, por ejemplo como cumplimiento de la figura sufriente del “siervo de Jahvé”, por lo que su valor como fuente fidedigna es muy limitado. 

Más valor tiene entre las fuentes no cristianas el testimonio del historiador judío Flavio Josefo (Testimonium Flavianum) en su obra Antigüedades judías. Entre los investigadores confesionales, aun aceptando las interpolaciones cristianas, se ha supuesto una visión neutral o incluso positiva del hipotético texto original de Josefo. Esta tesis, defendida por J. P. Meier,  se extendió a otros muchos exegetas.

F. Bermejo, por el contrario, defiende una reconstrucción del original que contenía una visión más negativa de Jesús, puesto que éste aparece ubicado en la serie histórica de los mesianistas apocalípticos que provocaron revueltas antirromanas y llevaron al pueblo judío al desastre del año 70.

Un original negativo explicaría mejor la interpolación cristiana: “Con toda probabilidad, el texto original de Josefo reflejaba una visión displicente de Jesús” (p. 53). Menos valor tienen las breves referencias de historiadores romanos, como Plinio el Joven, Tácito, quien menciona la crucifixión por Pilato bajo Tiberio, o  Suetonio.

El autor refuta a continuación la hipótesis minoritaria del mitismo, que interpreta a Jesús como una figura ficticia o mítica. Bermejo, como Alfred Loisy hace más de un siglo, considera la existencia real de Jesús como la hipótesis más sencilla, de acuerdo con el principio de economía de Ockham. Entre el maximalismo confesional y el hipercriticismo escéptico, Barmejo mantiene un minimalismo histórico, de carácter crítico, basado en “los resultados alcanzados a lo largo de la historia de la investigación” (p. 82), aunque sin duda sea imposible reconstruir una biografía de Jesús. Se sitúa, pues, como Alfred Loisy, a medio camino entre los teólogos y los mitólogos.

A partir de un examen crítico de las fuentes, se pueden reconstruir las líneas básicas de la figura de un Jesús plenamente judío de etnia y de religión, en el contexto del s. I, un predicador galileo, discípulo del Bautista, que anunció la llegada inminente del Reino de Dios (que nunca llegó) y terminó crucificado por Pilato por delito de sedición contra el imperio.

Un Jesús totalmente humano y que nunca se consideró divino ni Dios encarnado. Los propios evangelios no contienen solo elementos míticos y legendarios, sino vestigios de hechos históricos plausibles. Ello se opone al “conjunto de presupuestos derivados de la fe y la teología cristianas”, transmitidos por adoctrinamiento en la infancia y que fueron “hasta hoy el principal factor distorsionante en el examen de la figura de Jesús” (p. 89). Entre tales prejuicios se cuenta la afirmación de Jesús como el fundador de la nueva religión cristiana y de una iglesia jerárquica encargada de administrar un nuevo culto sacramental.

En el último capítulo de la primera parte aborda el autor el problema de la metodología para discernir el material históricamente fiable del que no lo es, al tiempo que se clarifica la tarea propia del historiador a diferencia del teólogo. La investigación tradicional ha elaborado un conjunto de criterios específicos (ad hoc) para el estudio de los evangelios y de su protagonista. Ello muestra el sesgo ideológico, reflejo de una visión emic, que entiende a Jesús como una figura única e incomparable. Bermejo, sin embargo, señala los límites de este enfoque y prefiere hablar de “indicios” en vez de “criterios”, cuestionando la capacidad heurística de éstos.

La mente de un investigador nunca es una tabula rasa al estilo inductivista de F. Bacon. Más bien, las preconcepciones sobre quién fue o debió de ser Jesús, así como las creencias y expectativas previas parecen determinar el uso de la criteriología tradicional puesta al servicio de la subjetividad de cada autor.

Debido a ello, Bermejo considera más riguroso reemplazar el uso abusivo de los criterios por el uso más modesto y realista de “indicios” o de un “paradigma indiciario”. En analogía médica con los síntomas de una enfermedad, se puede hacer una lectura de los textos evangélicos, indagando los vestigios o huellas que se ocultan bajo la superficie del texto y que hay que descifrar. Algo similar a una hermenéutica de la sospecha, que indaga y desvela lo oculto bajo la superficie.

El autor señala en particular la relevancia heurística del índice de dificultad para el material embarazoso y sobre todo -recurriendo a otros autores, como Dale Allison- los llamados “patrones de recurrencia”. Por ejemplo, para la primera teología cristiana era difícil explicar el bautismo de Jesús por Juan, pues revelaba su conciencia de pecado, o la misma crucifixión romana, destinada solo a insurgentes sediciosos, la dimensión política del mensaje de Jesús así como dichos y hechos violentos.

La aplicación de los “patrones de recurrencia” permiten descubrir nuevas hipótesis unificando datos dispersos como disiecta membra en forma de totalidades significativas, al modo de fragmentos de una pieza de cerámica que se reconstruye. El autor señala las numerosas similitudes entre Juan Bautista y Jesús (cfr. p. 329), dos figuras que la exégesis tradicional contrapone con una brecha o abismo entre ambos. Igualmente, el mismo índice avala la hipótesis de un Jesús resistente antirromano, a partir de citas aisladas y desconectadas en los evangelios. 

Finalmente, se insiste en  la función del historiador, que no consiste en aportar certezas apodícticas, sino en construir conjeturas o hipótesis alternativas, de acuerdo con una epistemología de la incertidumbre, donde no existen certezas absolutas, sino propuestas verosímiles y revisables dentro de la comunidad de investigadores, la encargada de evaluar el valor epistémico de las hipótesis o el cambio de paradigmas teóricos, en oposición a todo dogmatismo.

El historiador no puede garantizar certidumbres completas, pero tampoco incertidumbre total. Sí puede sortear la Escila del maximalismo dogmático de los teólogos (o creyentes crédulos) y la Caribdis del escepticismo total de los autores  mitistas.

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