LA INVENCIÓN DE JESÚS DE NAZARET: UN LIBRO DESMITIFICADOR /4

Los hombres llegan a ser dioses mediante una sobreabundancia de virtud (Aristóteles)

En la tercera parte del libro, Fernando Bermejo analiza el proceso de construcción del Cristo  sobrehumano, que lleva a la divinizacióndel Nazareno en un camino ascendente de apoteosis, semejante al de otros personajes del mundo helenístico, por lo que se da un salto de la historia a la ficción del Cristo mitificado.

El autor deja clara su tesis: “El Jesús que una reconstrucción histórica rigurosa vislumbra, difiere sensiblemente del transmitido por la tradición cristiana: el nacionalista antirromano y visionario apocalíptico fracasado resulta ajeno a la imagen omnipresente en el imaginario occidental” (p. 339).

Para explicar las expectativas frustradas y la superación del trauma producido en los discípulos por el proyecto fracasado del maestro con el castigo romano de la cruz, Bermejo recurre a la teoría psicológica de la “disonancia cognitiva” de Festinger. Según ésta, los discípulos pudieron conjurar su enorme fracaso con una nueva reformulación de sus creencias, que les permitieron recuperar “la autoestima que otorga sentido a la existencia” (p. 344).

Trataron de racionalizar el fracaso mediante procesos de espiritualización de los sucesos y una reinterpretación de Jesús como un referente de las Escrituras, aplicando al maestro la figura del siervo sufriente de Yahvé y del justo sufriente vindicado por Dios.

 Las “experiencias pascuales” referidas a la resurrección y a presuntas apariciones condujeron a la exaltación del maestro en el culto y en la elaboración doctrinal de una cristología progresivamente ascendente. Jesús pudo creerse un Mesías libertador de Israel (Lc 24, 21), pero de ningún modo se consideró un ser divino, ni tampoco lo consideraron divino sus discípulos antes de su muerte infamante en la cruz, lo que sería una blasfemia para un monoteísta judío. Naturalmente, tampoco fue objeto de culto durante su vida terrenal.

La pregunta fundamental para un historiador es, pues, ¿de qué forma el galileo Jesús, siendo totalmente humano, llegó a convertirse en divino? Jesús, como otros importantes benefactores (euergétai) del mundo judío y grecorromano, después de su muerte sufrió un lento y gradual proceso de deificación, pasando de ser un mero ser humano a tener categoría de hombre divino (theîos anér), siendo exaltado como Señor (Kýrios), como salvador universal (sotér) e Hijo Unigénito (monogenés) de Dios, y finalmente elevado al rango ontológico, definido como consustancial (homooúsios), o sea de la misma sustancia, naturaleza o esencia que Dios Padre, y hasta coeterno con Él.

Esto sucederá 300 años más tarde en el concilio I de Nicea (325), lo que implica una verdadera metamorfosis o mutación ontológica del personaje. A la exaltación piadosa en el culto, proseguirá de forma paralela la exaltación ontológica a nivel especulativo de los doctos teólogos, acompañada de una exaltación de carácter moral como modelo ejemplar, que perdura hasta nuestros días.

En la antigüedad grecorromana, afirma Bermejo, hay numerosos casos de seres humanos divinizados, exaltados a los cielos por un proceso de apoteosis.  Así, César Augusto en Roma, siendo un hijo adoptado, fue elevado a la categoría de numen divino al que se le rendía  culto. Rómulo, fundador mítico de Roma, fue ascendido a los cielos y se le dio culto como a un dios. En el contexto judío, Moisés, entre otros, también fue elevado a los cielos y convertido en un ser divino. Igualmente, las figuras judías de Henoc y Elías fueron exaltadas al cielo sin pasar por la muerte.

Entre los griegos, encontramos también casos de seres humanos que por sus elevadas acciones benefactoras, sus gestas heroicas, extraordinarias o prodigiosas, adquieren la inmortalidad por apoteosis. Es el caso de Heracles después de sus duros y fatigosos  trabajos, Dioniso, Perseo o Asclepio, el sanador de Epidauro. Aristóteles en su Ética a Nicómaco (libro VII) hace referencia a aquellos humanos que “se convierten en dioses (gígnontai theoí) por su extraordinaria virtud”.  El filósofo siciliano Empédocles es un ejemplo notorio de tal divinización, como lo había sido Pitágoras de Samos.

Esta misma teoría de la conversión de hombres notables  en dioses mediante  apoteosis es defendida por Evémero de Mesene (s. IV a.e.c.) y el evemerismo tuvo una gran influencia en la época helenística. Una idea semejante había sido defendida antes por el sofista Pródico de Ceos.

Así pues, los modelos helénicos y romanos fueron aplicados a Jesús por un proceso normal de ósmosis cultural. Heracles fue benefactor o salvador de los mortales por vencer fuerzas malignas y Jesús, de forma paralela, fue proclamado salvador universal por haber vencido al Maligno de la tradición apocalíptica judía. 

Fernando Bermejo distingue en el N. T. dos modelos cristológicos de divinización: a) un modelo ascendente, donde un ser humano es exaltado al cielo mediante apoteosis y b) un modelo descendente, de preexistencia o teofanía, donde un ser divino desciende a la tierra como revelador, se hace humano con una misión salvadora para después regresar al cielo. Ambos modelos aparecen yuxtapuestos en los textos neotestamentarios.

El primer modelo se encuentra en Pablo y en los tres sinópticos y en el discurso de Pedro de Hechos (2,36). Marcos adelanta la divinización al bautismo, mientras Mateo y Lucas la retrotraen al nacimiento virginal, por lo que María no es cubierta con semen de varón, sino con la sombra del Espíritu Santo. En la mitología griega hay casos paralelos de hijos de mujeres y dioses inmortales. Por ejemplo Zeus, transformado en lluvia de oro, deja embarazada a Dánae y de la unión nace Perseo.

El segundo modelo de deificación afirma la preexistancia y aparece claramente en el prólogo del cuarto Evangelio, el más tardío. Jesús es aquí la Palabra divina (Lógos) preexistente  junto a Dios, que desciende del cielo y se hace carne humana. Así pues, a través de un lento proceso de deificación, a partir del hombre Jesús convertido en ser divino, se concluyó en la teofanía del Dios hecho hombre, que constituirá el futuro dogma de la encarnación.

Resumiendo, Jesús sufrió una exaltación  religiosa a través del culto, convirtiéndolo en una figura divina a la derecha de Dios Padre. A ella se sumó la exaltación teológica que hacen los expertos por medio de categorías metafísicas griegas, ajenas a los textos bíblicos.

 Bermejo concluye esta parte  con “la consolidación moderna de la ficción o la secularización del mito”. Con ello se refiere a la exaltación moral de Jesús como paradigma sublime de ejemplaridad ética: “Un maestro de moralidad superior, hombre de bondad irreprochable y víctima inocente”   (p. 490), una imagen que ha triunfado entre intelectuales diversos, ateos incluidos, y también en el imaginario colectivo. La exaltación cultual, ontológica y moral se completó con la construcción estética a través de numerosas obras de arte, pintura, escultura o el cine. Esta imagen mitificada del Nazareno se hizo a costa de su desjudaización, su despolitización y desescatologización.

Por supuesto, para la teología ortodoxa tradicional es inaceptable aplicar a Jesús el Cristo la hipótesis científica de un proceso de deificación de un ser humano, semejante a la de otras figuras históricas también deificadas, en el judaísmo y en el helenismo. No se trataría de la deificación de un humano, sino de la humanización de Dios, es decir la encarnación del Verbo divino como dogma de fe. Por ello los teólogos medievales se preguntaban  ¿Cur Deus homo?

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