ORTODOXIA vs. HETERODOXIA: UNA DICOTOMÍA PERVERSA /4
Quien no está conmigo, está contra mí (Jesús de Nazaret)
| Juan CURRAIS PORRÚA
Los textos sagrados de los tres monoteísmos, la Biblia hebrea, la Biblia cristiana (Antiguo y Nuevo Testamento) y el Corán, presentan una imagen belicosa de Dios, que defiende a sus creyentes también con métodos violentos. La división de los humanos en fieles e infieles, de acuerdo con el criterio supremo de la propia fe, equivale a la dicotomía de amigos y enemigos de la comunidad religiosa respectiva.
El odio a los enemigos de la propia fe queda manifiesto, por ejemplo, en el Salmo 139, 21-22: “¿Cómo no odiar, oh Yahvé, a los que te odian? ¿Cómo no aborrecer a los que se levantan contra ti? Los detesto con odio implacable y los tengo por enemigos míos” (cursiva mía).
La misma idea pasará al culto y al catecismo: “por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro”, reza el cristiano al signarse con tres cruces.
Los mismos textos evangélicos dan testimonio de las palabras y acciones violentas de Jesús, que la hermenéutica confesional y la predicación suelen ocultar o alegorizar, más allá del sentido literal. Se destacan las luces de forma hiperbólica en la descripción del Nazareno y se ocultan o eliminan las sombras, que se hacen patentes en una lectura atenta y literal de los textos.
El adoctrinamiento cristiano en la infancia, con sobredosis de catecismo, la predicación y el culto, exalta el lado luminoso de Jesús como modelo moral y oculta sus aspectos oscuros, como su intolerancia con los paganos y los enemigos del reino de Dios, los romanos en especial.
En el Evangelio de Lucas, al final de la parábola de las minas (Mateo habla de talentos), se condena a los enemigos de Jesús por no haber aceptado su reinado mesiánico: “cuanto a esos mis enemigos (toús echthroús mou) que no quisieron que yo reinase sobre ellos, traedlos acá y delante de mí degolladlos, y diciendo esto, siguió adelante, subiendo hacia Jerusalén” (19, 27-28).
El heresiarca Marción en el siglo II, que interpretaba la Biblia en sentido literal y no alegórico, como Orígenes, se opuso a la imagen del Dios judío antropomórfico y antropopático (con pasiones humanas), celoso, vengativo, iracundo, sanguinario, castigador terrible de su pueblo cuando desobedecía su Ley y exterminador de sus enemigos. Yahvé, por ejemplo, entre otras hazañas, ordena destruir y arrasar la ciudad de Jericó, lo que le parecía incompatible con el Dios bueno del Nuevo Testamento, representado por Jesús.
Marción crea su propio Evangelio con una visión muy positiva sobre Jesús, sin tener en cuenta la imagen belicosa y violenta del Mesías, que aparece en el Apocalipsis de Juan, un libro que se dice palabra de Dios inspirada, como los libros del Antiguo Testamento. Jesús, el Cordero místico degollado, se encuadra en esta violenta tradición apocalíptica, que como guerrero vencedor espera lanzar a sus enemigos al lago de fuego eterno.
El libro del Apocalipsis de Juan es el ejemplo más claro en el Nuevo Testamento de odio, resentimiento y espíritu de venganza, como afirmaba Nietzsche, contra los enemigos del cristianismo, particularmente el Imperio romano. Esta imagen belicosa contrasta con la tradicional doctrina de un Jesús irenista, “manso y humilde de corazón”, compasivo y amoroso.
Muchos fieles católicos, como decía el filósofo Gustavo Bueno, pueden ir al cielo sin leer la Biblia (les basta con escucharla en los oficios del culto), lo que no sucede con los protestantes, que leen la Biblia desde la infancia.
Para el fiel cristiano no se trata solo de los tres enemigos morales del alma (el mundo, el demonio y la carne), mencionados en el catecismo, sino de las demás confesiones que profesan una fe diferente.
Por tanto, también el cristiano ordinario ha asimilado que el mundo se divide en amigos y enemigos de su propia fe, incluyendo a los primeros y excluyendo a los segundos, sean externos, como los infieles, a los que hay que misionar y convertir, o internos a la propia comunidad, que son todos los condenados como herejes.
Con respecto al libro sagrado del Islam, el Corán, también la violencia está presente en sus textos y al menos en 25 ocasiones el mismo Alá ordena matar a los infieles, que son enemigos de la fe islámica.
Los islamistas, para inmunizarse de toda crítica teórica a su religión, inventaron el falaz epíteto confesional de “islamofobia”, que les sirve de escudo defensivo, como si la crítica a Mahoma o a la doctrina del Corán fuera una anomalía patológica, como lo es cualquier fobia.
Además, en caso de ofensas a su intocable profeta, declaran fatwas y recurren a las armas. En realidad, el Islam todavía no ha pasado por el “purgatorio de la crítica” propia de la ciencia histórica, proceso que ha sufrido el cristianismo a partir de la Ilustración.