¿Un científico... creyente?

Es cierto, ha habido y hay, científicos henchidos de religiosidad, científicos incluso atenazados por la superstición. Y personajes ilustres que han hecho y hacen gala de su profunda fe.

¿Paradoja? En modo alguno. Muchas pueden ser las explicaciones y a ellas nos hemos referido a veces en este blog. No puedo por menos de estar de acuerdo con la afirmación de V.Prelog que decía: Los premios Nobel no somos más competentes que el hombre de la calle para opinar sobre Dios y la religión.

1º) Son científicos en un campo del saber. En otros son patanes. Los sabios universales del Renacimiento son impensables hoy día. Incluso dentro del mismo campo del saber, la especialización es brutal y, en cierto modo, hasta necesaria. El especialista nefrólogo con seguridad tendrá que consultar dolencias del oído con su colega otorrinolaringólogo o llamar al fontanero cuando el inodoro no deja de echar agua.

2º) El influjo del ambiente. Escapar del círculo social o laboral en que uno se mueve no es fácil. Puede resultar traumático. Puede desquiciar a la persona. Y un científico no es distinto al resto de los mortales cuando tiene que lidiar con una mujer convencida, creyente y practicante, imperiosa e impetuosa (y viceversa). O seguir la estela de sus amistades.

3º) La necesidad de encontrar explicaciones que no hallan. Es la misma inquietud con la abordan los temas que les son propios buscando siempre ese “más” que no encuentran. Y como no encuentran, proceden al cortocircuito mental: el misterio, Dios.

4º) La necesidad de seguridad personal. Carencias psicológicas de todo tipo, personalidades inestables, psiquismos desvalidos, procesos evolutivos no solucionados... ¡Hay tanto de esto entre personas dedicadas a la investigación, a la técnica...!

5º) El ámbito en que se mueven. Es el caso de personas ligadas por contrato a instituciones que tienen que ver con la religión (universidades, colegios, editoriales, instituciones religiosas de todo tipo).  ¿Cómo ponerse a la contra?

6º) El miedo. A los muy doctos e influyentes sabios Sócrates y Séneca no les valieron ni sus enseñanzas, ni sus escritos ni su autoridad moral: ambos fueron obligados a beber la cicuta.   En tiempos de Calvino todos huyeron de ser Miguel Servet.  Galileo se dio cuenta a tiempo de lo que tenía que hacer, escaldado por las llamas que poco antes habían prendido en Giordano Bruno.

Así ha sido durante siglos y éste es uno de los débitos más grandes que tienen las religiones, en concreto el cristianismo.

Pero ¿tiempos pasados? ¿Quién se atreve hoy día a discrepar científicamente del credo musulmán en países como Qatar, Arabia, Yemen o Irán? ¿O quién, en otro orden de cosas, puede entrar en el Parlamento vasco ondeando la bandera española? ¿O quién puede alzarse en Cataluña contra el credo nacionalista? Va en ello el porvenir laboral. Miedo. Sí, miedo.

Podrían aducirse otras muchas razones, como el afán contemporizador o conciliador, el snobismo, la inercia, el hábito infantil no superado, el querer contentar a la familia... Nadie es libre de opinar si vive entre cuatro paredes sin puerta de salida.

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