El humanismo ético de Sócrates/ 4
Es preferible sufrir injusticia que cometerla (Sócrates)
| Juan CURRAIS PORRÚA
Sócrates participó con los sofistas en el llamado giro antropológico de la filosofía griega, renunciando a las especulaciones teóricas de los físicos y centrándose en los asuntos humanos, de carácter práctico, particularmente la Ética, su tema central. Esa ruptura temática convirtió a Sócrates en la línea divisoria con la filosofía denominada presocrática.
Cicerón lo confirma al escribir: “Sócrates bajó la filosofía del cielo, la situó en las ciudades, la introdujo en las casas y la obligó a indagar (quaerere) acerca de la vida y de las costumbres (de vita et moribus), del bien y del mal (rebusque bonis et malis)” (Tusc., V, 4, 10), lo que coincide con el testimonio de Aristóteles, quien le atribuye haber dado primacía a las cuestiones éticas (perí men ta ethiká), en oposición a las especulaciones físicas.
También comparte con los sofistas la educación (paideía) de la juventud, que fue el núcleo de su actividad, así como una actitud crítica frente a los valores de la tradición, lo que provocó la reacción de los sectores más conservadores, acusándolo de corromper a la juventud y de impiedad (asébeia). Los filósofos que indagaban sobre la naturaleza, como Anaxágoras, eran tachados de impíos y ateos por la mayoría del pueblo, por negar que el sol o la luna fueran divinidades, afirmando, por ejemplo, que el sol era una roca incandescente y que la luna estaba formada de una materia semejante a la tierra.
Aunque Sócrates era poco agraciado de cuerpo, su personalidad carismática ejercía una gran fascinación y magnetismo sobre los jóvenes atenienses de buena familia, con los que mantenía no solo una actitud intelectual, sino también afectiva, pero guiada por el autocontrol (sophrosýne), según atestigua Platón.
Tenía una gran fortaleza física y llevaba una vida austera, sin ambición de riqueza. Era sin duda una figura extra-ordinaria en el sentido literal del vocablo, por lo que su singularidad parece indiscutible. Poseía además una gran capacidad de abstracción, que lo hacía permanecer de pie un largo tiempo, absorto en sus pensamientos solitarios, como relata Platón al comienzo de su diágo Banquete.
Su dialéctica o arte de dialogar (dialégesthai) se diferenciaba del método monológico y de exhibición sapiencial con grandes discursos (macrología) propios de los sofistas, pues estaba orientada a la búsqueda de la verdad (exétasis) en pequeño grupo y era contraria a la retórica sofística, puesta al servicio del éxito político, tal como muestra el diálogo Gorgias de Platón.
Además, no cobraba por su actividad, lo que contrastaba con la elevadas sumas que percibían los sofistas por sus selectas lecciones impartidas a los más ricos (Protágoras en especial, quien amasó una gran fortuna).
Para algunos historiadores Sócrates representa junto a la sofística el período ilustrado de la filosofía griega, por la acentuada racionalización y secularización del pensamiento griego, en continuidad con la explicación racional de la phýsis que hacían los cosmólogos, frente a las explicaciones míticas tradicionales. El helenista W. Nestle afirma que “Sócrates se encuentra, respecto de la sofística, en una situación parecida a la de Kant respecto de la Ilustración del siglo XVIII” (W. Nestle, Historia del espíritu griego, p. 175).
La inluencia socrática en el pensamiento occidental fue enorme, no solo por sus originales y fecundas ideas, por su extraordinaria personalidad y su estilo de vida, sino especialmente por su controvertido proceso y condena a muerte. En esto guarda cierta analogía con Jesús de Nazaret, cuya figura tuvo más trascendencia histórica por su muerte en cruz que por su propia vida, debido al influjo del apóstol Pablo.
Si Poncio Pilato, en vez de mandar crucificar a Jesús por sedición contra el Imperio, lo hubiera condenado a cadena perpetua, probablemente el cristianismo no hubiera existido, que nace precisamente de la fe en su resurrección. Pero, sin duda, el filósofo griego y el profeta y predicador judío representan dos paradigmas de pensamiento inconciliables, a pesar de algunas analogías. Si Sócrates fue un "mártir de la razón", Jesús fue un "mártir de su fe" escatológica en la llegada inminente de un Reino de Dios, que nunca llegó.