Los misterios paganos  y el misterio cristiano/ 2

Hijo de tierra soy y de cielo estrellado  (laminilla órfica)

La tesis central del historiador Alfred Loisy puede resumirse así: Jesús, que fue totalmente judío y no cristiano, es el punto de partida del cristianismo, religión que de ningún modo fue creación suya. La nueva religión cristiana fue fundada después de su muerte fuera del mundo judío, como una religión de misterio, construida a imagen y semejanza de los cultos paganos de los misterios greco-romanos, propios de las divinidades que mueren y resucitan de forma periódica.

Uniendo el mito paulino de Cristo (Jesús divinizado) con los ritos de iniciación, el bautismo y la eucaristía, los fieles cristianos, a imitación de los paganos, podían participar simbólicamente de la peripecia del salvador esperando alcanzar el don prometido de la inmortalidad. Por tanto, en oposición a la teología católica, Jesús no previó ni instituyó la futura Iglesia ni su forma de organización jerárquica, ni sus dogmas, ni tampoco un nuevo culto sacramental.

El método comparativo, influido por la  alemana Escuela de la historia de las religiones, permite a A. Loisy explicar la trasformación del mesianismo judío, con la esperanza colectiva propia del Evangelio de Jesús, en una religión de salvación universal, siendo Pablo con su nuevo Evangelio el principal artífice de esta transformación.

Ello no implica sin más una reproducción o simple copia de ritos paganos concretos, sino más bien una transposición y adaptación de los mismos. Pablo los adopta, pero también los adapta. El cristianismo se ha conformado a los misterios, pero superándolos (tout en les dépassant, escribe Loisy).

Este investigador deja claro que no es posible entender el cristianismo con independencia de los misterios paganos, en oposición a cuantos lo ven, de forma purista, como una religión del todo original, singular y única. El árbol cristiano, su metáfora preferida, hunde sus raíces en el terreno del judaísmo, pero al ser trasplantado a la fértil tierra del helenismo, recibe un nuevo y fecundo humus que lo alimentará y hará crecer con abundantes ramificaciones, hasta la formación de la ortodoxia dogmática en los siglos  IV y V, una vez podadas las peligrosas ramas heterodoxas.

Una especial relevancia tiene la religión órfica, que con su dualismo antropológico de alma y cuerpo, fue capaz de penetrar en varias corrientes de la filosofía griega y que se proyectará en la misma antropología teológica del cristianismo, en contraste con la primigenia antropología judía, no espiritualista, sino “corpórea”, al unir de forma inseparable el cuerpo material y el alma espiritual.

Según el historiador judío Hyam Maccoby, el orfismo es la religión mistérica que guarda una mayor analogía con la teología paulina. En ella aparece la idea de una culpa primigenia unida a una forma de expiación y de purificación. Contiene, además, una soteriología, una escatología con retribuciones ultraterrenas y una antropología dualista, que defiende la idea de preexistencia e inmortalidad del alma. A ello hay que añadir una concepción pesimista del cuerpo humano y de la materia, que es esencialmente mala. El cuerpo es la prisión del alma de la que hay que liberarse, lo que será característica también de la tradición platónica y neoplatónica, de las doctrinas gnósticas así como de la religión maniquea.

El misticismo griego, que busca la inmortalidad mediante un contacto más íntimo con la divinidad, se manifiesta en tres formas o tipos: los misterios de Deméter en Eleusis, los dionosíacos y los órficos. Los misterios de Eleusis con el culto a Deméter en la ciudad  cercana a Atenas eran los más importantes de la Hélade (1).

Los iniciados eran creyentes  en la promesa de la futura bienaventuranza en el Hades, si se sometían a ritos secretos, en los que pasaban de la oscuridad a la luz, de la angustia en relación con la pasión de Deméter al arrobamiento gozoso. Se creía que a los no iniciados les esperaban las tinieblas del Hades.

Los misterios dionisíacos daban culto a Dioniso,  el dios de la manía o locura divina, procedente de Tracia. El culto dionisíaco, criticado por Heráclito, se celebraba en lo alto de las colinas con fiestas protagonizadas por mujeres, ménades danzantes, poseídas por el entusiasmo y el éxtasis.

Los misterios órficos se relacionan con el mítico cantor Orfeo, hijo de Apolo y de la ninfa Calíope, que con su lira embelesaba y amansaba a las mismas fieras. El mito narra el descenso (katábasis) al Hades de Orfeo para rescatar a Eurídice, su amada muerta a causa de la mordedura de una serpiente, después de aplacar con su música a Caronte y al guardián Cerbero. El rescate resultó frustrado porque Orfeo infringió la prohibición de Perséfone de mirar a su esposa, con lo que Eurídice retornó al Hades para siempre. Tras ello Orfeo  murió de forma violenta, despedazado por mujeres tracias o por ménades.

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(1) Puede verse una buena síntesis de los misterios griegos en  Vernant, Jean-Pierre (2011): Mito y religión en la Grecia antigua), Ariel, Barcelona.

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