Los misterios paganos  y el misterio cristiano/ 3

Los hombres llegan a ser dioses por una sobreabundancia de virtud (Aristóteles)

En la época helenística y en el imperio romano florece y se expande una gran variedad de religiones mistéricas, con mitos y ritos muy parecidos, que guardan entre sí un notable parentesco, un aire de familia, que muestra preocupaciones religiosas análogas, pese a las diferencias de las divinidades mistéricas, antes mencionadas: no solo las antiguas griegas, como Orfeo, Dioniso o Perséfone, sino Cibeles, Adonis,  Isis, Osiris o Mitra, entre otras.

El historiador francés Charles Guignebert, en la misma línea de Loisy, en su obra El cristianismo antiguo (1) señala

la razón de ser de todos: la de ofrecer a los hombres una fe y un método para asegurarse una inmortalidad bienaventurada. El rasgo sobresaliente de la historia mitológica de sus dioses es el de que están destinados, en cierta época del año, a morir para resucitar en seguida, poniendo así, sucesivamente, un dolor profundo y una alegría delirante en el corazón de sus fieles”.

En el futuro cristianismo, al sufrimiento celebrado y sentido en los ritos litúrgicos de la pasión de Cristo sigue, de forma análoga, el gozo de la pascua de resurrección.

No son grandes divinidades como las olímpicas griegas, sino más bien modestas y algunas son hombres mitificados y divinizados, como Adonis o el pastor Atis, de acuerdo con la teoría de Aristóteles y del evemerismo. Unas son astrales, vinculadas al ritmo de las estaciones y al movimiento celeste del sol, y otras están relacionadas con la muerte y florecimiento periódico de la vegetación y la agricultura.

La mayoría de estos cultos están relacionados con la naturaleza, que es pensada como madre fecunda. Así, en el culto a la Gran Madre Cibeles. Lo más relevante del culto es la participación en la peripecia de la muerte y resurrección de la divinidad, expresada simbólicamente en sus respectivas festividades.

En el culto de Cibeles tenía lugar un rito sangriento llamado tauróbulo. El iniciado descendía a una fosa profunda dentro del templo. Se cubría la fosa con una reja donde se inmolaba un toro de forma ritual de modo que su sangre bañaba (“bautizaba”) al iniciado, quien ascendería renovado tras su bautismo de sangre. Para los cristianos el martirio es el verdadero bautismo de sangre, como señala Tertuliano, más profundo que el primer bautismo de agua.

En el misterio cristiano, que aparece a finales del s. I con la pretensión de superar a los paganos, los ritos del bautismo y de la eucaristía son análogos a los misterios paganos, pero sin poder decir que sean una mera copia de alguno en particular.

El apóstol Pablo no solo crea una nueva soteriología de carácter expiatorio, sino que, a imitación de los cultos mistéricos paganos, crea una nueva liturgia con los dos nuevos ritos cristianos del bautismo y de la eucaristía, transformando el significado originario del bautismo judío practicado por el Bautista y el significado de la antigua “fracción del pan”, que practicaba la primera comunidad judeocristiana.

Por influjo de la teología paulina, el bautismo cristiano recibe un significado nuevo: el converso participa simbólicamente de la muerte y de la resurrección de Cristo Jesús.  El cuerpo del neófito iniciado, sumergido en el agua (báptisma= inmersión), simbolizaba el cuerpo sepultado de Jesús. La  inmersión era triple para significar los tres días que el cuerpo del salvador estuvo en el sepulcro, antes de la resurrección al tercer día. La salida del agua del neófito simbolizaba la resurrección de Jesús saliendo del sepulcro, por lo que el iniciado adquiría una nueva vida (Gál 3, 26-27). Se trata de un nuevo sacramento de regeneración espiritual, desconocido para Jesús y para la tradición judía.

De forma paralela al bautismo, la eucaristía (del griego eucharistía =acción de gracias) es un rito nuevo que sustituye a la primitiva “fracción del pan” al convertirse, también por influjo de la teología paulina, en memorial de la pasión de Jesús y en un medio de comunión mística, espiritual, con el Cristo glorioso. La comunidad originaria judeocristiana de Jerusalén no celebraba ningún memorial de la muerte del crucificado al estilo paulino. Según Alfred Loisy, en las primeras reuniones comunitarias, que eran verdaderas comidas, se repartía el pan con la convicción de que Jesús seguía vivo y estaba presente, aunque de forma invisible. Seguían, así, una tradición judía, que Jesús había practicado con sus discípulos como preludio simbólico al banquete futuro en el reino de Dios.

En conclusión, la investigación independiente del s. XX conjeturó, pues,  de forma verosímil que la institución eucarística, más tarde denominada “misa” o “sacrificio de la misa” en la dogmática católica de Trento, no procede del Jesús histórico, sino de las iglesias paulinas de la diáspora. La eucaristía, en efecto, según Alfred Loisy  y Hyam Maccoby, entre otros, no fue instituida por Jesús en la última cena (el Cuarto Evangelio la omite).

Se trataría de una creación paulina, un rito helenístico inspirado en la comida ritual de las religiones paganas de misterios, con la incorporación simbólica de la carne y la sangre del dios inmolado, como el cabrito devorado por las ménades en el misterio de Dioniso o los banquetes del egipcio Osiris. Pablo introduce, pues, elementos paganos en el cristianismo, contribuyendo claramente a la helenización del mismo a nivel ritual.

------------------------------------------------------------

  • (1) Guignebert, Charles (1921), El Cristianismo antiguo, F.C. E. PDF en Internet.
Volver arriba