(Acreditado especialmente por “Humanismo sin credos”)
por EMÉRITOAGUSTO
En un artículo anterior Con Dios me acuesto..., 25-07-06,me entretenía en desgranar algunos dichos del lenguaje coloquial que abunda en expresiones “deificantes”. Pretendía hacer ver que, a pesar del ateísmo y de la indiferencia religiosa que reina en nuestro entorno, Dios está omnipresente en nuestras vidas, lo tenemos a “flor de labios”, hemos endiosado nuestro vocabulario. Algún tertuliano expresaba en su comentario que “eso probaría que siempre subyace la dimensión espiritual de la persona.”
La jerga vulgar, la sabiduría popular de dichos y refranes, no se queda corta respecto al competidor de Dios, el Demonio, que también configura una realidad inherente a la “espiritualidad” del ser humano. También aquí la fraseología se torna endiablada. ¿Me permitís una diablura lingüística? En aquel post encendí una vela a Dios; hoy prenderé otra a favor del Diablo, porque “cuando toma cuerpo el diablo, se disfraza de abogado”. Y así, como siervo fiel y devoto, rindo ferviente pleitesía: “A Dios de rodillas; al rey de pie, y al demonio en el canapé”.
Evoco un recuerdo de mi atapuerquina infancia, cuando ejercía de monaguillo. A la hora de la comunión, al abrir el sagrario, la cerradura se encasquilló. El impaciente celebrante propinaba fuertes sacudidas a la llave con bruscos meneos. Y en su malhumor, exclamó: “¡¡¡Qué diablos habrá aquí dentro!!!” La expresión, entonces, se me antojó reveladora y subversiva. Y ahora pienso que aquel estupor infantil suscitó mi primera “duda de fe”.
Y como dicen que “las palabras las carga el diablo”, voy a disparar, “entregando al diablo el hato y el garabato”. Sospecho de quién me viene la inspiración, porque “bien sabe el diablo a quien se le aparece”; pero que nadie se sienta ofendido por mí, porque “cuando la piedra ha salido de la mano, pertenece al diablo”. Y que conste que no pretendo agitar disputas ni controversias, ya que “fango que se remueve, a demonios hiede”.
Comienzo con un refrán que, a pesar de los insólitos cambios climáticos, no ha perdido actualidad. A los recientes temporales me remito: “Por San Antonio (Abad, 17 de enero), hace un frío del demonio”. ¿A que sí?
El diablo y la mujer, ya desde el principio de la humanidad, se convirtieron en cómplices, circunstancia que concurre en tantos cándidos crédulos que caen en las redes del proselitismo. Pues “de tanto alabar el diablo el fruto, vino Eva a probarlo”.
Por eso, el lenguaje, que es machista a pesar de que la Real Academia de la Lengua no ha querido reconocerlo, asocia ambos personajes: “Al demonio y a la mujer nunca les falta quehacer”; pero no por obligación, no, sino por pasatiempo: “El demonio y las mujeres siempre se entretienen.” Y ¡desdichada la doncella prudente que dilata pudorosa su virginidad y no consigue con presteza pretendiente!: “La que de treinta no tiene novio, tiene un humor del demonio”. ¿Será aquello de que las “solteronas” se quedan para “vestir santos” por disimular su genio endiablado? Mirándolo bien, no tienen que lamentarse porque “a quien Dios no le dio hijos el diablo le dio sobrinos.”
La confianza que Satanás deposita en la fémina como compinche se remonta al Paraíso. La mujer como tentadora del género masculino. Fue la primera “violencia de género”.
Los genes seductores de Eva se han perpetuado en el ADN femenino y la cínica Serpiente lo sabe; por eso, “cuando el demonio se siente impotente, delega a su mujer”. Consecuentemente, el hombre se rebela y la “manda al diablo”: “A la mujer bailar y al asno rebuznar el diablo se lo ha de mostrar”. Y más crueles todavía: “a la mujer que fuma y bebe el diablo se la lleve”. Me imagino que, si se cumple el veredicto, el infierno estará que echa humo. Sin embargo, curiosamente, al hombre se le excomulga por lo contrario: “Al que no fuma ni bebe vino, el diablo le lleva por otro camino”...
Pero a Satanás hay que ponerlo en su sitio. “Dale al diablo lo que es suyo: lujuria, envidia y orgullo”. Y lo suyo es principalmente la hipocresía; pues quien presume de santidad encubre falsedad. Porque “cara de ángel, entrañas de demonio”. Muchos fieles practicantes, con su conducta, vienen a confirmar que “la cruz en el pecho, pero el diablo en los hechos”, y “cómo estará el infierno para que el diablo dé limosna”.
Queda patente que los humanos somos descendientes de Adán. El mordisco en la manzana del “árbol de la ciencia de bien y del mal” quedó grabado, como dentellada de pecado, en cada ser humano. Dios y Satanás están indefectiblemente troquelados en nuestro ADN. Somos ADaNes.
Y si alguien no está conforme con mi monólogo, que “lo lleven los demonios”, y que sepa que “A Dios se le dejan las quejas y al diablo las disparejas”. A mí, allá películas. Que mi única intención ha sido refrendar el proverbio de que “cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas”.