BIOGRAFÍA “CON REPAROS”
De inclemente, montaraz y hasta despiadada han tachado algunos la “biografía no autorizada” publicada por el director de RD., cuyo protagonista es el Cardenal de Madrid, Mons. Rouco Varela. Otros, entre los que yo mismo me encuentro, juzgamos correcta la visión que de la “vida y milagros” del “último Papa” de la Iglesia española ha encarnado el arzobispo de Madrid, tal y como de ella deja documentada constancia su autor, el periodista José Manuel Vidal. Vaya, no obstante, por delante, que circunstancias y personajes demandan, a veces, a la hora de ser expuestas y juzgadas sus vidas ante la opinión pública, planteamientos de carácter profético, pero sin que tal comprobación aminore un ápice de su verdad.
. Mi “reparo” a la citada biografía se centra en el hecho de que en la misma aparezca como único actor, estrella e intérprete, el susodicho cardenal. En los últimos, y aún penúltimos, tiempos eclesiásticos, el nombramiento, determinación de destino, representaciones y poderes encarnados en los miembros de la jerarquía, y en mayor proporción en los de más notoria categoría, tanto nacional como internacional, era – y sigue siendo todavía-, competencia exclusiva de la Curia Romana, con el estúpido e incongruente añadido de “Santa Sede”, o del mismísimo Papa.
. Obispos, arzobispos, presidentes de Conferencias Episcopales, cardenales… resultaban nombrados y designados para los cargos respectivos, con los nudos argumentos de la meritocracia de la docilidad, del pietismo oficial, de la sapìencia canónica y de la mediocridad. La “dedocracia” feudal y agradecida, por teocrática y “miguelangelesca” que se revistiera y presentara, jamás podrá desplazar y substituir la participación directa del pueblo de Dios, efectuadas antes las correspondientes y precisas averiguaciones e informaciones.
. Arzobispos, cardenales y aspirantes a Papas que rigieron determinadas diócesis, como en el caso de Madrid, tuvieron que ahormar sus pensamientos y actividades a las orientaciones dimanadas de la Curia Romana, sin otra opción posible, descartados, por motivos y convencimientos “conventuales”, otros gestos evangélicos, como los de la dimisión o protesta, que habría de ser silenciados a perpetuidad, o malinterpretados y difundidos con connotaciones perversas o heréticas. El episcopado actual es el que ha querido y programado la Curia y sus asesores, prevalentemente conservadores, hasta rozar límites patológicos a la luz de la teología pastoral, de la sociología y aún de diagnósticos clínicos.
. Desde perspectivas tan reales, como lamentables y odiosas, es honesto reconocer que nuestros obispos han procurado acompasar su función y ministerio a las directrices vaticanas, aún convencidos algunos de ellos de que el mismo aire renovador del Vaticano II, estaba siendo conscientemente contaminado con cánones, notas y explicaciones oficiales “complementarias” y expresiones aproximados al de las encíclicas, que no solo impidieron avances en la Iglesia, sino que, en algunos aspectos, la reubicaron en tiempos anteriores a Trento.
. La mayoría de obispos, arzobispos y demás son merecedores de piedad y de pena por parte del pueblo de Dios, sorprendidos ellos mismos de su nombramiento, aunque sin fuerzas – tal vez por aquello de la “humana fragílitas”- para rechazarlo, habiéndoseles adoctrinado antes ser esta la incuestionable “voluntad del Señor”. El palacio, la mitra, el báculo, el “Nos”, el Código de Derecho Canónico, el reconocimiento por parte de las autoridades civiles, el grado y eco de sus “pastorales” y gestos en los medios de comunicación social, el cabildo, las catedrales, y su cátedra no se digieren con facilidad, sin previa y exigente preparación, y mucho menos cuando tan fácil es comprobar la imposibilidad de encontrarse, entre tanta farfolla, con el Evangelio y sus “bienaventuranzas”, como boceto o programa “jerárquicos”.
. Esto no obstante, hay casos, como el historiado en la “biografía no autorizada” de esta referencia, que rebasan toda ponderación y medida, por lo que se justifica muy cumplidamente su publicación, como contribución para la correcta edificación del pueblo de Dios y como aviso a la jerarquía superior, con cuyo actual representante, el Papa Francisco, no parecía nítida y patente la comunión- comunicación mantenida.
. Mi “reparo” a la citada biografía se centra en el hecho de que en la misma aparezca como único actor, estrella e intérprete, el susodicho cardenal. En los últimos, y aún penúltimos, tiempos eclesiásticos, el nombramiento, determinación de destino, representaciones y poderes encarnados en los miembros de la jerarquía, y en mayor proporción en los de más notoria categoría, tanto nacional como internacional, era – y sigue siendo todavía-, competencia exclusiva de la Curia Romana, con el estúpido e incongruente añadido de “Santa Sede”, o del mismísimo Papa.
. Obispos, arzobispos, presidentes de Conferencias Episcopales, cardenales… resultaban nombrados y designados para los cargos respectivos, con los nudos argumentos de la meritocracia de la docilidad, del pietismo oficial, de la sapìencia canónica y de la mediocridad. La “dedocracia” feudal y agradecida, por teocrática y “miguelangelesca” que se revistiera y presentara, jamás podrá desplazar y substituir la participación directa del pueblo de Dios, efectuadas antes las correspondientes y precisas averiguaciones e informaciones.
. Arzobispos, cardenales y aspirantes a Papas que rigieron determinadas diócesis, como en el caso de Madrid, tuvieron que ahormar sus pensamientos y actividades a las orientaciones dimanadas de la Curia Romana, sin otra opción posible, descartados, por motivos y convencimientos “conventuales”, otros gestos evangélicos, como los de la dimisión o protesta, que habría de ser silenciados a perpetuidad, o malinterpretados y difundidos con connotaciones perversas o heréticas. El episcopado actual es el que ha querido y programado la Curia y sus asesores, prevalentemente conservadores, hasta rozar límites patológicos a la luz de la teología pastoral, de la sociología y aún de diagnósticos clínicos.
. Desde perspectivas tan reales, como lamentables y odiosas, es honesto reconocer que nuestros obispos han procurado acompasar su función y ministerio a las directrices vaticanas, aún convencidos algunos de ellos de que el mismo aire renovador del Vaticano II, estaba siendo conscientemente contaminado con cánones, notas y explicaciones oficiales “complementarias” y expresiones aproximados al de las encíclicas, que no solo impidieron avances en la Iglesia, sino que, en algunos aspectos, la reubicaron en tiempos anteriores a Trento.
. La mayoría de obispos, arzobispos y demás son merecedores de piedad y de pena por parte del pueblo de Dios, sorprendidos ellos mismos de su nombramiento, aunque sin fuerzas – tal vez por aquello de la “humana fragílitas”- para rechazarlo, habiéndoseles adoctrinado antes ser esta la incuestionable “voluntad del Señor”. El palacio, la mitra, el báculo, el “Nos”, el Código de Derecho Canónico, el reconocimiento por parte de las autoridades civiles, el grado y eco de sus “pastorales” y gestos en los medios de comunicación social, el cabildo, las catedrales, y su cátedra no se digieren con facilidad, sin previa y exigente preparación, y mucho menos cuando tan fácil es comprobar la imposibilidad de encontrarse, entre tanta farfolla, con el Evangelio y sus “bienaventuranzas”, como boceto o programa “jerárquicos”.
. Esto no obstante, hay casos, como el historiado en la “biografía no autorizada” de esta referencia, que rebasan toda ponderación y medida, por lo que se justifica muy cumplidamente su publicación, como contribución para la correcta edificación del pueblo de Dios y como aviso a la jerarquía superior, con cuyo actual representante, el Papa Francisco, no parecía nítida y patente la comunión- comunicación mantenida.