EL CRUASÁN Y LOS TURCOS
“Saber” es imprescindible en el ejercicio y la función turística, Sin enterarse acerca de lo que se pretende ver, conocer y visitar en relación con los destinos-metas turísticas programadas, no es posible que esta actividad resulte placentera y provechosa. Con tan acentuada proyección gastronómica que esta posee en la actualidad, “saber” y “saborear” se confunden e integran en la configuración de cualquier ruta o itinerario elegidos. Si además la leyenda los aromatiza, el acierto está asegurado y la repetición, obligada.
El Diccionario de la RAE escribe “cruasán” , pero también complacientemente admite el término “croissant” con ineludibles y mañaneras referencias a una “pasta hojaldrada de origen francés, que suele tomarse en los desayunos y que, lógicamente, se venden en las “croissanterías” que es donde alcanza su máximo protocolo y pluralidad, relleno o gratinado, tanto en salado como en dulce”, con la grata posibilidad de ampliar su radio de acción y satisfacción, también a una buena merienda, y como entrante o aperitivo.
Y exactamente en la exposición de esta historia gastronómica pletórica y de creciente actualidad, es en la que hay que situar la leyenda de que tal producto con tal nombre, tiene su origen en la capacidad de invención, de prevención y de resentimiento de los panaderos vieneses en el año 1638, con ocasión de las continuadas y sangrientas batallas y embestidas que sufrían por parte de los ejércitos turcos en los diversos cercos padecidos por la capital cristiana del imperio austro-húngaro.
Los panaderos, en venganza por la sangre derramada por los enemigos de la fe cristiana y de la patria, le confirieron a la pasta la peculiar forma de la media luna, con el convencimiento superior, tanto personal como colectivo, de que, cada vez que comían uno, desaparecía del mapa un guerrero turco… Lo mismo la fe que la esperanza, con la certidumbre de que comiéndose un cruasán indefectiblemente habría de ,morir un turco, acrecentaron la capacidad digestiva de los vieneses, austriacos y hasta centro-europeos, de masticar, deglutir y embaular en sus respectivos estómagos, cuantos ejemplares de pasta hojaldrada, con sus simbólicos “cuernos”, fueran servidos, con generosidad.
Una vez más, la fe y el patriotismo consiguieron poner al alcance de los comensales, productos enharinados de ciertas ideas, con aptitud sagrada para convertir las batallas en otras tantas “cruzadas” a favor de la salvación del cuerpo y del alma.
Los nutricionistas en este caso entrarían también favorablemente en acción, aseverando que, aún sin rellenar, los cruasanes son calóricos de por sí y cada uno de ellos puede llegar a contener entre 180 y 200 calorías, con lo que ellos resultarán tan nutritivos, por poner otros ejemplos matutinos, como una discreta porción de tarta de frutas, o que su mismo peso en churros.
¡ Felicidades para los panaderos vieneses, para cuantos comensales hacen presentes estos productos hojaldrados en las mesas o en las barras a la hora de desayunar, y nuestros más sentidos “pésames” para quienes todavía alienten la inquina contra los turcos y otros acérrimos “enemigos de la fe”, al percibir que el producto tiene forma de media luna, en su exterminador recuerdo ¡
El Diccionario de la RAE escribe “cruasán” , pero también complacientemente admite el término “croissant” con ineludibles y mañaneras referencias a una “pasta hojaldrada de origen francés, que suele tomarse en los desayunos y que, lógicamente, se venden en las “croissanterías” que es donde alcanza su máximo protocolo y pluralidad, relleno o gratinado, tanto en salado como en dulce”, con la grata posibilidad de ampliar su radio de acción y satisfacción, también a una buena merienda, y como entrante o aperitivo.
Y exactamente en la exposición de esta historia gastronómica pletórica y de creciente actualidad, es en la que hay que situar la leyenda de que tal producto con tal nombre, tiene su origen en la capacidad de invención, de prevención y de resentimiento de los panaderos vieneses en el año 1638, con ocasión de las continuadas y sangrientas batallas y embestidas que sufrían por parte de los ejércitos turcos en los diversos cercos padecidos por la capital cristiana del imperio austro-húngaro.
Los panaderos, en venganza por la sangre derramada por los enemigos de la fe cristiana y de la patria, le confirieron a la pasta la peculiar forma de la media luna, con el convencimiento superior, tanto personal como colectivo, de que, cada vez que comían uno, desaparecía del mapa un guerrero turco… Lo mismo la fe que la esperanza, con la certidumbre de que comiéndose un cruasán indefectiblemente habría de ,morir un turco, acrecentaron la capacidad digestiva de los vieneses, austriacos y hasta centro-europeos, de masticar, deglutir y embaular en sus respectivos estómagos, cuantos ejemplares de pasta hojaldrada, con sus simbólicos “cuernos”, fueran servidos, con generosidad.
Una vez más, la fe y el patriotismo consiguieron poner al alcance de los comensales, productos enharinados de ciertas ideas, con aptitud sagrada para convertir las batallas en otras tantas “cruzadas” a favor de la salvación del cuerpo y del alma.
Los nutricionistas en este caso entrarían también favorablemente en acción, aseverando que, aún sin rellenar, los cruasanes son calóricos de por sí y cada uno de ellos puede llegar a contener entre 180 y 200 calorías, con lo que ellos resultarán tan nutritivos, por poner otros ejemplos matutinos, como una discreta porción de tarta de frutas, o que su mismo peso en churros.
¡ Felicidades para los panaderos vieneses, para cuantos comensales hacen presentes estos productos hojaldrados en las mesas o en las barras a la hora de desayunar, y nuestros más sentidos “pésames” para quienes todavía alienten la inquina contra los turcos y otros acérrimos “enemigos de la fe”, al percibir que el producto tiene forma de media luna, en su exterminador recuerdo ¡