"Carrera Sacerdotal"
De entre las varias acepciones que registra el Diccionario de la RAE, a la palabra “carrera”, tan solo serían aplicables de alguna manera a “sacerdotal” o “religiosa”, las de “conjunto de estudios que habilitan para el ejercicio de una profesión”, o “profesión de las armas, letras, ciencias, etc.”. “Acción de correr”, “pugna de velocidad”, “cada uno de los servicios que hace un vehículo de alquiler”, “camino real”, “calle que fue antes camino”, y otras aplicaciones, imposiblemente encajan en el contexto en el que con tan denodada frecuencia y convencimiento emplea el uso convivencial, aún con la mejor de las intenciones.
Y ahora resulta que la reflexión teológica y pastoral, actualizada y predicada con limpieza y pulcritud por el propio Papa Francisco, hace llevar a muchos al convencimiento de que “carrera” y, por tanto, “carrerismo”, es uno de los pecados capitales más graves en el planteamiento jerárquico de la Iglesia en ala actualidad, merecedor de descalificaciones y anatemas, desde los primeros y balbucientes pasos de su iniciación hasta los instalados en las más altas esferas, sin exclusión de las pontificales.
. Y es que la intitulada como “sacerdotal” jamás será una carrera. Por mucho que así lo decidan y estimen los cánones, y por muy acreditado que civil, administrativa y socialmente lo hayan establecido las normas y los protocolos, con la complaciente e indulgenciada aquiescencia de parte de la autoridad eclesiástica, sacerdocio y carrera no se matrimoniarán sacramentalmente por los siglos de los siglos y en conformidad con el plan de salvación y de vida enmarcado en el evangelio.
. El recurso facilón a la reducción de la traducción nominal de carrera en “vocación”, “ministerio”, aún con explícito rechazo para “profesión” y “oficio”, no es válido a estas alturas del desarrollo y aplicación de la cultura religiosa, por incipiente y elemental que este sea todavía.. La profesión y el oficio – la “carrera”- es lo que da de comer y de vivir, y este planteamiento es el que sociológicamente destaca, y define a la vez, a quienes lo ejercen en cualquiera de los ámbitos en los que se mueven él y quienes de alguna manera dependen de su actividad, práctica o “trabajo”.
. A todo resquicio que todavía quede de “carrera- carrerismo” sacerdotal o religioso, le acecha inequívocamente el fracaso. Teológica y pastoralmente, el sacerdocio no es una carrera, y menos “especial”. Ni lo fue en los primeros tiempos de la historia eclesiástica, ni lo será ya, y menos próximamente, superados los largos, pingües y rentables periodos de tiempo en los que la dedicación a la Iglesia - el “carrerismo” eclesiástico- fue privilegio familiar de los nobles segundones, posterior al del servicio a la “Corona” o al de las armas.
. El paso del tiempo, y la adecuación formal y obligada a sus exigencias y necesidades, explica y justifica con toda clase de argumentos la desaparición, o reconversión, de no pocas carreras, que hasta el presente daban la impresión de ser imprescindibles para el desarrollo integral de la colectividad, en sus distintas esferas. La incontrastable carencia de vocaciones sacerdotales, que no resolverán el plenitud las importadas de los países tercermundistas, ni la hipotética presencia y actividad de la mujer sacerdote, ni de los sacerdotes casados, demandan soluciones, que algunos pudieran parecerles impensables, atrevidas y hasta escandalosas.
. La profundización en las posibilidades de la teología del laicado, la honesta y comprometida conexión con las “realidades temporales”, y la convicción veraz de que la burocracia - “administración oficial”- llenaba y llena tiempos y espacios sagrados y, “ex ópere operato” hasta sacramentales, posiblemente contribuirán a facilitar la aceptación y promoción de las nuevas fórmulas que han de subsanar la penuria –y aún carencia-, de aspirantes al sacerdocio-“profesión”, en la que, al no registrarse paro alguno, su subsanación no incidiría en el dramático problema y situación que hoy caracteriza a la mayoría de las actividades de la producción dentro de España, con cifras tan desoladoras, antihumanas y anticristianas.
Y ahora resulta que la reflexión teológica y pastoral, actualizada y predicada con limpieza y pulcritud por el propio Papa Francisco, hace llevar a muchos al convencimiento de que “carrera” y, por tanto, “carrerismo”, es uno de los pecados capitales más graves en el planteamiento jerárquico de la Iglesia en ala actualidad, merecedor de descalificaciones y anatemas, desde los primeros y balbucientes pasos de su iniciación hasta los instalados en las más altas esferas, sin exclusión de las pontificales.
. Y es que la intitulada como “sacerdotal” jamás será una carrera. Por mucho que así lo decidan y estimen los cánones, y por muy acreditado que civil, administrativa y socialmente lo hayan establecido las normas y los protocolos, con la complaciente e indulgenciada aquiescencia de parte de la autoridad eclesiástica, sacerdocio y carrera no se matrimoniarán sacramentalmente por los siglos de los siglos y en conformidad con el plan de salvación y de vida enmarcado en el evangelio.
. El recurso facilón a la reducción de la traducción nominal de carrera en “vocación”, “ministerio”, aún con explícito rechazo para “profesión” y “oficio”, no es válido a estas alturas del desarrollo y aplicación de la cultura religiosa, por incipiente y elemental que este sea todavía.. La profesión y el oficio – la “carrera”- es lo que da de comer y de vivir, y este planteamiento es el que sociológicamente destaca, y define a la vez, a quienes lo ejercen en cualquiera de los ámbitos en los que se mueven él y quienes de alguna manera dependen de su actividad, práctica o “trabajo”.
. A todo resquicio que todavía quede de “carrera- carrerismo” sacerdotal o religioso, le acecha inequívocamente el fracaso. Teológica y pastoralmente, el sacerdocio no es una carrera, y menos “especial”. Ni lo fue en los primeros tiempos de la historia eclesiástica, ni lo será ya, y menos próximamente, superados los largos, pingües y rentables periodos de tiempo en los que la dedicación a la Iglesia - el “carrerismo” eclesiástico- fue privilegio familiar de los nobles segundones, posterior al del servicio a la “Corona” o al de las armas.
. El paso del tiempo, y la adecuación formal y obligada a sus exigencias y necesidades, explica y justifica con toda clase de argumentos la desaparición, o reconversión, de no pocas carreras, que hasta el presente daban la impresión de ser imprescindibles para el desarrollo integral de la colectividad, en sus distintas esferas. La incontrastable carencia de vocaciones sacerdotales, que no resolverán el plenitud las importadas de los países tercermundistas, ni la hipotética presencia y actividad de la mujer sacerdote, ni de los sacerdotes casados, demandan soluciones, que algunos pudieran parecerles impensables, atrevidas y hasta escandalosas.
. La profundización en las posibilidades de la teología del laicado, la honesta y comprometida conexión con las “realidades temporales”, y la convicción veraz de que la burocracia - “administración oficial”- llenaba y llena tiempos y espacios sagrados y, “ex ópere operato” hasta sacramentales, posiblemente contribuirán a facilitar la aceptación y promoción de las nuevas fórmulas que han de subsanar la penuria –y aún carencia-, de aspirantes al sacerdocio-“profesión”, en la que, al no registrarse paro alguno, su subsanación no incidiría en el dramático problema y situación que hoy caracteriza a la mayoría de las actividades de la producción dentro de España, con cifras tan desoladoras, antihumanas y anticristianas.