Culto a la Personalidad
Ahora, que todavía siguen al menos desaconsejadas en algunas diócesis, y hasta positivamente prohibidas, las celebraciones penitenciales públicas, con obligación de pasar antes, o después, por los confesonarios para lograr la remisión de los pecados y la reconciliación con nuestro padre Dios, la última de nuestras tertulias de curas jubilados alcanzó carácter de acto penitencial, al margen de cualquier otra consideración, propia de los “chismorreos clericales” certeramente descalificados por el Papa Francisco.
Y la coincidencia fue en este caso, generosa entre los colegas pudiendo formulase su resumen-conclusión de esta manera: “En nuestros tiempos, y en los presentes, el culto a la personalidad entre los clérigos en su diversidad de versiones y estamentos fue y es uno de los pecados capitales más graves, y que en proporción mayor escandalizan al resto del pueblo de Dios”.
. Pese a la rotundidad de la afirmación, la reflexión nos llevó a redescubrir tal culto en no pocos actos litúrgicos en los que la solemnidad y el protagonismo, jerárquico o no tan jerárquico, obnubiló toda, o casi toda, devoción y adoración al Dios verdadero. La deformación “profesional”, y la aviesa o aturdida interpretación de la capacidad de evangelización inherente a las ceremonias y al rito, el mítico olor a incienso y tantos gestos ininteligibles, mágicos y hasta paganos, incapacitan a los mismos participantes y a los asistentes para interpretar la oración- relación con Dios con sentido evangélico. Más que el mismo Dios, la Santísima Virgen y cualquier santo o santa del calendario litúrgico, la impresión que se ofrece, perfila y percibe por parte del pueblo apenas si rebasa las aureolas o halos de sus oficiantes, esotéricamente revestidos con “ornamentos” - ¡ vaya palabra¡-, que además, y para mayor “inri”, se dicen “sagrados.
. Pertrechados de esta manera, el culto a la personalidad se hace, y se hará, indefectiblemente presente y activo en comportamientos, aunque estos sean de tipo puramente social, familiar, convivencial, político y hasta deportivo. Lo sagrado imprime carácter y este transciende toda frontera y más en contextos culturales en los que la vivisección de los grupos de quienes los habitan no se efectuó con corrección, santa audacia, plena libertad y sin condicionamientos “tradicionales” al uso o abuso.
. Del pecado del culto a la personalidad no están exentos ni los Papas, ni los obispos, ni los curas de pueblo. Hasta diríase que son y somos nosotros quienes por excelencia habríamos de sentirnos los primeros y principales infractores, con la peculiaridad y gravamen de que exactamente la condición “religiosa” lo acrecienta y deshonra ¿Nos hemos confesado en alguna ocasión de haber cometido el pecado del culto a la personalidad, habiendo consentido, y hasta recabado títulos y consideraciones “en el nombre de Dios”?. ¿Cuántas veces nos prestamos a rendirle tal culto a nuestros mismos superiores jerárquicos, nada más que por la falsa razón teológico- canónica de “ser Vos quienes sois” y, si acaso, para evitarnos “monitums” o reprimendas? Sin rozar lo más mínimo cuanto se relaciona con la sacralizad del sigilo sacramental, ¿alguien recuerda haber confesado a algún miembro de la jerarquía, arrepentido de haber caído en semejante pecado? ¿Se tiene conciencia de su gravedad en los estamentos eclesiásticos más altos?
. . ¿No precisan ser reemplazados cuanto antes términos, ceremonias y gestos tales como “entronización”, coronación, canonización, genuflexión, consagración y otros, arrancados de lexicografías y gestos imperiales, romanos, carolingios o feudales, enaltecidas de modo especial e inconcuso por los mismos Papas, “magnos” de apellidos, con ínclita y ruborosa mención para el “III” de los Inocencios?
. ¿No tienen sobrada razón los representantes de otras Iglesias , distintas de la católica, al afirmar que el mayor obstáculo para el diálogo ecuménico es exactamente el Papa de Roma, sucesor del apóstol Pedro, pero a la vez, de emperadores todopoderosos en esta vida, y aún en la otra, perdurando como impasible y fiel reliquia- vestigio, por ejemplo, el Estado Pontificio? ¿Es que la invocación y el lema de “por la gracia de Dios”, con supuesta intervención, testimonio y presencia del Espíritu Santo, siempre e indefectiblemente es garantía de pureza- limpieza del inapropiado culto que se petrifica y fosiliza en el de la propia personalidad?
Y la coincidencia fue en este caso, generosa entre los colegas pudiendo formulase su resumen-conclusión de esta manera: “En nuestros tiempos, y en los presentes, el culto a la personalidad entre los clérigos en su diversidad de versiones y estamentos fue y es uno de los pecados capitales más graves, y que en proporción mayor escandalizan al resto del pueblo de Dios”.
. Pese a la rotundidad de la afirmación, la reflexión nos llevó a redescubrir tal culto en no pocos actos litúrgicos en los que la solemnidad y el protagonismo, jerárquico o no tan jerárquico, obnubiló toda, o casi toda, devoción y adoración al Dios verdadero. La deformación “profesional”, y la aviesa o aturdida interpretación de la capacidad de evangelización inherente a las ceremonias y al rito, el mítico olor a incienso y tantos gestos ininteligibles, mágicos y hasta paganos, incapacitan a los mismos participantes y a los asistentes para interpretar la oración- relación con Dios con sentido evangélico. Más que el mismo Dios, la Santísima Virgen y cualquier santo o santa del calendario litúrgico, la impresión que se ofrece, perfila y percibe por parte del pueblo apenas si rebasa las aureolas o halos de sus oficiantes, esotéricamente revestidos con “ornamentos” - ¡ vaya palabra¡-, que además, y para mayor “inri”, se dicen “sagrados.
. Pertrechados de esta manera, el culto a la personalidad se hace, y se hará, indefectiblemente presente y activo en comportamientos, aunque estos sean de tipo puramente social, familiar, convivencial, político y hasta deportivo. Lo sagrado imprime carácter y este transciende toda frontera y más en contextos culturales en los que la vivisección de los grupos de quienes los habitan no se efectuó con corrección, santa audacia, plena libertad y sin condicionamientos “tradicionales” al uso o abuso.
. Del pecado del culto a la personalidad no están exentos ni los Papas, ni los obispos, ni los curas de pueblo. Hasta diríase que son y somos nosotros quienes por excelencia habríamos de sentirnos los primeros y principales infractores, con la peculiaridad y gravamen de que exactamente la condición “religiosa” lo acrecienta y deshonra ¿Nos hemos confesado en alguna ocasión de haber cometido el pecado del culto a la personalidad, habiendo consentido, y hasta recabado títulos y consideraciones “en el nombre de Dios”?. ¿Cuántas veces nos prestamos a rendirle tal culto a nuestros mismos superiores jerárquicos, nada más que por la falsa razón teológico- canónica de “ser Vos quienes sois” y, si acaso, para evitarnos “monitums” o reprimendas? Sin rozar lo más mínimo cuanto se relaciona con la sacralizad del sigilo sacramental, ¿alguien recuerda haber confesado a algún miembro de la jerarquía, arrepentido de haber caído en semejante pecado? ¿Se tiene conciencia de su gravedad en los estamentos eclesiásticos más altos?
. . ¿No precisan ser reemplazados cuanto antes términos, ceremonias y gestos tales como “entronización”, coronación, canonización, genuflexión, consagración y otros, arrancados de lexicografías y gestos imperiales, romanos, carolingios o feudales, enaltecidas de modo especial e inconcuso por los mismos Papas, “magnos” de apellidos, con ínclita y ruborosa mención para el “III” de los Inocencios?
. ¿No tienen sobrada razón los representantes de otras Iglesias , distintas de la católica, al afirmar que el mayor obstáculo para el diálogo ecuménico es exactamente el Papa de Roma, sucesor del apóstol Pedro, pero a la vez, de emperadores todopoderosos en esta vida, y aún en la otra, perdurando como impasible y fiel reliquia- vestigio, por ejemplo, el Estado Pontificio? ¿Es que la invocación y el lema de “por la gracia de Dios”, con supuesta intervención, testimonio y presencia del Espíritu Santo, siempre e indefectiblemente es garantía de pureza- limpieza del inapropiado culto que se petrifica y fosiliza en el de la propia personalidad?