FUNDAMENTALISMOS Y FUNDAMENTALISTAS
Es uno de los síntomas importantes y activos del mundo de hoy. De los más representativos y dignos de atención. Y no solo fuera de España. Dentro, y en recovecos y con hábitos, nombres y sobrenombres impensables e inverosímiles. Característica preceptiva de los fundamentalismos es su capacidad y condescendencia para disfrazarse e intentar pasar desapercibidos. Por mucho que se abran los ojos, se alerten los oídos, se afinen los pensamientos y sutilicen los sentimientos, los fundamentalistas proseguirán en su empeño de ser y ejercer de custodios supremos de la verdad que, para que auténticamente lo sea, ha de coincidir en exclusiva, y para todos los efectos, con su propia verdad.
Todo fundamentalismo, y su correspondiente pléyade de fundamentalistas tienen, o creen tener, cimientos, pretextos y orígenes que son religiosos o pseudos religiosos. Lo religioso, en su esencia o en su apariencia, es lo que los inspira, arrebata, seduce y excita. En el fondo y en la forma del comportamiento fundamentalista late una motivación estimada de alguna manera como religiosa.
Las consecuencias de cualquier planteamiento fundamentalista para la sociedad y la convivencia entre los humanos, son, por igual, nefastos y nefandos, dado que la filosofía de sus vidas está entreverada de las más absurdas e incoherentes teologías, cuyos intérpretes supremos son –tienen que ser- ellos mismos, y sin que a su determinación y acción les falte “la voluntad del Señor, Dios del universo”.
Pese a que siempre hubo fundamentalismos y fundamentalistas, los orígenes del fundamentalismo moderno, con sus decimonónicas connotaciones norteamericanas, sobre todo en los Estados del Sur, agrícola- ganaderos por definición, y menos desarrollados, se enmarcan en los primeros años del siglo XX. Los rasgos de tal movimiento coinciden con otros, que llevaron hasta sus últimas consecuencias la interpretación literal más aferrada y violenta de la Biblia, con sentimientos de persecución y acosamiento y, por tanto, necesidad de defensa.
Su oposición y rechazo de la modernidad es otro de sus aspectos, como lo es la asidua –habitual- invocación de la palabra de Dios contenida en la Biblia interpretada sin intermediario alguno, sino por el mismo que cree que es a quien va dirigida. Desde su propia perspectiva, prescindiendo de cualquier otra, tanto personal como colectiva, la tradición podrá ser también referencia, convencido sin más de que “así fue desde el principio”, con lo que resulta que él mismo, y no otro, es la tradición. En la comunidad –su comunidad- se encuentran los verdaderos creyentes, con lo que la comunidad –gueto es su necesaria consecuencia, por lo que al programar un proyecto alternativo de sociedad, la suya y no otra, habrá de ser esquema ideal que, “en el nombre de Dios”, y confiando en sus fuerzas naturales y sobrenaturales, se intentará imponer, sin ningún otro tipo de consideraciones. Todo cuanto sea y reclame libertad y pluralidad en el esquema primario del fundamentalismo está condenado a desaparecer, para lo que los límites de su justificación no tienen por qué ser todos legales y en conformidad con los habituales estatutos de los “infieles y paganos”.
Fundamentalismos y fundamentalistas, y a la luz de la anterior reflexión descriptiva e inocua, no solo son los que encarnan los ayatalás en su diversidad de versiones. Diríase de estos y asimilados, que ni son los únicos ni los más peligrosos para la sociedad actual, pese a que con dramática frecuencia profanen y entinten de sangre multitud de noticias diarias.
Nuestra atención, preocupación y lamento se proyectan en esta ocasión hacia tantos otros fundamentalismos que anidan ya, o están a punto de hacerlo, en cuadros, instituciones, organizaciones o corrientes de opinión en la misma Iglesia o en sus aledaños. Ofuscados, y a veces, posiblemente convencidos de que los males de la sociedad actual – con inclusión de la religiosa-, son ciertamente graves y sin otra solución, sintiéndose vocacionados y elegidos por Dios, no son ya pocos los cristianos “religiosos” que están prestos a actuar con propósitos y fórmulas netamente fundamentalistas. Para ello cuentan con la captación y persuasión de algunas organizaciones consideradas y registradas como religiosas, sin faltarles la presencia y la autoridad de parte de la misma jerarquía eclesiástica.
El listado de fundamentalismos y fundamentalistas, y aspirantes a serlo, es también preocupante en España. Es algo más –bastante más- que una tentación leve, lejana y remota. Ni aludimos ni eludimos aquí y ahora nombres de grupos u organizaciones concretas en quienes nuestros lectores, con acierto y objetividad, estarán pensando. Tener en cuenta este dato, y apreciación, es ejercicio obligado de conciencia y prudencia.
Todo fundamentalismo, y su correspondiente pléyade de fundamentalistas tienen, o creen tener, cimientos, pretextos y orígenes que son religiosos o pseudos religiosos. Lo religioso, en su esencia o en su apariencia, es lo que los inspira, arrebata, seduce y excita. En el fondo y en la forma del comportamiento fundamentalista late una motivación estimada de alguna manera como religiosa.
Las consecuencias de cualquier planteamiento fundamentalista para la sociedad y la convivencia entre los humanos, son, por igual, nefastos y nefandos, dado que la filosofía de sus vidas está entreverada de las más absurdas e incoherentes teologías, cuyos intérpretes supremos son –tienen que ser- ellos mismos, y sin que a su determinación y acción les falte “la voluntad del Señor, Dios del universo”.
Pese a que siempre hubo fundamentalismos y fundamentalistas, los orígenes del fundamentalismo moderno, con sus decimonónicas connotaciones norteamericanas, sobre todo en los Estados del Sur, agrícola- ganaderos por definición, y menos desarrollados, se enmarcan en los primeros años del siglo XX. Los rasgos de tal movimiento coinciden con otros, que llevaron hasta sus últimas consecuencias la interpretación literal más aferrada y violenta de la Biblia, con sentimientos de persecución y acosamiento y, por tanto, necesidad de defensa.
Su oposición y rechazo de la modernidad es otro de sus aspectos, como lo es la asidua –habitual- invocación de la palabra de Dios contenida en la Biblia interpretada sin intermediario alguno, sino por el mismo que cree que es a quien va dirigida. Desde su propia perspectiva, prescindiendo de cualquier otra, tanto personal como colectiva, la tradición podrá ser también referencia, convencido sin más de que “así fue desde el principio”, con lo que resulta que él mismo, y no otro, es la tradición. En la comunidad –su comunidad- se encuentran los verdaderos creyentes, con lo que la comunidad –gueto es su necesaria consecuencia, por lo que al programar un proyecto alternativo de sociedad, la suya y no otra, habrá de ser esquema ideal que, “en el nombre de Dios”, y confiando en sus fuerzas naturales y sobrenaturales, se intentará imponer, sin ningún otro tipo de consideraciones. Todo cuanto sea y reclame libertad y pluralidad en el esquema primario del fundamentalismo está condenado a desaparecer, para lo que los límites de su justificación no tienen por qué ser todos legales y en conformidad con los habituales estatutos de los “infieles y paganos”.
Fundamentalismos y fundamentalistas, y a la luz de la anterior reflexión descriptiva e inocua, no solo son los que encarnan los ayatalás en su diversidad de versiones. Diríase de estos y asimilados, que ni son los únicos ni los más peligrosos para la sociedad actual, pese a que con dramática frecuencia profanen y entinten de sangre multitud de noticias diarias.
Nuestra atención, preocupación y lamento se proyectan en esta ocasión hacia tantos otros fundamentalismos que anidan ya, o están a punto de hacerlo, en cuadros, instituciones, organizaciones o corrientes de opinión en la misma Iglesia o en sus aledaños. Ofuscados, y a veces, posiblemente convencidos de que los males de la sociedad actual – con inclusión de la religiosa-, son ciertamente graves y sin otra solución, sintiéndose vocacionados y elegidos por Dios, no son ya pocos los cristianos “religiosos” que están prestos a actuar con propósitos y fórmulas netamente fundamentalistas. Para ello cuentan con la captación y persuasión de algunas organizaciones consideradas y registradas como religiosas, sin faltarles la presencia y la autoridad de parte de la misma jerarquía eclesiástica.
El listado de fundamentalismos y fundamentalistas, y aspirantes a serlo, es también preocupante en España. Es algo más –bastante más- que una tentación leve, lejana y remota. Ni aludimos ni eludimos aquí y ahora nombres de grupos u organizaciones concretas en quienes nuestros lectores, con acierto y objetividad, estarán pensando. Tener en cuenta este dato, y apreciación, es ejercicio obligado de conciencia y prudencia.