MEJOR, MUJER
Es razonablemente posible que siga siendo, en parte, verdad, aquello de que “las comparaciones siempre –casi siempre- son odiosas”, con inclusión, por tanto, del caso planteado en la relación de la mujer con la Iglesia, y más concretamente si llegó ya la hora de que se le facilite el acceso al sacerdocio ministerial, en condiciones idénticas al hombre. Las celebraciones del Centenario de Santa Teresa, con sus repercusiones universales, podrían muy bien contribuir a que este fuera conocido, y reconocido, como referencia a decisiones “oficiales” por las que se clama, dentro y aún fuera, de la misma Iglesia, como signo de otras marginaciones, hoy impensables.
. La exaltación del machismo a las máximas cotas de dignidad y poder y, por tanto, la postración de la mujer en abismos de “animalidad, pecado y ente –propiedad del varón”, sigue siendo precepto principal, con carácter de dogma, de las religiones, también de la cristiana, aunque en algunas de sus Iglesias tan férrea, tenaz y feroz disciplina se acompase ya a los nuevos tiempos de la promoción femenina.
. No hay obstáculo dogmático que impida, de por sí, que a la mujer, por mujer, se les tengan que cerrar, “a cal y canto santos”, y a perpetuidad, las puertas del sacerdocio católico, por lo que la declaración de “herejes” a quienes defiendan lo contrario será, y estará, “ipso facto” dictada, tal y como piensan todavía alguno/as en la Iglesia, aún con la más “piadosa” de las intenciones.
. Las condiciones que definen, y se encarnan en la mujer, facilitarían, según muchos y muchas, ser y ejercer el sacerdocio en la actualidad socio-cultural y religiosa, con superiores garantías y fidelidad evangélica que el hombre. La demostración de este aserto es fácil, y apenas si precisa de dotes de audacia para su descubrimiento, toma de conciencia y aplicación a la realidad de la vida, en la pluralidad de situaciones y necesidades que definen a los humanos.
. La mujer personifica, representan practica y hace efectiva la idea de Dios más cercana y cálidamente que el hombre. Dios es tanto, o más “madre”, que “padre”. Su “virilización” todopoderosa, sacrosanta y lejana, castigadora de malos, clavero mayor –supremo- de las llaves del infierno, que se deja representar en exclusiva en las figuras y símbolos de los Sumos Sacerdotes y sus sucesores canónicos, carece de religiosidad, cultura y evangelio, escandaliza, sobrecoge y causa desconcierto y asombro entre los potenciales creyentes.
. La mujer-madre - sacerdote, engendra, crea y procrea cristianos por vocación, oficio y ministerio de modo idéntico, o aún más eficaz, a como lo hicieran los hombres. La mujer es educadora por naturaleza y “cultura ánimi”. Es esta –la de la educación-, parte principal de la tarea ingente que le ha asignado la vida en la mayoría de sus frentes, con inclusión predilecta de la relacionada con la religión, habiéndole “cedido” el mismo hombre, en la práctica, todos sus “derechos” .
. La mujer entraña y se identifica con la idea y misión salvadoras de la Iglesia, sin sentirse tan constreñida y forzada como el hombre, con preceptos, cánones, artículos, disposiciones, máximas y principios dictados por ellos mismos, pensando más en las apariencias y en la legalidad, que en la salvación de las personas y en el respeto a las mismas. La mujer, por mujer, descubre, conoce y sabe capítulos, enseñanzas y lecciones de los evangelios, a los que con dificultad tiene acceso el hombre, por hombre, y mucho menos si está revestido con los ornamentos “sagrados”.
. La Iglesia sería más Iglesia, más moderna y actualizada, y con más nítida proyección de futuro, si la mujer se hubiera hecho activamente presente en la misma sin las cortapisas y confinamientos canónicos que padece, sostenidos estos con argumentos seudo-culturales, que no resisten ponderados análisis bíblicos y teológicos, y cuya sola invocación e influencia desaniman a unos, amedrentan a otros y a los más, entristecen, deprimen y echan para atrás.
. El sacerdocio femenino, y una Iglesia más “madre” y “esposa”, hasta haría aprovechar sus tiempos- templos – espacios litúrgicos, adoctrinamientos e ideas teológicas, con mayor fidelidad a los evangelios, al servicio del pueblo y como acto religioso supremo de “adoración al único Dios vivo y verdadero”.
. Produce escalofríos el solo pensamiento de que la constatada discriminación constitucional de la mujer en la Iglesia pudiera incidir, o explicar, de alguna manera, el espeluznante número de muertes que en el altar de la violencia de género se contabiliza en España. Alrededor de sesenta son los nombres de las que entintan de asco y de sangre los medios de comunicación, lo que supondría nada menos que unas seiscientas en diez años, superando al de las personas sacrificadas por la mismísima ETA. y. por supuesto, igualando a los murtos “negros” a manos de los policías “blancos” norteamericanos.
. La exaltación del machismo a las máximas cotas de dignidad y poder y, por tanto, la postración de la mujer en abismos de “animalidad, pecado y ente –propiedad del varón”, sigue siendo precepto principal, con carácter de dogma, de las religiones, también de la cristiana, aunque en algunas de sus Iglesias tan férrea, tenaz y feroz disciplina se acompase ya a los nuevos tiempos de la promoción femenina.
. No hay obstáculo dogmático que impida, de por sí, que a la mujer, por mujer, se les tengan que cerrar, “a cal y canto santos”, y a perpetuidad, las puertas del sacerdocio católico, por lo que la declaración de “herejes” a quienes defiendan lo contrario será, y estará, “ipso facto” dictada, tal y como piensan todavía alguno/as en la Iglesia, aún con la más “piadosa” de las intenciones.
. Las condiciones que definen, y se encarnan en la mujer, facilitarían, según muchos y muchas, ser y ejercer el sacerdocio en la actualidad socio-cultural y religiosa, con superiores garantías y fidelidad evangélica que el hombre. La demostración de este aserto es fácil, y apenas si precisa de dotes de audacia para su descubrimiento, toma de conciencia y aplicación a la realidad de la vida, en la pluralidad de situaciones y necesidades que definen a los humanos.
. La mujer personifica, representan practica y hace efectiva la idea de Dios más cercana y cálidamente que el hombre. Dios es tanto, o más “madre”, que “padre”. Su “virilización” todopoderosa, sacrosanta y lejana, castigadora de malos, clavero mayor –supremo- de las llaves del infierno, que se deja representar en exclusiva en las figuras y símbolos de los Sumos Sacerdotes y sus sucesores canónicos, carece de religiosidad, cultura y evangelio, escandaliza, sobrecoge y causa desconcierto y asombro entre los potenciales creyentes.
. La mujer-madre - sacerdote, engendra, crea y procrea cristianos por vocación, oficio y ministerio de modo idéntico, o aún más eficaz, a como lo hicieran los hombres. La mujer es educadora por naturaleza y “cultura ánimi”. Es esta –la de la educación-, parte principal de la tarea ingente que le ha asignado la vida en la mayoría de sus frentes, con inclusión predilecta de la relacionada con la religión, habiéndole “cedido” el mismo hombre, en la práctica, todos sus “derechos” .
. La mujer entraña y se identifica con la idea y misión salvadoras de la Iglesia, sin sentirse tan constreñida y forzada como el hombre, con preceptos, cánones, artículos, disposiciones, máximas y principios dictados por ellos mismos, pensando más en las apariencias y en la legalidad, que en la salvación de las personas y en el respeto a las mismas. La mujer, por mujer, descubre, conoce y sabe capítulos, enseñanzas y lecciones de los evangelios, a los que con dificultad tiene acceso el hombre, por hombre, y mucho menos si está revestido con los ornamentos “sagrados”.
. La Iglesia sería más Iglesia, más moderna y actualizada, y con más nítida proyección de futuro, si la mujer se hubiera hecho activamente presente en la misma sin las cortapisas y confinamientos canónicos que padece, sostenidos estos con argumentos seudo-culturales, que no resisten ponderados análisis bíblicos y teológicos, y cuya sola invocación e influencia desaniman a unos, amedrentan a otros y a los más, entristecen, deprimen y echan para atrás.
. El sacerdocio femenino, y una Iglesia más “madre” y “esposa”, hasta haría aprovechar sus tiempos- templos – espacios litúrgicos, adoctrinamientos e ideas teológicas, con mayor fidelidad a los evangelios, al servicio del pueblo y como acto religioso supremo de “adoración al único Dios vivo y verdadero”.
. Produce escalofríos el solo pensamiento de que la constatada discriminación constitucional de la mujer en la Iglesia pudiera incidir, o explicar, de alguna manera, el espeluznante número de muertes que en el altar de la violencia de género se contabiliza en España. Alrededor de sesenta son los nombres de las que entintan de asco y de sangre los medios de comunicación, lo que supondría nada menos que unas seiscientas en diez años, superando al de las personas sacrificadas por la mismísima ETA. y. por supuesto, igualando a los murtos “negros” a manos de los policías “blancos” norteamericanos.