OTROS MONASTERIOS
Sería preciso militar como miembro pasivo en el colegio de los profetas, profesionales frustrados y sin vocación, para haber llegado ya a la conclusión de que a la vida monacal –ellos y ellas- le faltan pocos calendarios litúrgicos para mantener su supervivencia, tal y como esta es observada en la actualidad. Algunos pueden pensar que en la clausura y en la contemplación, por su condición religiosa son siempre posibles los milagros, por lo que estas reflexiones les parecerán indebidas, apocalípticas y, por tanto, antieclesiales, irreverentes y ateas.
. El descenso de vocaciones, religiosas en general, y tal vez más para el claustro, está suficiente y dolorosamente constatado. Estudios y datos serios lo confirman con autoridad y sin benevolentes concesiones a la duda.
. Por esos pueblos de Dios, y por ciudades de cierta relevancia y con largas tradiciones piadosas, el número de conventos decrece y sus bienes inmuebles se venden y se dedican a otros menesteres, aunque sus fachadas, por haber sido declarados algunos como “bienes de interés turístico- cultural”, les impida, por el momento, su demolición o derribo.
. Es triste y dramáticamente significativo el reciente dato divulgado por los medios de comunicación, de que en la ciudad gallega de Pontevedra acaba de cerrarse el último de sus monasterios. Nada menos que en 700 años habían perdurado estas instituciones, a las que la falta de vocaciones acaban de colocarle el definidito Amén.
. La pobreza, a veces insoportable, que les ha de acompañar a sus moradores/as, teniendo que dedicarse “en exceso” a tareas complementarias, difícilmente justificarían su consagración personal al Señor. Para fabricar rosquillas y “huesos de santos o santas”, quesos, licores y vinos de misa, relicarios, cruces y estampas, medallas y escapularios, atender lavanderías, encuadernación de libros… no hace falta una vocación-llamada religiosa distinta a la de un profesional cualquiera de la escala laboral.
. Tener humildad y sensatez suficientes para reconocer y aceptar esta realidad y, por ejemplo, afrontarla cuanto antes con concentración de conventos-monasterios de las mismas Órdenes y Congregaciones, o de otras consagradas a idénticas, o similares, tareas, pudiera, y debiera, haber edstado al alcance de la mano.
. Llegó ya la hora en la que a no pocos de los conventos- monasterios tradicionales se les cierren las puertas y sus moradores/as se conviertan algo así como en “monjas/es domésticos”. Los mismos –residencias y situaciones- serán los rincones de las calles de pueblos y de las ciudades, casas de acogida, residencias de ancianos, clínicas de reposo, sillas de ruedas, lugares de paseo, cafeterías y tabernas en los que compartir la soledad y las soledades, de tantos y de tantas como lo precisan ya, y habrán de precisarlo aún más, de aquí en adelante.
. La vida contemplativa, la clausura y la huída, o el apartamiento, del mundo, síntesis y clave de la vida religiosa, están ya hoy precisamente en el contacto y la integración con el mundo.
. Peregrinos, divorciados, extranjeros, huérfanos, parados jubilados, ancianos, enfermos, solos y solas, desatendidos, expulsados, por razones o sinrazones, de la sociedad y de la familia, pobres- pobres, ex encarcelados, castigados por sus familiares y amigos al silencio, poco menos que perpetuo …son referencias perfectas de ministerios –atenciones claustrales definitivamente evangélicas.
. Mientras que existan tales realidades y urgencias sociales y de cuya solución, o parte de la misma, puedan ser responsables y cooperadores /as los abades, las madres abadesas y los priores/as, con mitras o sin ellas, los monasterios reclamarán urgentes soluciones, que no pocas de ellas han de pasar por sus respectivos cierres. Curando y atendiendo a los necesitados, y no al ritmo de las “Horas Canónicas”, fue como y cuando predicó y vivió Jesús el evangelio.
. La “desmedievalización” de conventos- monasterios, de sus ritmos litúrgicos y la distribución de sus tiempos es tarea inaplazable, profunda y urgente. Mucho más que sus obradores, talleres e instrumentos de labranza de sus huertas.
. El descenso de vocaciones, religiosas en general, y tal vez más para el claustro, está suficiente y dolorosamente constatado. Estudios y datos serios lo confirman con autoridad y sin benevolentes concesiones a la duda.
. Por esos pueblos de Dios, y por ciudades de cierta relevancia y con largas tradiciones piadosas, el número de conventos decrece y sus bienes inmuebles se venden y se dedican a otros menesteres, aunque sus fachadas, por haber sido declarados algunos como “bienes de interés turístico- cultural”, les impida, por el momento, su demolición o derribo.
. Es triste y dramáticamente significativo el reciente dato divulgado por los medios de comunicación, de que en la ciudad gallega de Pontevedra acaba de cerrarse el último de sus monasterios. Nada menos que en 700 años habían perdurado estas instituciones, a las que la falta de vocaciones acaban de colocarle el definidito Amén.
. La pobreza, a veces insoportable, que les ha de acompañar a sus moradores/as, teniendo que dedicarse “en exceso” a tareas complementarias, difícilmente justificarían su consagración personal al Señor. Para fabricar rosquillas y “huesos de santos o santas”, quesos, licores y vinos de misa, relicarios, cruces y estampas, medallas y escapularios, atender lavanderías, encuadernación de libros… no hace falta una vocación-llamada religiosa distinta a la de un profesional cualquiera de la escala laboral.
. Tener humildad y sensatez suficientes para reconocer y aceptar esta realidad y, por ejemplo, afrontarla cuanto antes con concentración de conventos-monasterios de las mismas Órdenes y Congregaciones, o de otras consagradas a idénticas, o similares, tareas, pudiera, y debiera, haber edstado al alcance de la mano.
. Llegó ya la hora en la que a no pocos de los conventos- monasterios tradicionales se les cierren las puertas y sus moradores/as se conviertan algo así como en “monjas/es domésticos”. Los mismos –residencias y situaciones- serán los rincones de las calles de pueblos y de las ciudades, casas de acogida, residencias de ancianos, clínicas de reposo, sillas de ruedas, lugares de paseo, cafeterías y tabernas en los que compartir la soledad y las soledades, de tantos y de tantas como lo precisan ya, y habrán de precisarlo aún más, de aquí en adelante.
. La vida contemplativa, la clausura y la huída, o el apartamiento, del mundo, síntesis y clave de la vida religiosa, están ya hoy precisamente en el contacto y la integración con el mundo.
. Peregrinos, divorciados, extranjeros, huérfanos, parados jubilados, ancianos, enfermos, solos y solas, desatendidos, expulsados, por razones o sinrazones, de la sociedad y de la familia, pobres- pobres, ex encarcelados, castigados por sus familiares y amigos al silencio, poco menos que perpetuo …son referencias perfectas de ministerios –atenciones claustrales definitivamente evangélicas.
. Mientras que existan tales realidades y urgencias sociales y de cuya solución, o parte de la misma, puedan ser responsables y cooperadores /as los abades, las madres abadesas y los priores/as, con mitras o sin ellas, los monasterios reclamarán urgentes soluciones, que no pocas de ellas han de pasar por sus respectivos cierres. Curando y atendiendo a los necesitados, y no al ritmo de las “Horas Canónicas”, fue como y cuando predicó y vivió Jesús el evangelio.
. La “desmedievalización” de conventos- monasterios, de sus ritmos litúrgicos y la distribución de sus tiempos es tarea inaplazable, profunda y urgente. Mucho más que sus obradores, talleres e instrumentos de labranza de sus huertas.