“¿Murmuraciones y habladurías?”
El comentario -mi comentario-, se da por supuesto y exijo que se considere dictado por el respeto a la Iglesia, a quien “la preside en la caridad” y a quienes la integran en sus niveles diversos.
. Es exigible a quienes han de pronunciarse en situaciones tan vidriosas, lábiles y quebradizas ahorrarse adjetivaciones fáciles a interpretaciones equívocas, que indefectiblemente inclinarían la balanza al lado de la desestimación, de la aversión y hasta del odio. En el contexto de reprobación de hechos como los aludidos es inadecuado y hostigador mencionar “murmuraciones y habladurías”, aun comprendiendo que algunos comentarios están entintados con adjetivaciones excedentes.
. Modales de humildad, de reconocimiento público y privado de limitaciones y de falibilidades no sobreabundan entre las jerarquías de la Iglesia, en sus niveles respectivos, con alusión, por ejemplo, a las del cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio Cardenalicio. Los atuendos y los ornamentos sagrados y no sagrados, las liturgias, los ceremoniales, los vocabularios, las simbologías, la intangibilidad y la lejanía… presionan a los “ministros de Dios” a creerse sus portavoces y representantes siempre y en todo, con imposibilidad de cometer desliz alguno y menos cuando hablan con conciencia oficial de hacerlo en nombre de Dios.
. Contribuiría de manera prodigiosa y efectiva a hacerle reflexionar a la Jerarquía eclesiástica para después actuar, predicar y manifestarse en público con palabras exactas, contar con unos medios de comunicación diferentes de los que dispone en la actualidad. La Jerarquía ni tiene ni quiere tener prensa libre. Detesta la crítica. Cree además que siempre, y por crítica, ésta es destructiva, siendo todos sus miembros jerárquicos a los que pueda ir dirigida santos y santísimos y nunca ni en nada reprochables, con virtuosa obligación de reconocerlo así y de revelárselo a los demás. Pese a que la Jerarquía suele predicar y enaltecer los valores de la libertad de prensa y su capacidad de crítica para los demás, raramente se muestra favorable a que ella misma sea su objetivo. Todo cuanto pueda asemejarse a la crítica en relación con la Jerarquía está rigurosamente proscrito en la Iglesia. La Jerarquía únicamente puede oler a incienso. Y este es el olor que desprenden todas las publicaciones sobre las que la Iglesia tenga alguna ascendencia y más las que sean de su propiedad. Es provechoso y representativo comprobar cómo reprime la Jerarquía la crítica con amenazas de castigo en esta vida y en la otra. Excomuniones, reprobación y anatemas son términos cargados de las más horrorosas puniciones.
. Las palabras “murmuraciones” y “habladurías”, a las que se les unen las también pontificias de “conspiración mediática contra la Iglesia”, en las circunstancias de lugar y de tiempo en las que fueron expresadas, a excepción de contados y comprensibles comentarios, explican reacciones personales y corporativas, tanto fuera como dentro de la Iglesia de parte de muchos, a quienes les asiste el pleno derecho a lamentar lo sucedido y a protestar de que a tiempo no se les proporcionaran a casos tan desdichados y desedificantes, remedios concluyentes, alumbrados por el santo temor de Dios, el buen nombre de la Iglesia y el bien del Pueblo de Dios y de la colectividad en general.
La calificación “protectora” de “vilmente vilipendiado” propinada por publicaciones indulgenciadas, a cualquiera tendrá que parecerle improcedente e injusta en demasía.
. La insistencia en relacionar jubilación con Jerarquía puede no tener intención aviesa alguna, sino ser tan sólo manifestación del deseo de que la Iglesia no pierda en sí misma la capacidad de renovación y reforma -“Ecclessia semper reformanda”- reconocida por definición, por la historia y por la teología. A una Jerarquía más joven -también en años- es casi seguro que no le hubieran pasado desapercibidos tantos casos de sacerdotes como deploramos y deploraremos.
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