OBISPOS “AD TEMPUS”
Es decir, no para toda la vida, con inclusión de la “otra”. La cota de los 75 años de edad para la renuncia- jubilación establecida por el Código de Derecho Canónico, a veces con disonantes e inexplicables excepciones, mitigó, que no resolvió, el problema de la “eviternidad” de los obispos al frente de sus respectivas diócesis. En ocho años, por ejemplo, y como máximo podrían, y deberían, muy bien fijarse el tiempo y la actividad del ministerio episcopal en las demarcaciones diocesanas, transcurridos los cuales, y al margen de titulaciones de “eméritos” o “beneméritos”, pasar a engrosar el noble listado pastoral de los párrocos, capellanes, coadjutores y demás grados de la clerecía, previa licencia y remoción de los atuendos litúrgicos y prerrogativas pontificales. La experiencia está ensayada ya, y se practica, en Órdenes y Congregaciones Religiosas y resulta muy positiva.
Obispos “ad tempus” es demanda creciente hoy en la Iglesia, como lo es también su elección. Carece de sentido cabalmente eclesial el sistema “dedocrático” vigente, implicando supuestamente en él al mismísimo Espíritu Santo, lo que roza las fronteras y de la herejía. La perpetua coincidencia de que todos, o la mayoría, de los “episcopables” tengan que estar inscritos, de alguna manera, en cofradías, movimientos y “ hermandades”, caracterizadas por votos, promesas, convencimientos o indeclinables inclinaciones hacia toda clase de conservadurismos, sin obviar citar expresamente al Opus Dei, Focolares, Kikos, Comunión y Liberación…, obliga a replanteamientos profundos y rápidos, en beneficio de la renovación de la Iglesia.
En este contexto es imprescindible encontrar fórmulas de participación- intervención de sacerdotes y laicos, que en su día han de ser “pastoreados” con los signos pontificales de la “sede”, de la mitra y del báculo, estableciendo algo así como una examinadora toma de contacto con intercambio de preguntas y respuestas, lo mismo antes que después de la ceremonia de la consagración, aceptación, o “toma de posesión”, canónica de la diócesis.
Sacerdotes y laicos han de ejercer su responsabilidad como miembros conscientes y activos de la Iglesia diocesana, informados convenientemente acerca del obispo que se les ha de asignar. De no ser así, automáticamente se echarían por tierra las legítimas aspiraciones pastorales que se alienten en la actualidad en relación con la estructura eclesial diocesana, previo el desmoronamientos del todopoderoso organismo curial vaticano, cuya reforma está siendo tarea prioritaria del Papa Francisco.
“Obispos” y “exámenes” establecerán relaciones religiosas indisolubles y estas exigirán disposiciones de formación continua y estable. La figura del obispo “sabelotodo”, omnisciente, poseedor de la última y definitiva palabra, no solo eclesiástica y ritual, sino también en parte profana, que difunden en sus prédicas y cartas pastorales, con el eco que, para bien o para mal, los medios de comunicación social hoy les aportan, demanda la jubilación forzosa de muchos, al margen del dato biológico que certifique el DNI, en conformidad con la legislación vigente en la Iglesia.
Todopoderosos y apartados, o sobre, el resto del clero, con tan solemnes y “reverendísimas” distancias de sus diocesanos, es explicable que una mayoría de los obispos todavía vivan ajenos a las “realidades temporales” y “en el mejor de los mundos”. El análisis de sus “comunicaciones pastorales”, al igual que el comportamiento que mantienen, llevan al convencimiento de que los mismos gestos ejemplares del Papa Francisco les resbalan y les parecen extraños, inverosímiles e impropios de todo un “Sumo y Romano Pontífice”.
En el examen de la formación permanente de los obispos, y de la toma de conciencia de sus deficiencias teológicas - y de las otras-, al frente de sus respectivas diócesis, se encuadran los pomposos y “prosopopéyicos” episodios a los que los medios de comunicación les prestaron amplia atención a propósito del cambio efectuado en algunas sedes episcopales, como en la de Madrid, por razones de edad. Esculcar en hechos tan normales, como el relevo de un obispo por otro, al encuentro de motivaciones religiosas, y revestirlos de sensacionales liturgias y rituales, sorprende a propios y a extraños, prefiriendo unos y otros las similares actuaciones en el terreno civil, con sobriedad y naturalidad, ciertamente sagradas, y sin la más remota opción al espectáculo, a la “función” y a los medievalismos, a los que la Iglesia jerárquica es tan proclive.
Como la vida en familia- familia es clave en la “normalización -“uno de tantos”- de las personas, mi felicitación cristiana por las decisiones de la Iglesia Anglicana de integrar a las mujeres en su episcopologio. En parejo contexto, mi desaprobación y censura, con aspiración a pronto desahucio, del ex arzobispo de Madrid, con su “corte, cortijo” y “liturgia” correspondientes, en las renovadas instalaciones palaciegas, con plácemes evangélicos para el obispo de Sigüenza- Guadalajara, quien al cesar en su ministerio, se retiró al pueblo salmantino del que procede, a disposición pastoral de su cura párroco.
Obispos “ad tempus” es demanda creciente hoy en la Iglesia, como lo es también su elección. Carece de sentido cabalmente eclesial el sistema “dedocrático” vigente, implicando supuestamente en él al mismísimo Espíritu Santo, lo que roza las fronteras y de la herejía. La perpetua coincidencia de que todos, o la mayoría, de los “episcopables” tengan que estar inscritos, de alguna manera, en cofradías, movimientos y “ hermandades”, caracterizadas por votos, promesas, convencimientos o indeclinables inclinaciones hacia toda clase de conservadurismos, sin obviar citar expresamente al Opus Dei, Focolares, Kikos, Comunión y Liberación…, obliga a replanteamientos profundos y rápidos, en beneficio de la renovación de la Iglesia.
En este contexto es imprescindible encontrar fórmulas de participación- intervención de sacerdotes y laicos, que en su día han de ser “pastoreados” con los signos pontificales de la “sede”, de la mitra y del báculo, estableciendo algo así como una examinadora toma de contacto con intercambio de preguntas y respuestas, lo mismo antes que después de la ceremonia de la consagración, aceptación, o “toma de posesión”, canónica de la diócesis.
Sacerdotes y laicos han de ejercer su responsabilidad como miembros conscientes y activos de la Iglesia diocesana, informados convenientemente acerca del obispo que se les ha de asignar. De no ser así, automáticamente se echarían por tierra las legítimas aspiraciones pastorales que se alienten en la actualidad en relación con la estructura eclesial diocesana, previo el desmoronamientos del todopoderoso organismo curial vaticano, cuya reforma está siendo tarea prioritaria del Papa Francisco.
“Obispos” y “exámenes” establecerán relaciones religiosas indisolubles y estas exigirán disposiciones de formación continua y estable. La figura del obispo “sabelotodo”, omnisciente, poseedor de la última y definitiva palabra, no solo eclesiástica y ritual, sino también en parte profana, que difunden en sus prédicas y cartas pastorales, con el eco que, para bien o para mal, los medios de comunicación social hoy les aportan, demanda la jubilación forzosa de muchos, al margen del dato biológico que certifique el DNI, en conformidad con la legislación vigente en la Iglesia.
Todopoderosos y apartados, o sobre, el resto del clero, con tan solemnes y “reverendísimas” distancias de sus diocesanos, es explicable que una mayoría de los obispos todavía vivan ajenos a las “realidades temporales” y “en el mejor de los mundos”. El análisis de sus “comunicaciones pastorales”, al igual que el comportamiento que mantienen, llevan al convencimiento de que los mismos gestos ejemplares del Papa Francisco les resbalan y les parecen extraños, inverosímiles e impropios de todo un “Sumo y Romano Pontífice”.
En el examen de la formación permanente de los obispos, y de la toma de conciencia de sus deficiencias teológicas - y de las otras-, al frente de sus respectivas diócesis, se encuadran los pomposos y “prosopopéyicos” episodios a los que los medios de comunicación les prestaron amplia atención a propósito del cambio efectuado en algunas sedes episcopales, como en la de Madrid, por razones de edad. Esculcar en hechos tan normales, como el relevo de un obispo por otro, al encuentro de motivaciones religiosas, y revestirlos de sensacionales liturgias y rituales, sorprende a propios y a extraños, prefiriendo unos y otros las similares actuaciones en el terreno civil, con sobriedad y naturalidad, ciertamente sagradas, y sin la más remota opción al espectáculo, a la “función” y a los medievalismos, a los que la Iglesia jerárquica es tan proclive.
Como la vida en familia- familia es clave en la “normalización -“uno de tantos”- de las personas, mi felicitación cristiana por las decisiones de la Iglesia Anglicana de integrar a las mujeres en su episcopologio. En parejo contexto, mi desaprobación y censura, con aspiración a pronto desahucio, del ex arzobispo de Madrid, con su “corte, cortijo” y “liturgia” correspondientes, en las renovadas instalaciones palaciegas, con plácemes evangélicos para el obispo de Sigüenza- Guadalajara, quien al cesar en su ministerio, se retiró al pueblo salmantino del que procede, a disposición pastoral de su cura párroco.