LOS OBISPOS SE EXAMINAN
Y su examen, en esta ocasión, es de conciencia. El orden lógico y, por supuesto, el sacramental, exige que el camino de la convivencia entre personas y en su relación con Dios, recorra con veracidad y honestidad los peldaños del examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de enmienda y, en su caso, la reparación debida por el daño ocasionado. Dado el carácter, e importancia esencial, que definen a la figura del obispo y a su ministerio en la Iglesia, y desde la activa corresponsabilidad que como sacerdotes o seglares, nos compete, como parte de la misma, nos parece un deber sagrado señalar algunos puntos, con el fin de que el aludido examen de conciencia resulte lo más provechoso posible y en beneficio de la comunidad eclesial que constituimos entre todos.
. ¿Por qué es obispo tal, o cual, obispo, y a quien, en definitiva, le debe su designación y nombramiento? ¿A todos ellos puede satisfacerles en conciencia la explicación generalizada de la providencial intervención del Espíritu Santo, con explícito rechazo de “recomendaciones” –o algo más- de alguna asociación, persona concreta, idea, o forma de ser y de actuar, con reverenciosa y predilecta mención a la docilidad y al continuismo? ¿Cuántos obispos tuvieron, y pusieron, reparos en aceptar el nombramiento, conscientes de no estar de acuerdo con el sistema en el que sus sacerdotes y laicos no tuvieron participación alguna y, aún más, con la seguridad, o probabilidad de su rechazo?
. ¿Cuál fue, y es, su reacción íntima y personal, al contemplarse a sí mismo revestido con tan solemnes “ornamentos” y mitras, que se dicen “sagradas”, y antecedidos su nombre y apellidos vulgares de títulos sonoros y rumbosos? ¿Se les ocurrió alguna vez juzgar exagerados y paganos esos y otros tratamientos, con flagrante riesgo de vislumbrar entre ellos determinados signos de “culto a la persona”, descartados por el sentido común y por el evangelio, que toda la liturgia y sus aledaños la justifican la teología- revelación y la relación sagrada con Dios, con Cristo Jesús, lo “santo” y los santos?
. ¿Se empeñó el obispo, ya desde el principio, o antes de su “pontificado”, en tratar y conocer a los sacerdotes, visitarlos cuando están enfermos y preocuparse de sus necesidades y problemas familiares o ministeriales? ¿Consideró normal la relación de amistad sacerdote-obispo, mucho más que la estrictamente jerárquica? ¿Cuáles fueron, y son, sus relaciones con los diocesanos/as? ¿Cuales, cuantas y de qué signo con las autoridades y el resto de “las fuerzas vivas de la localidad” y de la Comunidad Autónoma? ¿Pensó, y no lo rechazó como absurdo, que algún día podría ser y ejercer de obispo una “obispesa”?
. ¿Cual es el grado de comodidad pastoral del que se siente poseedor, si todavía vive –trabaja y pernocta-, en el palacio episcopal, arzobispal o cardenalicio de toda la vida? Viviendo en estos marcos y despachos – “salón del trono”-, con capilla privada, oficinas, salas de audiencia, secretarios y vice- secretarios, cancilleres, Tribunales Eclesiásticos, bulas e indulgencias…¿es posible que el báculo, y más si es de plata, siga siendo portador de ancestrales remembranzas bíblicas pastoriles, -que no pastorales-, y no un adorno –“ornamente”-, que se le hace perdurar en el catálogo de ya decrépitas e incultas costumbres y prácticas feudales, cuyo único lugar es el museo catedralicio? ¿No se sintió expresamente aludido cuando el Papa Francisco refirió que el olor característico episcopal debiera proceder del redil. y no del incienso que con solemne prodigalidad expanden los turibularios de turno?
. El examen de conciencia de los obispos actuales habrá de inculcarles repasar capítulos pastorales tan importantes como los respectivos a la marginación de la mujer en el organigrama de la Iglesia, canonizaciones y beatificaciones, preocupaciones y ocupaciones sociales, orden y administración, en actos de culto que exhaustivamente se identifican con lo “religioso”, uso de las catedrales y templos, visitas pastorales, simple y llanamente rituales, aplicación del Código de Derecho Canónico que apenas si refleja el espíritu del evangelio, mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, baremos de justicio y de santidad y riquezas –joyas, coronas y santuarios-, “propiedad” de las Vírgenes y de los santo.
. Capítulo especialmente relevante en la nómina de las “fábricas” episcopales es el que se inserta en las “relaciones laborales” de empresas, obras e instituciones eclesiásticas o para- eclesiásticas. Precisamente en este apartado social se producen con frecuencia hechos que, convertidos posteriormente en noticias, acaparan primeros planos en los medios de comunicación, con descrédito para la Iglesia. Por principio, es lamentable la impresión que se tiene de que los obispos en general no suelen ser y actuar como buenos “patronos” ni siquiera con sus propios sacerdotes. ¿Aportaríamos algún día algunos casos?
. Y, por ahora, este penúltimo punto del examen de conciencia episcopal: ¿son, se consideran y ejercen sistemáticamente los obispos como funcionarios de la religión o como admiradores devotos de los evangelios? ¿Es su lenguaje palaciego, “ex -cathedra” y pontifical, o popular, vulgar y corriente?
. ¿Por qué es obispo tal, o cual, obispo, y a quien, en definitiva, le debe su designación y nombramiento? ¿A todos ellos puede satisfacerles en conciencia la explicación generalizada de la providencial intervención del Espíritu Santo, con explícito rechazo de “recomendaciones” –o algo más- de alguna asociación, persona concreta, idea, o forma de ser y de actuar, con reverenciosa y predilecta mención a la docilidad y al continuismo? ¿Cuántos obispos tuvieron, y pusieron, reparos en aceptar el nombramiento, conscientes de no estar de acuerdo con el sistema en el que sus sacerdotes y laicos no tuvieron participación alguna y, aún más, con la seguridad, o probabilidad de su rechazo?
. ¿Cuál fue, y es, su reacción íntima y personal, al contemplarse a sí mismo revestido con tan solemnes “ornamentos” y mitras, que se dicen “sagradas”, y antecedidos su nombre y apellidos vulgares de títulos sonoros y rumbosos? ¿Se les ocurrió alguna vez juzgar exagerados y paganos esos y otros tratamientos, con flagrante riesgo de vislumbrar entre ellos determinados signos de “culto a la persona”, descartados por el sentido común y por el evangelio, que toda la liturgia y sus aledaños la justifican la teología- revelación y la relación sagrada con Dios, con Cristo Jesús, lo “santo” y los santos?
. ¿Se empeñó el obispo, ya desde el principio, o antes de su “pontificado”, en tratar y conocer a los sacerdotes, visitarlos cuando están enfermos y preocuparse de sus necesidades y problemas familiares o ministeriales? ¿Consideró normal la relación de amistad sacerdote-obispo, mucho más que la estrictamente jerárquica? ¿Cuáles fueron, y son, sus relaciones con los diocesanos/as? ¿Cuales, cuantas y de qué signo con las autoridades y el resto de “las fuerzas vivas de la localidad” y de la Comunidad Autónoma? ¿Pensó, y no lo rechazó como absurdo, que algún día podría ser y ejercer de obispo una “obispesa”?
. ¿Cual es el grado de comodidad pastoral del que se siente poseedor, si todavía vive –trabaja y pernocta-, en el palacio episcopal, arzobispal o cardenalicio de toda la vida? Viviendo en estos marcos y despachos – “salón del trono”-, con capilla privada, oficinas, salas de audiencia, secretarios y vice- secretarios, cancilleres, Tribunales Eclesiásticos, bulas e indulgencias…¿es posible que el báculo, y más si es de plata, siga siendo portador de ancestrales remembranzas bíblicas pastoriles, -que no pastorales-, y no un adorno –“ornamente”-, que se le hace perdurar en el catálogo de ya decrépitas e incultas costumbres y prácticas feudales, cuyo único lugar es el museo catedralicio? ¿No se sintió expresamente aludido cuando el Papa Francisco refirió que el olor característico episcopal debiera proceder del redil. y no del incienso que con solemne prodigalidad expanden los turibularios de turno?
. El examen de conciencia de los obispos actuales habrá de inculcarles repasar capítulos pastorales tan importantes como los respectivos a la marginación de la mujer en el organigrama de la Iglesia, canonizaciones y beatificaciones, preocupaciones y ocupaciones sociales, orden y administración, en actos de culto que exhaustivamente se identifican con lo “religioso”, uso de las catedrales y templos, visitas pastorales, simple y llanamente rituales, aplicación del Código de Derecho Canónico que apenas si refleja el espíritu del evangelio, mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, baremos de justicio y de santidad y riquezas –joyas, coronas y santuarios-, “propiedad” de las Vírgenes y de los santo.
. Capítulo especialmente relevante en la nómina de las “fábricas” episcopales es el que se inserta en las “relaciones laborales” de empresas, obras e instituciones eclesiásticas o para- eclesiásticas. Precisamente en este apartado social se producen con frecuencia hechos que, convertidos posteriormente en noticias, acaparan primeros planos en los medios de comunicación, con descrédito para la Iglesia. Por principio, es lamentable la impresión que se tiene de que los obispos en general no suelen ser y actuar como buenos “patronos” ni siquiera con sus propios sacerdotes. ¿Aportaríamos algún día algunos casos?
. Y, por ahora, este penúltimo punto del examen de conciencia episcopal: ¿son, se consideran y ejercen sistemáticamente los obispos como funcionarios de la religión o como admiradores devotos de los evangelios? ¿Es su lenguaje palaciego, “ex -cathedra” y pontifical, o popular, vulgar y corriente?