OBISPOS HONORÍFICOS
Sin las correspondientes sedes episcopales, no hay obispos, o estos no lo son de verdad y en serio, sino de mentirijillas. Son más bien sujetos-objetos de lujo y de consideración, y su número es amplio. Indeciso y plural. Fluctuante y “ad líbitum”, latinajo que no puede encajar en la episcopología, al depender de multitud de causas y con-causas. Del nombramiento en general de los obispos, no es aventurado aseverar que es manifiestamente mejorable. Aún más, que en ocasiones, no es moral, o lo que es lo mismo “lo que no se considera en consonancia con las buenas costumbres”.
¿Cómo han sido nombrados, y se siguen nombrando, los obispos, por ejemplo, en España? Es una pregunta pastoral extensiva, que precisa pronta, sensata, reverencial y directa respuesta, con valoración no solo canónica , sino evangélica. De su respuesta brotarán ríos de luz para comprender en su dimensión y fijeza el problema –los problemas- de la Iglesia española en la actualidad. “Dime qué obispos tienes, y te diré qué Iglesia tienes”, resulta ser algo más –o menos- que un aforismo malintencionado.
Proclamo una vez más, y con el consiguiente e inválido enronquecimiento, que el nombramiento de los obispos no se ajusta lo más mínimo a los módulos democráticos propios de una sociedad “en salida”, tal y como el propio papa sueña que sea la Iglesia. El pueblo-pueblo, y los sacerdotes pronuncian y son “palabra de Dios” a la hora del nombramiento –que no elección- de sus respectivos obispos. Lo de la presencia y actividad del Espíritu Santo en estos procesos, resulta ser de más que dudosa creencia, hasta en quienes emplean tan sagrado argumento para embaucar a los fieles devotos, tapando y encubriendo otras intenciones.
A no pocos obispos los nombran los intereses personales o de grupo, aún con ornamentos y etiquetas de devoción y piedad. A lo largo de la historia eclesiástica, títulos y “oficios –beneficios” episcopales se vendieron y compraron de una u otra manera, y al mejor postor familiar, social o político. Y, por favor, que nadie se distraiga y piense solo en la era del “Renacimiento” o del Nacional-Catolicismo, que por cierto, esta última, aún no fue superada en España.
Hay obispos en cuyos nombramientos intervinieron intereses y razones “autonómicas”, con aspiraciones al margen de la Constitución, a los que la “Santa Sede” y sus curiales, escogieron por motivos más que discutibles, al amparo del sacrosanto nombre de Dios y de su Madre y madre de todos, “patrocinadora” en casos concretos, de los más viles negocios, corrupciones y chanchullos, convertidos sus jerarcas en sus más fervorosos mantenedores, y en contra de motivaciones estrictamente pastorales.
En el cenit de la reflexión, no estaría de más recordar también que el calificativo de “emérito –en latín “ganarse el retiro”- es término que merecería reflexión al serle aplicado a papas y a obispos. El “emérito” ya ni es ni ejerce en calidad de obispo. En esta, como en tantas otras esferas y actividades, en el territorio de lo civil se percibe y constata la existencia del evangelio de modo aún más generoso que en cuanto se refiere al eclesiástico. Es, no obstante, ejemplar de verdad, el testimonio de algunos obispos y arzobispos, quienes al jubilarse, lo hicieron con todas sus consecuencias, sin ningún privilegio y sin posibilidad de suscitar añoranzas y menos anti- conciliares o anti- “franciscanas”.
El episcopado, por encima de todo, no es de por sí un honor. Es un servicio. De vigilancia, de atención y cuidado. De escucha. Obispo honorífico –“coronación y meta de los peldaños de la carrera eclesiástica”-, al estilo de la nobleza de la sociedad civil, ni es ejemplar, ni evangélico, ni cristianamente revelador de valores que identifiquen al Buen Pastor por antonomasia, “a quien conocen sus ovejas y estas son conocidas por él”.
Ser obispo hoy es un problema serio. Muy serio. Dentro de poco, aspirantes a serlo se contarán con los dedos de la mano. Será preciso importarlos, y no solo de América, sino de otros países llamados de misión, con lo que la Iglesia, también la española, será más Iglesia, más sinodal, más pobre y de los pobres y con perfiles menos estrambóticos e imperiales en el caso de los super-obispos.
Y, por ahora, un par de preguntas: ¿Cuándo dejarán algunos obispos españoles de pavonearse por su conservadurismo, heredado de anteriores Nuncios de SS., y de estirpe “rouconiana”? ¿Quiénes serán los primeros que, arrodillados ante el papa Francisco, le supliquen poder ordenar cuanto antes sacerdotes a hombres casados” –“viri probati”- al comprobar tan dolorosamente que en sus diócesis hay ya pueblos y pueblos sin celebración eucarística?