OBISPOS QUE NO SE LLEVAN
(Que nadie –clérigo o laico- se rasgue las vestiduras –hábitos talares incluidos-, al leer el título de esta reflexión, pensando con benevolencia que el adverbio “no”, debiera haber sido un “sí” reverencial y rotundo).
Y es que no todos los obispos se llevan bien entre sí…¿Pero acaso no alardean en sus pontificales arrebatos comunitarios eclesiásticos, de “hermanos en el Episcopado”, con los besos y abrazos litúrgicos impuestos por cánones, reglas, normas y preceptos? ¿A quien se le ocurrirá malévolamente dudar de la veracidad de tales signos, llegando a la conclusión de que muchos de ellos no rondan siquiera los límites del simulacro, la hipocresía y simulación, aunque ritualmente se ajusten a las circunstancias de lugar y de tiempo, por “sagradas”, que sean unos y otras?
Como todo-casi todo- que se relaciona de alguna manera con los obispos resulta ser teológica y pastoralmente de tanta relevancia, no es de extrañar que ellos se constituyan en referencias permanentes a la hora indefinida de juzgar sobre la actuación de la Iglesia, hoy no precisamente siempre ejemplar. Esto explica en gran parte, que ellos –los obispos- se encuentren en el centro de tantas diatribas y descalificaciones pontificias por parte del papa Francisco. Ellos “son” la Iglesia por excelencia, y sus protagonistas, no solo a los ojos del pueblo de Dios, sino a los de las autoridades civiles y políticas correspondientes.
Invocando razones de humildad, de sensatez y de evangelio, se llega con presteza a la conclusión radical de que la Iglesia es lo que son los obispos y que a estos les queda hoy por recorrer largos y enojosos caminos para ser y comportarse como “sucesores de los Apóstoles”, tal y como ellos quisieran y pretenden, hasta al margen de disquisiciones bíblicas, cuestionadas por doctos teólogos aun cuando algunos así lo catequicen, todavía “sin censura eclesiástica”.
Y es que, partiendo desde el principio, el nombramiento –que no la elección- de los obispos conduce perentoriamente a la necesidad urgente y profunda de la reforma de criterios y procedimientos que hicieron y hacen posible su presencia al frente de las demarcaciones diocesanas, con el incuestionable propósito de la desaparición del término “obispo” como premio, título, dignidad o “categoría eclesiástico-social”. El pueblo –sacerdotes y laicos-, habrán de participar de alguna manera en el nombramiento-elección de sus obispos, sin culpar al Espíritu Santo de errores o equivocaciones tangibles, y hasta previsibles. Cuando la política, y más la eclesiástica, substituye y destituye a la pastoral, a la teología, a la sensatez y aún a la moral, el propio concepto de “obispo” se proscribe y excluye.
Por citar algunos archi -conocidos datos y hechos “pastorales”, con besos y abrazos y proclamaciones de fraternidad episcopal, el obispo aragonés de Barbastro mantiene tensas y judiciales oposiciones y hostilidades con el catalán de Lérida, no valiendo hasta el presente cualquier gestión de “hombres buenos” ni el rechazo explícito de lo ya juzgado y decidido en las correspondientes instancias…
¿Con qué capacidad de hipocresías habrá de equiparse el señor arzobispo de Toledo, para estrecharse en fundidos abrazos con el arzobispo y obispos de la Comunidad Autónoma de Extremadura, a propósito de su cerril negativa del “primado”, de que el santuario-monasterio de la Virgen de Guadalupe siga perteneciendo a “su” Toledo, y no a cualquiera de las tres diócesis de Extremadura, de la que es su patrona “civil” y religiosa?
En los casos aludidos y en tantos otros, los obispos –nuestros obispos-, o no se llevan, o – se llevan mal. Como dato paganamente significativo es de destacar el hecho de que gran parte de las discusiones y desavenencias proceden de la defensa a ultranza, “en el nombre de Dios”, propia de las cruzadas-, de prestigios pasados y de emolumentos presentes, con o sin IVA.
Menos –muchos menos- “besos y abrazos” hipócritas e hipocorísticos, y más religión, humildad, evangelio, sentido común y disponibilidad para con el prójimo y, por tanto y por él, para con Dios. ¿Qué es lo que tienen que hacer, o no hacer, los obispos para que, sin cumplir los 75 años para su canónica jubilación, el Nuncio de SS., el Presidente de la CEE o quien sea, decida su remoción en casos concretos, por el bien de la Iglesia y de la misma sociedad?
¿Bastaría y sobraría con la aplicación de de las misas medievales con el esquema de “contra malos epíscopos”, además de aquellas otras “contra iúdices iniquos”? ¿Cuántas misas habrían que encargar –y pagar-, por ejemplo, los sufridos diocesanos de Cádiz – “la tacita de plata o de oro”-,a favor de la pronta remoción de su excelso prelado? ¿Cuantas misas gregorianas necesitarían serles aplicadas a los miembros de la Conferencia Episcopal Tarraconense para enterarse de lo que pretenden hacer, y hacen, ellos y sus diocesanos catalanistas, en contra de ideas tan sagradas como la común unión entre unos y otros, por encima de siglas y de corrupciones familiares o partidistas?
Y es que no todos los obispos se llevan bien entre sí…¿Pero acaso no alardean en sus pontificales arrebatos comunitarios eclesiásticos, de “hermanos en el Episcopado”, con los besos y abrazos litúrgicos impuestos por cánones, reglas, normas y preceptos? ¿A quien se le ocurrirá malévolamente dudar de la veracidad de tales signos, llegando a la conclusión de que muchos de ellos no rondan siquiera los límites del simulacro, la hipocresía y simulación, aunque ritualmente se ajusten a las circunstancias de lugar y de tiempo, por “sagradas”, que sean unos y otras?
Como todo-casi todo- que se relaciona de alguna manera con los obispos resulta ser teológica y pastoralmente de tanta relevancia, no es de extrañar que ellos se constituyan en referencias permanentes a la hora indefinida de juzgar sobre la actuación de la Iglesia, hoy no precisamente siempre ejemplar. Esto explica en gran parte, que ellos –los obispos- se encuentren en el centro de tantas diatribas y descalificaciones pontificias por parte del papa Francisco. Ellos “son” la Iglesia por excelencia, y sus protagonistas, no solo a los ojos del pueblo de Dios, sino a los de las autoridades civiles y políticas correspondientes.
Invocando razones de humildad, de sensatez y de evangelio, se llega con presteza a la conclusión radical de que la Iglesia es lo que son los obispos y que a estos les queda hoy por recorrer largos y enojosos caminos para ser y comportarse como “sucesores de los Apóstoles”, tal y como ellos quisieran y pretenden, hasta al margen de disquisiciones bíblicas, cuestionadas por doctos teólogos aun cuando algunos así lo catequicen, todavía “sin censura eclesiástica”.
Y es que, partiendo desde el principio, el nombramiento –que no la elección- de los obispos conduce perentoriamente a la necesidad urgente y profunda de la reforma de criterios y procedimientos que hicieron y hacen posible su presencia al frente de las demarcaciones diocesanas, con el incuestionable propósito de la desaparición del término “obispo” como premio, título, dignidad o “categoría eclesiástico-social”. El pueblo –sacerdotes y laicos-, habrán de participar de alguna manera en el nombramiento-elección de sus obispos, sin culpar al Espíritu Santo de errores o equivocaciones tangibles, y hasta previsibles. Cuando la política, y más la eclesiástica, substituye y destituye a la pastoral, a la teología, a la sensatez y aún a la moral, el propio concepto de “obispo” se proscribe y excluye.
Por citar algunos archi -conocidos datos y hechos “pastorales”, con besos y abrazos y proclamaciones de fraternidad episcopal, el obispo aragonés de Barbastro mantiene tensas y judiciales oposiciones y hostilidades con el catalán de Lérida, no valiendo hasta el presente cualquier gestión de “hombres buenos” ni el rechazo explícito de lo ya juzgado y decidido en las correspondientes instancias…
¿Con qué capacidad de hipocresías habrá de equiparse el señor arzobispo de Toledo, para estrecharse en fundidos abrazos con el arzobispo y obispos de la Comunidad Autónoma de Extremadura, a propósito de su cerril negativa del “primado”, de que el santuario-monasterio de la Virgen de Guadalupe siga perteneciendo a “su” Toledo, y no a cualquiera de las tres diócesis de Extremadura, de la que es su patrona “civil” y religiosa?
En los casos aludidos y en tantos otros, los obispos –nuestros obispos-, o no se llevan, o – se llevan mal. Como dato paganamente significativo es de destacar el hecho de que gran parte de las discusiones y desavenencias proceden de la defensa a ultranza, “en el nombre de Dios”, propia de las cruzadas-, de prestigios pasados y de emolumentos presentes, con o sin IVA.
Menos –muchos menos- “besos y abrazos” hipócritas e hipocorísticos, y más religión, humildad, evangelio, sentido común y disponibilidad para con el prójimo y, por tanto y por él, para con Dios. ¿Qué es lo que tienen que hacer, o no hacer, los obispos para que, sin cumplir los 75 años para su canónica jubilación, el Nuncio de SS., el Presidente de la CEE o quien sea, decida su remoción en casos concretos, por el bien de la Iglesia y de la misma sociedad?
¿Bastaría y sobraría con la aplicación de de las misas medievales con el esquema de “contra malos epíscopos”, además de aquellas otras “contra iúdices iniquos”? ¿Cuántas misas habrían que encargar –y pagar-, por ejemplo, los sufridos diocesanos de Cádiz – “la tacita de plata o de oro”-,a favor de la pronta remoción de su excelso prelado? ¿Cuantas misas gregorianas necesitarían serles aplicadas a los miembros de la Conferencia Episcopal Tarraconense para enterarse de lo que pretenden hacer, y hacen, ellos y sus diocesanos catalanistas, en contra de ideas tan sagradas como la común unión entre unos y otros, por encima de siglas y de corrupciones familiares o partidistas?