SANTOS –Y MALIGNOS- PROTOCOLOS

Faltan curas -¡ y en qué proporción ¡- faltan también hermanas  de curas y de obispos. Estas -las hermanas- llegaron a tener tanta  o mayor vocación de servicio religioso  al pueblo, como los mismos curas en sus respectivos  cargos, ministerios u oficios. El problema acrecienta aún más la escasez de “servidores de Dios”, que se ven obligados a prescindir de las llamadas casas parroquiales, en unos casos, y en otros, hasta de los palacios episcopales en los que residían, -residen-  los obispos, con sus respectivas familias, al abrigo de  “dimes y diretes” frecuentemente maliciosos.

Ya casi en vísperas de decisiones “pontificias”  favorables al celibato opcional, pueden ser útiles y beneficiosas  sugerencias similares a estas:

¿Con quién o con quienes, vivirán –convivirán-   los curas célibes y quienes no quieran casarse, aún con libertad para ello? ¿Y qué harán los señores obispos? ¿Hay ya, o habrá, residencias sacerdotales  en las que también se alberguen los obispos,  sobre todo cuando a unos y a otros les llegue la hora  de jubilarse? ¿Qué jubilación les espera? ¿Cuántas dificultades habrán de superar al tener que descender de sus cátedras  “catedralicias”  y abandonar mitras y báculos, o hacer uso de ellos tan solo  en ciertos “festivales”, por litúrgicos que sean, o parezcan ser?

¿Existen ya, o existieron, comunidades de religiosas, uno de cuyos menesteres “vocacionales” sea precisamente la acogida de curas y obispos? ¿Qué experiencia se tiene acerca de las afiliadas a la “fraternidad  de las ausiliatrices del clero”, llamadas “tridentinas” en los ambientes eclesiásticos, cuyo concilio decretó que tales “sirvientas” –servidoras-  deberían superar los 40 años de edad, por razones fácilmente imaginables, procedentes la mayoría de ellas  de la isla de Cerdeña?. ¿Son muchos los curas y obispos quienes, aún con  estatus y privilegios vaticanistas, rechazarían, de por sí, estas soluciones  “por el qué dirán” de los feligreses y diocesanos?

Siendo rigurosamente bien pensantes, no resulta difícil creer que uno de los empeños que oficialmente aduce la Iglesia en defensa del celibato radica exactamente  en la preocupación que se le añadiría  a la administración y administradores de los bienes eclesiásticos, que habrían de concretarse no solamente en el sacerdote célibe por definición,  sino en su propia familia. Esta, por supuesto,  constituída también por  la esposa, los hijos, los nietos,  suegras y nueras  y demás miembros  de tan sagrada y sacramentalizada institución.

La historia, al igual que el Derecho Canónico y la administración general de la Iglesia  en la actualidad, y aún en los tiempos gloriosamente pasados,  abonan la idea de que  en la realidad y en la práctica, primaron  y priman  más las razones  de  buena, correcta y rentable  organización  de los bienes económicos, propia de empresas, que no otros argumentos  de procedencia espiritual, ascética, mística o pastoral…

La jubilación de los sacerdotes y obispos  constituye hoy por hoy,  un problema diocesano, con excepción de algún que otro caso de “ex eminentísimo purpurado”. Pasar de “activo” a “pasivo”, y tener que despojarse de privilegios  y honores, compartiendo  vida y estancia con los antes súbditos y “baculados”, no suele ser tarea que se sobrelleve  con la humildad y humildad requeridas…El “Sic transit gloria mundi” , con añoranzas  a ornamentos fastuosamente litúrgicos, y al “ordeno y mando” supremo, además en “en nombre de Dios”, demanda una profunda reeducación superior en la “clase eclesiástica”, que en el resto de las profesiones civiles en general…

De mis años mozos de la información religiosa  recuerdo que, con ocasión  de la celebración  de un Año Santo Compostelano,  entrevisté al  cardenal don Fernando Quiroga Palacios en su mansión palaciega . El el “salón del trono”, en el que me recibió,  me dí cuenta de la existencia de una palangana –palancana o jofaina –“vasija  de gran diámetro y poca profundidad  para lavarse la cara o las manos”-  cuya finalidad no era otra  que la de recoger el agua  producida a consecuencia de una gotera….

-Sí, me comentó el cardenal, esto es parte de las incomodidades que proporciona vivir en palacios… Pero es que el protocolo es el protocolo…

Pese a la persistente lluvia compostelana,  don Fernando, accedió a bajar a la calle  y se prestó a hacerse conmigo una foto, pasando los dos por la “Puerta del Perdón”, con el fin y convencimiento piadosos  de que también lo hacían los lectores del periódico, con el reconocimiento y bendiciones  del primer Presidente que tuvo  la Conferencia Episcopal Española…

Y es que “el protocolo, y más el “religioso”, es y será siempre, el protocolo”…

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