SOBRIEDAD Y MESURA EN LA LITURGIA

Moderación, sensatez y templanza, a la vez que cordura, gusto prudencia y buen sentido, podrían con mayor veracidad expresar la idea cuyo desglose inicio en relación con la liturgia de la Iglesia, que de vez en vez se hace noticia espectacular en acontecimientos como las beatificaciones- canonizaciones, sínodos -apertura y clausura- y relevos de cargos jerárquicos.

. La liturgia, bien administrada, aplicada y explicada, es –puede y debe ser- catequesis, evangelio, enseñanza, cátedra y programa de educación de la fe. Además de señalar, y ayudar a recorrer los caminos para rendirle a Dios el culto debido, una de las preocupaciones de los liturgistas será la de evitar la más leve tentación de que la meta de tal culto no sea en la realidad otra que la persona, o personalidad, que ejerce el intermediario. El culto al “ministro” de Dios - sacerdote, obispo o Papa- en la pluralidad de grados, “órdenes” y funciones, se presenta en la praxis litúrgica como actividad prioritaria.

. A los rituales, tal y como se siguen dictando e imponiendo en la actualidad, le sobran dosis notables de colorines, de reverencias, pompas, aparato, hieratismo y engreimiento, rúbricas y amaneramientos. Rebasan con amplitud y exhuberancia faustos y solemnidades. Y además, y sobre todo, paganismo.

. Lógicamente, le faltan sencillez, humildad y evangelio, a la vez que gestos y palabras inteligibles para el pueblo de Dios, y aún para los mismos celebrantes y concelebrantes, que se creen sus protagonistas.

. La liturgia, de modo especial en el cenit de sus expresiones más pontificales como las citadas, no contribuye positivamente en la tarea de la evangelización. No edifica la Iglesia. La desedifica y destruye. Apenas si en su realización y desarrollo es posible darle cabida a gestos y palabras que de alguna manera encarnen la imagen y el testimonio de Cristo Jesús, de quien exactamente se asevera que careció de vocación y estilo “litúrgicos” en el lenguaje evangélico.

. Robarle veracidad, simbolismo real, rectitud, facilidad de interpretación, inspiración, asequibilidad, claridad y transparencia al acto litúrgico, equivaldría a su desacralización, irreligiosidad e idolatría, o a la inmisericorde pérdida de tiempo, dedicado a la especulación, a la “función”, a la fiesta y a la representación social- religiosa (¿?)

. Aseguro que en la “toma de posesión”- coronación, entronización, del cambio-sustitución alternancia-, del obispo- arzobispo, por haberle llegado con creces a uno de ellos la edad de la jubilación, no se pronunciaron y efectuaron otras palabras y gestos que los rituales, sin otro sentido y contenido que el rubricado con los “Nihil obstat” canónicamente prescritos.

. Que un simple cambio, -canje o permuta- puramente burocrática o administrativa, reclame y justifique la presencia y boato de cardenales, obispos, clero secular y regular, autoridades civiles, representantes de otras religiones e Iglesias, devotos y devotas e ingentes proporciones de incienso, les resulta a muchos difícilmente comprensible, sobre todo a los jóvenes –ellos y ellas- desde perspectivas cabalmente religiosas, y menos a la sombra de episodios y vivencias veterotestamentarias.

. Cambios similares se efectúan en áreas político- administrativas y el ceremonial es incomparablemente más simple, inteligible y sencillo, es decir, más “religioso”. A la vez que cívico.

. La duda que a algunos pueda asaltarles de que esta liturgia ritual es la verdadera y única litúrgica, y por ello, radicalmente cristiana, no resiste un análisis teológico, y en menor proporción, con atuendos y espíritu “franciscanos”.

. El tratado teológico y práctico de la liturgia demanda revisión profunda. El ritmo
Lo impondrán o inspiraran las circunstancias, pero sin perder de vista que la liturgia – esta liturgia-, ni personal ni colectivamente es expresión única y veraz de vida cristiana. La Iglesia es mucho más que su presentación en cánones, y en capítulos – títulos ceremoniales. La vida y las vivencias, y más las “religiosas sacramentalizadas”, están ahítas –empachadas- de formalismos, vanidades, maneras y honores. A la liturgia cristiana le sobran liturgia y “liturgias” senescentes,, extrañas y periclitadas.

. Tamaños excesos se detectan de modo singular en cuanto se relaciona directamente con la Eucaristía, en la que tan enigmático, complicado y comprometido resulta descubrir la realidad de la comensalía que entraña, define y celebra este misterio. Misa solemne, liturgia, cena y común- unión –COMUNIÓN- es suprema verdad religiosa, necesitada de catequesis y evangelio.
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