Los migrantes, chivos expiatorios de crisis económicas y sociales Rezo por la Europa del Trumpismo

Jean-Claude Juncker y Donald Trump
Jean-Claude Juncker y Donald Trump

"El viento helado de la incertidumbre sopla sobre Europa. Con el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, las relaciones entre Estados Unidos y el viejo continente se han tensado como nunca"

"El Mediterráneo se ha convertido en un foso cada vez más difícil de cruzar. En los campos de refugiados de Europa, las condiciones empeoran sin el apoyo de una Unión Europea debilitada por sus propias fracturas internas"

"Los discursos de odio se normalizan en las plazas y parlamentos, mientras los migrantes, convertidos en chivos expiatorios de crisis económicas y sociales, ven sus oportunidades diluirse como arena entre los dedos"

"Y en medio, o al lado, la voz de un Papa, denunciando, en una carta que no tiene desperdicio, la deportación como un atentado contra la dignidad humana. Y enfatiza que la pobreza, la inseguridad y la persecución son causas legítimas de migración, desmitificando la idea de que los inmigrantes ilegales son inherentemente criminales"

"Así se dibuja el escenario donde dos visiones del mundo chocan con la fuerza de un huracán que azota los cimientos de la humanidad… Como si hubiera una lucha entre la misericordia y la rigidez legal, apelando a la emoción y a la ética quiero inclinar la balanza  -desde mi humilde visión-  hacia la postura del Papa Francisco. Por eso, y por lo que ahora sufre el Papa, rezo por él…y por Europa"

El viento helado de la incertidumbre sopla sobre Europa. Con el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, las relaciones entre Estados Unidos y el viejo continente se han tensado como nunca. El eco de su retórica dura resuena en los parlamentos europeos, avivando la llama de un cierto nacionalismo exacerbado y endureciendo aún más las políticas migratorias. Pero en medio de estos juegos de poder, hay miles de vidas atrapadas en el filo de una navaja: los migrantes.

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Trump ha dejado claro que su visión de la política exterior se basará en un pragmatismo implacable, sin concesiones ni diplomacia blanda. Su distanciamiento de Europa no solo significa una reconfiguración de las alianzas geopolíticas, sino también un refuerzo de las posturas antimigratorias en la región.

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El Mediterráneo, antaño una promesa de esperanza para quienes huyen de la guerra y la miseria, se ha convertido en un foso cada vez más difícil de cruzar. Las políticas de externalización de fronteras, apoyadas en acuerdos con países del norte de África, refuerzan la imagen de una Europa que ya no recibe, sino que rechaza.

En los campos de refugiados de Europa, las condiciones empeoran sin el apoyo de una Unión Europea debilitada por sus propias fracturas internas. Los discursos de odio se normalizan en las plazas y parlamentos, mientras los migrantes, convertidos en chivos expiatorios de crisis económicas y sociales, ven sus oportunidades diluirse como arena entre los dedos.

El enfrentamiento entre Washington y Bruselas también pone en jaque los programas de cooperación humanitaria. La falta de consenso y liderazgo debilita los mecanismos de respuesta, dejando a los más vulnerables a merced de un sistema que los considera una carga antes que personas con derechos.

Pero Europa no solo se repliega bajo el influjo de Trump. Dentro de sus propias fronteras, se desdibujan los principios humanitarios que una vez sustentaron su unidad. Los ministros del Interior de los 27 se han reunido recientemente en Varsovia en busca de respuestas, pero su única solución ha sido el blindaje: más controles en las fronteras interiores, más centros de deportación, más pactos con regímenes de dudosa ética.

"Europa parece secundar, a su manera, la estela de mano dura migratoria que ahora impone Trump en Estados Unidos"

La Unión Europea avanza, paso a paso, en el derribo de su propio legado: el derecho de asilo, nacido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, ahora languidece bajo el peso de la política del miedo. Parece abrirse un camino de endurecimiento, donde la prioridad no es el bienestar de quienes huyen, sino la construcción de muros invisibles que los condenan a la intemperie.

Europa parece secundar, a su manera, la estela de mano dura migratoria que ahora impone Trump en Estados Unidos y que habrá que ver hasta que punto vaya afectando a los migrantes de cualquier posibilidad de arraigo en Europa. Y así, en este tablero de poder, los desplazados se convierten en piezas descartables, sacrificadas en nombre de la seguridad y la política.

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El regreso de Trump no solo significa un nuevo enfrentamiento geopolítico; es también el síntoma de una Europa en crisis de identidad, que ni siquiera es capaz de defender a sus propios países -por ejemplo a Ucrania de la invasión Rusa-. Y donde la humanidad retrocede y el miedo traza las nuevas fronteras de un continente que, antaño, prometió ser refugio y ahora se erige como fortaleza.

Y en medio, o al lado, la voz de un Papa entrando de nuevo en la antesala de la enfermedad hospitalizada supone la firmeza de su permanente visión defensora de la dignidad de los migrantes como ha hecho en su reciente carta –defensora de los mismos- a los obispos de Estados Unidos. Como si desde un clínica hospitalaria por un lado –con un hombre mayor y enfermo- y por otro lado desde el despacho oval de la mayor potencia mundial con un hombre desafiante y poderoso, se diseñaran dos visiones del mundo: una basada en la compasión y los valores cristianos de acogida y protección del vulnerable, y otra que prioriza la seguridad nacional y el control migratorio estricto. “American first” donde se incluye Groenlandia, Panamá el Golfo de Mejico y….

El papa en su carta animando a los obispos estadounidenses y que no tiene desperdicio (https://www.vatican.va/content/francesco/es/letters/2025/documents/20250210-lettera-vescovi-usa.html ) establece  un tono dramático que trasciende la mera discusión política, sugiriendo una confrontación entre dos visiones morales del mundo. El Papa apela a la sensibilidad humanitaria en su carta, escrita en inglés y español, un detalle simbólico que refuerza su cercanía con los migrantes hispanohablantes. Su mensaje es directo y ético, denunciando la deportación como un atentado contra la dignidad humana. Y enfatiza que la pobreza, la inseguridad y la persecución son causas legítimas de migración, desmitificando la idea de que los inmigrantes ilegales son inherentemente criminales.

El uso de términos como “conciencia rectamente formada”, “dignidad infinita y trascendente” y la imagen de un “Dios encarnado, migrante y refugiado” refuerzan la dimensión moral y religiosa del argumento del Papa. Es un lenguaje teológico para recordar que, desde una perspectiva cristiana, Jesús mismo fue un desplazado, lo que convierte la acogida del migrante en una cuestión no solo política, sino también espiritual.

Así se dibuja el escenario donde dos visiones del mundo chocan con la fuerza de un huracán que azota los cimientos de la humanidad. De un lado, Donald Trump, el hombre de la torre dorada, el guardián de una nación replegada sobre sí misma, (donde Europa “solo”es bello museo) protegiendo con celo sus fronteras de aquellos que buscan refugio. Del otro, el Papa Francisco, el peregrino de la ternura, el pastor de los sin hogar, el que predica un Evangelio donde no hay extranjeros, sino hermanos.

Las primeras medidas del presidente estadounidense fueron observadas por Francisco desde la antesala de Clínica Gemelli. Su mirada es la de quien ha visto demasiado sufrimiento, demasiado exilio, demasiado abandono. Y no puede callar. Quizás los efectos de la “infección polimicrobiana”, nombre último que le dan a su enfermedad, lo consiga.

Pero pido, -como me pide la Iglesia que haga rezando por él- para que ni siquiera esta infección aborte los valores y la visión que nos deja.

Como si hubiera una lucha entre la misericordia y la rigidez legal, apelando a la emoción y a la ética quiero inclinar la balanza  -desde  mi humilde visión-  hacia la postura del Papa Francisco. Por eso, y por lo que ahora sufre el Papa, rezo por él…y por Europa.

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