La extrema pobreza en el mundo
El Banco Mundial ha sacado a primeros de octubre un estudio en el que aparece que 767 millones de personas viven en extrema pobreza pues cuentan diariamente para vivir con la escasa cifra 1,90 dólares diarios. Son magnitudes muy difíciles de medir pero la cantidad es tan pequeña que nos hace preguntarnos como se puede existir con tan escasos ingresos.
Hay razones para la esperanza porque entre 1993 y el 2013 la cifra ha descendido muchísimo pues 1000 millones de personas han abandonado esa miseria económica. Claro que dos países se llevan la palma por su buen hacer: India y China y si otras naciones hubieran seguido su camino hoy estaríamos mucho mejor.
Pero también hay razones para sentirnos avergonzados. Ese mismo informe calcula, que si los extremadamente pobres recibieran 60 centavos de dólar más al día, saldrían de esa situación extrema. Una suma que daría un total de 159 mil millones de dólares anuales que,si se calcula lo que un dólar vale en muchos países del Tercer Mundo, baja a 78 mil millones, una cifra astronómica para un particular pero mínima cuando se habla de la economía mundial porque es menos que el 0,1 del PIB del conjunto. Hay que tener en cuenta otros factores como el de la inflación, en un país que recibe sumas grandes de dinero que hace subir los precios o la dificultad de encontrar a esas personas que lo necesitan pues siempre hay intermediarios que se quedan con una parte… A pesar de todas estas trabas tenemos a mano terminar con esta lacra de las personas que se mueren de hambre, no tienen casa, ni educación, ni sanidad…
En paralelo hay otra realidad que demanda nuestra atención y se llama “la prosperidad compartida” y que supone cuidar del 40% de los pobres de cualquier país para que se puedan comparar con sus compañeros de hábitat. Con los recursos limitados ¿A quién le damos prioridad? Indudablemente al que no alcanza los mínimos pero ¿no se pueden intentar las dos cosas? A los gobiernos de cada nación les corresponde esta tarea y también a los ciudadanos de a pié pues tenemos tendencia a escurrir el bulto. No conocemos a los que viven fuera de nuestras fronteras pero podemos poner rostro y nombre a muchos que nos encontramos en las calles de nuestras ciudades.
Hay razones para la esperanza porque entre 1993 y el 2013 la cifra ha descendido muchísimo pues 1000 millones de personas han abandonado esa miseria económica. Claro que dos países se llevan la palma por su buen hacer: India y China y si otras naciones hubieran seguido su camino hoy estaríamos mucho mejor.
Pero también hay razones para sentirnos avergonzados. Ese mismo informe calcula, que si los extremadamente pobres recibieran 60 centavos de dólar más al día, saldrían de esa situación extrema. Una suma que daría un total de 159 mil millones de dólares anuales que,si se calcula lo que un dólar vale en muchos países del Tercer Mundo, baja a 78 mil millones, una cifra astronómica para un particular pero mínima cuando se habla de la economía mundial porque es menos que el 0,1 del PIB del conjunto. Hay que tener en cuenta otros factores como el de la inflación, en un país que recibe sumas grandes de dinero que hace subir los precios o la dificultad de encontrar a esas personas que lo necesitan pues siempre hay intermediarios que se quedan con una parte… A pesar de todas estas trabas tenemos a mano terminar con esta lacra de las personas que se mueren de hambre, no tienen casa, ni educación, ni sanidad…
En paralelo hay otra realidad que demanda nuestra atención y se llama “la prosperidad compartida” y que supone cuidar del 40% de los pobres de cualquier país para que se puedan comparar con sus compañeros de hábitat. Con los recursos limitados ¿A quién le damos prioridad? Indudablemente al que no alcanza los mínimos pero ¿no se pueden intentar las dos cosas? A los gobiernos de cada nación les corresponde esta tarea y también a los ciudadanos de a pié pues tenemos tendencia a escurrir el bulto. No conocemos a los que viven fuera de nuestras fronteras pero podemos poner rostro y nombre a muchos que nos encontramos en las calles de nuestras ciudades.