Corrupción, corrupción...
Lo que sigue no es un poema al uso. No se recrea en sutilezas ni en bellezas formales. Si se me permite la expresión, va directa y apasionadamente al bulto. Forma parte del libro "Cien oraciones para respirar", que publiqué en 1994. Lo asombroso, o lo normal, es que pueda sonar tan actual y tan vivo como el primer día.
LÍBRANOS, SEÑOR, DE LA CORRUPCIÓN
Líbranos, Señor, de la corrupción,
de la peste y del olor a podrido.
Líbranos de los fraudes y de las estafas,
de las contabilidades amañadas
y de las contabilidades desaparecidas.
Líbranos, Señor, de las comisiones
y de las comisiones de las comisiones.
Líbranos, Señor, del tráfico de influencias,
de los favoritismos y de los chanchullos.
Líbranos, Señor, de los ricos repentinos
y de las servilletas que llegan a mantel.
Líbranos, Señor, de los ricos de súbito más ricos
y del los pobres que estrenan mansión.
Líbranos, Señor, de la corrupción
y de la corrupción de la corrupción.
Líbranos, Señor, de los corruptos
y de los hermanos, los cuñados,
los primos de los corruptos.
Líbranos, Señor, de los ansiosos de poder,
de los ansiosos de dinero,
de los ansiosos de poder y de dinero.
Líbranos de los que se afilian al poder y al dinero
y de los que se sacan carnet
de lo que huela a poder o a dinero.
Líbranos, Señor, de los casos de corrupción conocidos
y de los innumerables casos de corrupción
que jamás serán descubiertos.
Líbranos de los listos,
de los trapisondistas respetables,
de los fundadores de empresas de viento
y de los que montan plataformas de producción sin producto.
Líbranos, Señor, de los que reciben cientos
y cientos de millones a cambio de qué...
Líbranos de la corrupción de los corruptos
y de los que no lo son porque no hallan el modo
ni les llega la corrupción ni la pelota a la mano.
Líbranos de los trapaceros
que se sentirían muy bien en la podre,
pero no tienen ocasión,
aunque se mueren de ganas,
y les huele ya la corrupción en el alma.
Líbranos de una tierra donde se desprecia
y se escupe al ratero,
pero se dobla el espinazo ante el rufián encumbrado
y se regala el título de don al que roba con clase.
Líbranos, Señor, de la corrupción.
Líbranos de esta peste, de esta fetidez insoportable.
No permitas, Señor, que cuando decimos “patria”
estemos oliendo a cadáver.
Amén.
("Cien oraciones para respirar",
Madrid, San Pablo, 1994, p. 160-61).