Demasiado seguidismo adolescente

La primera riqueza que tenemos los seres humanos es nuestra propia persona y nuestra libertad. Ahora bien, constituimos una especie que propende, y cómo, a lo gregario. Al cómodo y cálido calor lanar del rebaño. La vida en el grupo es necesaria, pero, a veces, a la vista de los comportamientos de la manada humana, uno se ve tentado a pensar que el animal racional es el más gregario de los animales.

El papa Francisco acaba de hablar del “progresismo adolescente”. “Somos progresistas, vamos con el progreso donde va toda la gente”. Y ha puesto “la fidelidad al Señor” por encima de cualquier seguidismo. Lo ha dicho en Santa Marta comentando un texto litúrgico del libro segundo de los Macabeos.

Todo está ya expresado y escrito en la larga tradición orante de los mejores creyentes. No se puede “negociar la propia identidad” por seguir la última orden o consigna, por atender a las campañas de los interesados líderes de turno. Hay demasiados dioses... Sólo el Único es de fiar.

Algo de eso quise expresar en la oración cuando glosé e hice mío el salmo bíblico.


PROTÉGEME, DIOS MÍO
(Salmo 16)


Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo a Señor: “Tú eres mi bien”.
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.


Fuera de ti me hielo en descampado,
me muero en soledad y frío de mí mismo
y me duele tu nombre.


Lejos de ti
tirito sin final y se me cae el alma
de muerte y abandono.


Protégeme, Señor,
que se me llena la ciudad de ídolos,
y van y vienen en su falso cielo
por mi calle y mi casa.


¿Daré mi corazón a las estatuas
a las que adoran turbas fervorosas?
¿Hincaré la rodilla
ante el tropel de dioses que me asedian?


¿Pronunciaré con devoción palabras
como “dinero”, “imagen”, “buena vida”,
“influencia”, “confort” y tantas otras
poderosas ficciones?


¿Podría respirar sin ti y sin mí,
vaciado de tu amor y enajenado?


Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Me hastían los señores de este mundo
que te remedan en sus vacuos gestos
de hinchada majestad
para usurparte tu sitial de dueño.


¿Prestaré adoración o servidumbre
a quienes tú creaste
pequeños como yo
y alzan desde la nada su corpulencia hueca
de mentidas estatuas?


Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti:
yo digo al Señor: “Tú eres mi bien”

y mi único Dios y dueño y Padre.


¡Cómo me alegro en ti, cómo retozan
de gozo mis entrañas!


Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.


Me ayudarás a sortear los ídolos
y a caminar derecho hasta tus brazos.


(De Salmos de ayer y hoy, Estella, Verbo Divino, 2008).
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