Después de las fiestas pasadas, en plana cuesta de enero, siempre en la cuesta de la vida, va
este poema breve. Una miniatura desde la fragilidad de quien se sabe mortal y herido, pero vivo en Dios, con Dios, en todo.
TÚ
¡Qué plenitud de ti, Señor del todo!
Llenos están los cielos y la tierra,
lleno mi corazón.
No hay nada, oh mi abrazo y presencia,
que tiemble ante el vacío.
Pues tú colmas el día
y llevas a tu pecho
los seres más humildes que creaste.
Camino por la calle, y es tu templo;
vuelvo a mi casa como a tu santuario.
Tú, la dicha de ser;
Tú, la venda; tú el beso
a mi herida mortal.
Tú, la salud, la vida.
Tú.
(Obra poética, p. 545).