La fe y el arte nos libran de la muerte. Los creyentes encendemos todas las luces para ver la Vida más allá de la vida. Amor y resurrección son las dos palabras salvadoras. El que amó hasta el extremo, “el jefe de la vida muerto, reina vivo”.
En el arte, esa actividad inclinada a la trascendencia, aspiramos a vivir, a ser sin límites. Nos acercamos al impulso inicial de quien lucha a vida por matar a la muerte.
El poeta, en el trance sagrado de escribir, va más allá de sí mismo y se finge casi inmortal, por más, ay, que la palabra sola nunca apreste las armas para la definitiva victoria.
ESCRIBE PARA NO MORIR
¿Por qué tiembla ese desconocido
que sin descanso en su refugio escribe?
Si es caricia o ataque en el teclado
lo dirán las heridas
con que rasga la piel de la pantalla.
En medio del combate levantó en las paredes
la trinchera de libros que lo cercan.
Para sentirse vivo, su ventana
abre al día y la noche.
¿Tendrá perdida esta batalla?
¿Quizá toda la guerra?
Ciego sobre el teclado, tartamudo,
escribe o ametralla como un hombre
que no quiere morir.
(Abril 2003).
(De "Escribe por tu herida",
Obra poética, p. 479).