Ha muerto Jesús Mª Hernández Basurko. A su Pasión de Aras acudían cada Viernes Santo unas tres mil personas
Tres mil personas en la Pasión de Aras
Fue un hombre de muy variados talentos. En Aras, un pueblecito que no alcanza los 200 habitantes, donde trabajó unos años como párroco, ponía en escena todos los Viernes Santos una pasión en la que participaban artistas locales y a la que llegaron a acudir más de 3.000 personas.
De Aras fue llamado a Pamplona para estudiar Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra y hacerse luego cargo de la dirección de La Verdad, el órgano de información diocesana, que dirigió de 1989 a 1992, cerca de cuatro años, con un excelente nivel periodístico. Al mismo tiempo trabajaba como formador y profesor del Seminario.
Monje todoterreno y escritor
Todo cambió cuando, avanzados los años 90, sus más cercanos supimos por él mismo que ingresaba como cisterciense en La Oliva. Allí se tomó muy en serio su vocación de monje. Nos impresionaba a quienes le visitábamos por su honda y aparentemente sencilla espiritualidad, siempre presente la serenidad y la sonrisa. Se le encomendaron en la abadía los oficios más diversos: reorganizador de la biblioteca, vicemaestro de novicios, encargado de la liturgia… Y seguramente el más duro y dificultoso: el de bodeguero. Tuvo que aprender aceleradamente enología y organización técnica y comercial de su bodega, que culminaba los trabajos de los monjes en las viñas del monasterio y era una de las principales fuentes de subsistencia de la casa. Jesús Mari -bromeábamos algunos de sus amigos- era “polivalente”, como el bachillerato de entonces. Podía realizar cualquier tarea que se propusiera y tenía una inclinación innata a decir que sí y aceptar cualquier oficio que los superiores le sugirieran.
Pero Dios le había reservado otros planes. Se le declaró un grave tumor cerebral del que fue operado repetidamente en la Clínica Universitaria de Pamplona y sometido luego a severas sesiones de quimioterapia. De su monasterio raíz pasó a vivir unos años en el de Santa María de Zenarruza ( Vizcaya), filial de La Oliva. Y más tarde, avanzada su enfermedad, se trasladó como capellán al monasterio canario de monjas cistercienses de La Santísima Trinidad de Breña alta (La Palma).
En sus años de monje ha publicado varios libros y trabajos de historia y espiritualidad relacionados con el monacato. Y en su etapa canaria aún le quedaba tiempo y un resto de energía para colaborar en la diócesis, entre otras tareas, como Consiliario del movimiento “Vida ascendente”. El abad Isaac Totorika, en el emotivo funeral que presidió en La Oliva, rodeado de su comunidad, de un grupo de curas diocesanos amigos, familiares de Jesús Mari y un buen número de fieles, recordó su “buena pluma” y leyó con emoción la última plegaria que Jesús Mari había publicado en la web de Zenarruza poco antes de su muerte.
Un hombre bueno. Un gran creyente
Recuerdo mi último encuentro con él en la clínica San Miguel de Pamplona, acompañado por un hermano de la orden, con las huellas del duro tratamiento en el rostro y una voz entre la debilidad y la dulzura, sonriendo y asegurando feliz que estaba en las manos de Dios.
En las últimas Navidades, casi temblando por temor a que pudiera haberse apagado su móvil y su vida, le llamé a Canarias. Confieso que tuve un sobresalto de alegría cuando oí su voz, aun más avanzada en dulzura y debilidad. La misma fe. La misma esperanza. La misma seguridad de la presencia y el amor de Dios.
En la página Web del Monasterio de Zenarruza, al alcance de visitantes, hay una entrada, Espiritualidad>Contemplación, donde puede verse y rezarse la larga serie de oraciones escritas por Jesús Mari, en las que deja la huella de una fe y una espiritualidad profundas.
Ha muerto un hombre bueno. Un gran creyente. Como tantos otros monjes, dedicados a orar por los demás, ha muerto en silencio. Probablemente, en pura técnica periodística su muerte apenas sería noticia. Pero seguro que es Buena Noticia.