Jueves Santo. Lavatorio: Levántate, Señor. ¿Qué haces aquí de rodillas?
Levántate, Señor. ¿Qué haces aquí de rodillas? Aparta esa jofaina y tira la toalla. No porque te rindas o te vuelvas atrás cobardemente, sino porque no va contigo tarea semejante… Levántate y siga en paz el amor y la pena de esta noche… Tiene razón tu discípulo Pedro. Sus palabras, al menos a nuestro parecer, están llenas de sentido común…
No es sólo que el Maestro y el Señor se abaje a limpiarnos la roña a esta ruda cuadrilla de discípulos, buenos en principio, sí, pero a menudo torpes y haraganes… No es sólo que nos quieras, que nos guíes, que emplees tu santa paciencia en enseñarnos, que te arrodilles ahora a nuestros pies… Es que lo llevas todo demasiado lejos. Es que toca ya todos los extremos este modo de pasar por alto tu categoría de Dios y desnudarte de tu rango… Es que, además de hacerte como uno de nosotros, vas y te haces carne de esclavo… Es que te pones a la altura de nuestros pies y no quieres ni hablar de ser servido, sino “de servir y dar la vida en rescate por todos”. Es que has inventado la manera de rebajarte hasta la muerte (¡y qué muerte!).
Sin darse cuenta, tu amigo Pedro está más en lo cierto de lo que parecía. Algo le dice que eso no casa con la razón humana…
Pero lo que tú nos das, más que un lavado de pies, es una dura lección… Una sabia, amorosa lección para el discípulo tozudo, que todavía no entiende, y para todos nosotros, que entendemos aún menos que él… “Os he dado ejemplo –dices ya de pie mientras te secas las manos- para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.
Lávanos, Señor. Lava a todos los que te miramos con amor y asombro, pues de ningún modo querríamos dejar de tener parte contigo. Lávanos los pies, las manos y la cabeza… Lávanos el alma y déjanos limpios como el día de nuestro bautismo. Lávanos y quedaremos como la misma nieve. Lávanos bien el cerebro para que entendamos que ser más es servir más, que estar más arriba es amar más y mejor, que ser rico es dar más y más generosamente, que vivir de verdad es entregar la vida por los otros (…). Ayúdanos a parecernos cada día más a ti que “habiendo amado a los tuyos, los amaste hasta el extremo”.
Amén.
(De “Cien oraciones de la familia”, Madrid, San Pablo, 1995).