Cuando a Mario Vargas LLosa...

Cuando a Mario Vargas Llosa le entregaron el premio Nobel de Literatura, entre otras cosas muy sustanciosas de su discurso, recordó al Hermano Justiniano, del Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia), con quien aprendió las primeras letras. Al oírlo, mi recuerdo se fue inmediatamente a sor Pilar, que me enseñó a leer a los tres años. Era un colegio muy parcamente subvencionado por el Municipio de mi pueblo (Arróniz, Navarra, en las últimas estribaciones de la falda suroeste de Montejurra). Nuestros padres pagaban por cada niño una cantidad irrisoria. El resto lo ponía la sobriedad de aquellas mujeres, Hijas de la Caridad y del buen sentido. La bendita sor Pilar, la de los más pequeños, por su edad, habrá muerto hace tiempo. Sor Consuelo, con la que aprendíamos después las tablas de multiplicar al compás de la "chasca", falleció hace muy poco con cerca de cien años. Sor Milagros me enseñó a ayudar a Misa en latín, Ad Deum qui laetificat iuventutem meam, al Dios que alegra mi juventud, y ahora mi vejez. Ella se fue al cielo con alas bastantes años antes.

Pero, volviendo a sor Pilar, que hacía el milagro de meter las letras en la molleras más tiernas, era una mujer tímida, de pocas palabras, pero de mucho empeño y voluntad en lo que emprendía con los alumnos. Que en mi memoria sea un personaje querido e imborrable lo entenderá quien lea este poema.


DE CUANDO SOR PILAR ENSEÑÓ A LEER AL POETA NIÑO


Allá, casi en el alba
de mi propia memoria
va y viene sor Pilar, su blanca toca abierta
presta a volar, hábito azul, rosario inmenso
colgado a su cintura,
ave maría purísima, niños, dos sonoras palmadas
Y allí empezaba el juego
goloso de las letras, aquel cruce
de teatro y festín,
que llenaba la grada de sabores,
lances y sobresaltos.


Su toca aleteaba
al entonar los nombres
de los cuatro elegidos, les ponía el babero,
su letra grande, clara, sobre el pecho,
a ver, niños, la b, fundidos en un grito,
la o, una pausa, y ahora las dos juntas, bo.
la b y la o otra vez y todos, bo,
vamos, las cuatro juntas, ¡bo-bo!,
de remate las risas, dos palmadas, atentos.
Tocaba el turno luego a cuatro niñas, sus baberos, sus letras,
m, a, ma, m, a, ma
todos juntos mamá, risa jolgorio.
Después juntaba niños, niñas y jugando ponía
palabras como rosa,
caballo, libro, fuego, padre, casa.
Cuando estaban cansados, niños, dos palmadas,
basta por hoy, todos a vuestros bancos.

La escuela era casi sólo
de jugar y jugar, sin medidas ni horario
cantar las oraciones a compás,
hacia atrás y adelante nuestros cuerpos,
a golpes de oleaje y cabeceo,
oh María sin pecado concebida,
casi sólo jugar, también reñir, hablar a voz en grito,
rogad por nosotros, rogad por nosotros
que recurrimos... a Vos.

Y a veces, como un premio
la fiesta de las letras, aquel juego
que empezó en los baberos
y que enseñaba todas
las letras de la Biblia o el Quijote...


Y aquella monja seria que a la usanza de tiempo
tiraba de la oreja a los “borricos”
va y me llama a su mesa. Yo tenía
poco más de tres años,
a ver, aquí el catón, empieza.
Y voy y leo, leo golpeando las sílabas
con toda la firmeza de mi cuerpo:
Mi ga-to se lla-ma Ca-re-to.
Es pe-que-ñi-to...
, y Sor Pilar de pronto cubre
con sus manos la página,
sonríe por los ojos, por la boca,
sorprendida, feliz, se ríe, grita,
pero Jesús, si ya saber leer,
y otra vez grita,
si ya sabes leer,
y repite, repìte,
si ya sabes leer...
Y va y me estampa un beso
igual, igual que un beso de mi madre.
Luego cerró aquel libro, hala, vete
a jugar, a reñir, a hablar a gritos,
a esperar el final, las dos palmadas, niños, manos juntas,
Os damos gracias, Señor,
porque nos habéis asistido con vuestras luces...

para ir a casa
y contarlo a mis padres,
a fin de que
las cosas
que hemos aprendido
nos sirvan
para nuestro bien
espiritual y corporal
,
como una historia más de aquella infancia
ignorante, dichosa,
arbolillo creciendo, cada día más alto,
sin sospechar entonces que aquel día
me había dado un estirón el alma,
y el saber, el sabor de aquellas letras
me hacían más feliz, y en adelante
más dueño de la vida.
(Barañáin, 30 de noviembre de 2011)
(De Apasionado adiós y otros poemas, Madrid, Vitruvio, 2013).
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