Mucha cruz y mucha muerte

Pronto, la Semana Santa. Tiempo recio de dolor y esperanza de una Iglesia que celebra la pasión y muerte de Cristo. El siguiente poema lo escribí el año 1976, en aquellos días inciertos y todavía tormentosos de los inicios de la transición política. El lector de alguna edad, o simplemente el lector avezado, podrá ver en él las trazas de una dictadura que aún no acababa de ocultar su cara más ominosa. Los tiempos han cambiado (nunca, nunca del todo...). Pero quedan rasgos más que reconocibles de la miseria moral y el sufrimiento de los pobres en muchos países del planeta. En ellos la libertad, la dignidad, la alimentación, la escuela -o su ausencia- siguen colgadas de la cruz. Jesús sigue “sufriendo” en la pobreza extrema, en la violencia infligida a los condenados y crucificados del mundo. Demasiada pasión y demasiada muerte sobre los hombros del Gran Crucificado.



VIVIENDA DE TIEMPO


“...Y acampó entre nosotros”
Jn 1, 14.


“Os doy mi palabra, cuando lo histeis a uno de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”
Mt 25, 40.


Porque tienes tu casa instalada en la historia
y habitas por los siglos tu vivienda de tiempo,
debes de estar rendido de jornada tan larga,
de tanto sobresalto, de miseria tan múltiple.


Llevas al mismo tiempo cadenas en las manos,
fardos de desventura sobre tu hombre domado,
palos en las costillas y un estupor de perro
con luto de callejas (ardiéndote en los ojos
un brillo dolorido de bombillas agónicas).


Igual que otro tiempo la hoguera del hereje,
el puntapié del amo que se iba a las cruzadas
o la hiel usurera –su insistencia amarilla-,
se ceba hoy en tu cuerpo de barro combustible
el resuello del niño desmayado en el tajo,
el hambre de la madre, la estupidez creciente
de quien trabaja sólo como la piedra es piedra,
la sumisión que tapa el volcán de la sangre
o ese susto que hiela el habla de los pobres.


Si levantas la voz, te la cercenan.
Si alzas los brazos, siegan los gañanes del orden.
En tus puños se aprieta cada día la cólera,
la sinrazón agrieta tus paredes profundas.
Pues te espían, te fichan, sin cesar te persiguen,
te delatan, te cazan, te llevan detenido.
Desde que rompe el día te desgarran los músculos,
te cocean, te escupen, te desnudan, te linchan,
te ponen electrodos en los nervios más finos,
te colocan cigarros debajo de las plantas,
te atiborran de drogas, te profanan el sexo,
sobresaltan tu sueño en el sótano oscuro.


Eres raza de esclavo, de perdido, de muerto,
de cachorro aplastado y de aurora maldita,
de crepúsculo herido, de tarde amoratada,
de triste nube humana llovida en la basura,
de alondra entre fusiles, de rosal torturado.


Se horadan tus oídos cuando silban las balas,
se vacían tus venas cuando corre la sangre,
se te arrasan los ojos cuando solloza un hombre,
se te rompe el aliento cuando agoniza un niño.


¿Cuándo descansarán esos hombros humanos
para dar una noche tus quebrantos al sueño?
¿Cuándo podrás sentarte, vivir en paz, tomarte
unos vasos de vino, charlar junto a tu puerta,
apurar un buen sábado la alegría sencilla?


Nunca, Jesús. Tú nunca serás libre de penas,
libre de prisas, sustos, de temblores y llantos.
Porque tienes tu casa instalada en la historia
y habitas por los siglos tu vivienda de tiempo.


(1976)


(De “Pie en la cima de sombra”,
Obra poética, p. 233-34).
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