Políticos en procesiones

En Semana Santa vamos a asistir una vez más a ese curioso fenómeno de algunos políticos en la calle, haciendo de sufridos costaleros, disfrazados y ocultos con mangas y capirote. ¿Ocultos? Sería una lección de humildad; para el ejercicio de esta virtud se idearon seguramente los disfraces de los penitentes. Pero a algunos los hemos visto exhibiéndose encantados sin caperuza. ¿Es que los políticos no deben acudir a las procesiones? ¿Por qué no? A condición de no digan jamás que la religión es un asunto privado y de conciencia. Y de que no se callen cuando lo proclaman los líderes de sus partidos. Mal deben de avenirse los asuntos de conciencia con la exhibición en la vía pública y a cara descubierta...


Quizá me digan que esto es otra cosa, que es una manifestación artística, un maravilloso encuentro popular. Que aquí se vive una emoción y una experiencia inexpresables. Que es un acontecimiento religioso, sí, nacido al calor de la fe y la Iglesia católica, pero que ha cobrado unas dimensiones y una autonomía que lo hace diferente... Se puede pasar uno la vida sin pisar un templo, se puede incluso ser ateo y deslomarse bajo el peso de un paso de Semana Santa. Peso y paso no fáciles de explicar, desde luego, sin un poso de fe. Se puede proclamar que la religión debe estar absolutamente apartada de la calle y de la vida pública, repetir que la Iglesia y sus fieles deben meterse en la sacristía... Se puede proclamar todo eso y venir aquí a flagelarse como esforzados y devotos penitentes. Esto será tan español como la paella o los toros, pero dudo que se entienda bien desde otras latitudes más cartesianas.

Las procesiones de Semana Santa distan mucho de ser el cien por cien de las manifestaciones religiosas de la Semana Mayor. Oyendo algunas informaciones parecería lo contrario. Pero hay un largo número de millones de españoles que la viven también en los templos, oyendo la Palabra de Dios, celebrando la Última Cena, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Muchos de ellos se doblarán entre estas celebraciones íntimas y los desfiles de la calle. Es de esperar que no sean los penitentes menos fervorosos ni los más tentados de vanidad.

Si bien se mira, esto de la exhibición pública de los políticos “devotos” no es exclusivo de la Semana Santa. Hemos conocido a algún preboste adicto a la cercanía del palio y de la custodia en las procesiones del Corpus. Ahí, sí, ya a cara descubierta. Hemos conocido igualmente a varios políticos, alguno de ellos más que controvertido por su trayectoria personal y pública, que aprovechaban cualquier ocasión, si no la forzaban, para declararse católicos y muy católicos. El pueblo puede ser inocente, pero no tanto como parecen presuponer determinados populismos... “Dime de qué alardeas y te diré de qué careces”, inventó ese mismo pueblo en su refranero.

¿Es que no nos gusta la fe en los políticos? Claro, ¿cómo no? Nos parece buena y saludable. Pero quienes viven expuestos permanentemente en el escaparate de la vida pública deberían ser muy cautos. Y algunos estarían quizá mejor alejados de los pasos de Semana Santa o del Santísimo en el Corpus. ¿Se sienten católicos? Que lo digan primero con su vida. Y si el mensaje de ésta es oscuro o borroso, mejor que se callen, que no aparezcan. Y, si no quieren renunciar, que se mezclen sabia, humildemente con el pueblo.
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