Reyes: ¿Juguetes sin fronteras?

Pan (alimentos y agua potable) sin fronteras. Médico y medicinas sin fronteras. Escuela y libros sin fronteras. De acuerdo. Son bienes básicos. ¿Juguetes sin fronteras? Bienvenido lo que nazca del impulso solidario. Todo mi respeto para sus autores. Pero a mí me cae algo raro. Soy ya viejo. Mi infancia se desarrolló en los primeros años de la posguerra. Pertenezco o a una generación que creció “sin juguetes” y no guardo ninguna amargura. Al revés, me viene el recuerdo de una infancia en la pobreza, pero feliz. No me faltó el pan (como a tantos niños de pueblo), ni la escuela, ni el médico. Ni el misterio y el calor de la parroquia. ¿Juguetes en Reyes? Alguna baratija y el amor de los padres. La oca y el parchís, la lotería, la baraja, la peonza... Cosillas de precio mínimo. Luego estaban los juguetes que nosotros mismos nos hacíamos. Éramos felices con los aros, rescatados de algún pequeño tonel desechado, las “cartetas” que nos reciclábamos de naipes viejos, los alfileres... Cada cosa tenía sus tiempos según corrían las estaciones y el año. Nos hacían felices los juguetes que nos fabricaba el padre, o nosotros mismos, con cuatro tablas viejas, un par de ejes y unas ruedas. Nos bastaba, sobre todo, la poderosísima fábrica infantil de los juegos y de los sueños. Nos montábamos, por ejemplo, en un apero de labranza y, remedando el zumbido de un motor, nos trasladábamos a las maravillas de la capital, quizá aún desconocida. Nosotros mismos nos apañábamos para hacer las pelotas con las que jugar al frontón en el atrio de la iglesia. Y quedaban -aparte de otros que sería largo enumerar- los juegos a calles y campo abiertos: la banda, el marro, tres navíos por el mar... En aquellos tiempos en que la aparición de un automóvil en el pueblo era un suceso extraordinario, disponíamos de unos espacios de juegos ilimitados...

Pero uno es ya viejo. Han cambiado mucho las cosas. Cualquiera ha visitado la casa de una familia trabajadora y, cuando le han abierto la puerta de la habitación de los niños, no ha podido entrar ni dar un paso. Se ha topado con un suelo repleto de juguetes. Juguetes de mil colores, algunos ostentosos, juguetes de pilas y motor. Juguetes, a menudo muy caros, desechados a los pocos días del estreno...

Quizá esta llamativa abundancia opera en el subconsciente de quienes, desde su buen corazón, emprenden las diversas campañas de “juguetes sin fronteras”.

Sin apenas juguetes, sin juguetes de valor económico, mis compañeros de infancia y yo mismo no conocíamos las fronteras de la imaginación y del juego.
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