Tere Iturralde: Murió una ciega que veía la luz

En la madrugada del Jueves Santo murió en Pamplona Tere Iturralde. No la busquen en las revistas del corazón. Ni en las de la cabeza... Había perdido la vista en la primera infancia. Pero veía muy lejos con la luz de la fe. Se educó en un colegio para ciegos y, entre otros aprendizajes, hizo importantes estudios de piano. Era una mujer de talento que, como tantos otros ciegos, asombraba por su memoria y ese cúmulo de habilidades que sustituyen a la vista. Fue hasta su muerte alma de una finísima espiritualidad. Yo la retraté hace 39 años en un poema que leí el lunes de Pascua en su funeral y reproduzco aquí.

TERE ITURRALDE

Leyendo el Evangelio en Braille, en su kiosco de Carlos III el Noble de Pamplona


Fijo el rostro de estatua
erigida en lo oscuro,
con tu mirada muerta
que regresa hacia dentro
y una leve propina
de luz sobre tu cara,
Tere Iturralde,
estás, vives, esperas,
colocas
colgaduras de tiempo en tu kiosco invisible,
cupones de paciencia
en la paz que conquistas,
marcas
un terco contrapunto
al furor y a la prisa.

Si sale el sol,
tú lo ves con la piel
de la cara y las manos.
Si se oculta, se pone más oscura
la noche de tus gafas.

Lees y esperas. Gruesos cartapacios
pasan bajo tus yemas con su luz taladrada.
Lees con avidez. Jesús llega a tus dedos.
Pasan bajo tus yemas
enfermos de milagro,
cojos, leprosos, ciegos
que gritan y estremecen
los cristales del kiosco.

Llega Jesús. Perdona. Cura.
Abre todo su amor bajo tu fino tacto.
En tu lectura tocas: gentes, barcas, trigales,
gerifaltes de envidia dando palos de ciego.

Llega Jesús. Se queda entre tus manos,
te sube por la piel como un suave camino,
te regala sus pasos y su voz encendida
y te instala mil lámparas de palabras eternas.

Ahora. Tere Iturralde, puedes lentamente
cerrar el libro y mirar por encima del mundo,
gustar y ver y acusar la presencia
de la luz verdadera
en el loco aleteo de tus hondos cristales.

Ahora puedes quizá
enrolarte en la vida de las gentes que pasan,
oír desde tu fiesta
cláxones cotidianos, irrintzis de victoria
y horadar bien la noche de cercanos semáforos.


Ahora puedes tal vez,
Tere Iturralde
(fijo el rostro de estatua
erigida en lo oscuro,
con la mirada muerta
que se vuelve hacia dentro).

(1976)
(Obra poética, p. 241).
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