Tras de un amoroso lance

Juan de la Cruz lo dijo para siempre. Poetas más modestos, sin que suene a desmesura, lo intentamos decir para la misma eternidad. Después de todo, lo eterno es atributo divino y a los humanos nos es dado, en un “amoroso lance”, volar hacia la Altura, tratar de dar “a la caza alcance”. El mundo, la vida, las gentes, las criaturas, los acontecimientos... Todo nos puede llevar a Él. Y afirmar en nosotros el incontenible deseo: “Descubre tu presencia, / y máteme tu vista y hermosura; / mira que la dolencia / de amor que no se cura / sino con la presencia y la figura”.

Y no podía más. Desde la necesidad, desde la nada, el poeta subió, voló sobre el amor y a punto estuvo “de tenerlo en sus ojos para siempre”.


Y NO PODÍA MÁS



Y no podía más.
Buscaba la belleza nunca vista,
mas Tú tienes los ojos invisibles,
poderosas e invisibles las manos,
y estremece mi corazón
la belleza que miras o que creas,
pues agotas en tu corazón y en tu rostro
la belleza visible y la invisible.


Y no podía más.
Y me dolía
como una dulce enfermedad
o como el arranque de una exaltación o de un vuelo
la hermosura visible de las cosas.
Y no podía más, y me abrazaba
como un enamorado al misterio de una noche serena.
Me bebía de un trago la armonía de un amanecer,
la perfección de un rostro humano,
el vuelo sin camino de mil pájaros.
Y me bebía con los ojos el mar
o el agua dulce y transparente en la concavidad de mis manos.


Y no podía más. Y no quería
más que rasgar las nubes
y sorprender al fin tu rostro,
y tenerte y mirarte
en la fascinación suprema que conduce
a la gloria o la muerte.


Y no podía más. Y alcé las manos
deseándote, amándote, invocándote,
y estuve a punto del amor total
y a punto
de tenerte en mis ojos para siempre.


(Obra poética, p. 527).
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