Soy latino, vascón y visigodo
Soy latino y vascón y visigodo y franco,
y no hay quien garantice que no corra en mis venas
sangre judía, mora, el ramalazo
de un aborigen bárbaro, la avaricia y la astucia
de un viejo mercader mediterráneo, ojalá que una gota
de la sabiduría de pueblos muy antiguos.
Humildemente
soy de todas las razas de la tierra.
Me gusta ver el mundo,
ir de acá para allá hablando o chapurreando
unas poquitas lenguas, que, seguro, mi sangre
las habla todos por corriente materna.
Más alzado
a lo humano me he visto
en Pekín y en Sanghai, Los Ángeles, Manhattam,
Budapest o Moscú,
en Londres, en París, en Zagreb, en Florencia,
volando libre, posponiendo, olvidando
diminutas querencias y por derecho yendo
a la primera condición de los iguales.
Todos los hombres llevan
su marca de un origen limitado. O ilimitado, si reparan
en el misterio del primer origen
y en la fragilidad abierta de unos brazos
en los que el Todo del deseo cabe.
Latinus sum, latine loqui possum.
Leí de joven a Virgilio, Horacio, Ovidio,
Cicerón, Séneca
y algún verso famoso de Catulo...
Ellenikós eimí. Homero,
Esquilo, Sófocles, Eurípides
en la noche de Atenas
conmovieron el fondo de mi sangre.
Hamlet, Otelo, Macbeth
me son tan familiares
como don Juan o Segismundo.
Montaigne, Moliere, el Dante, Goethe, etc., etc...
andan entre mis libros
como autor por su casa,
se tratan y avecinan
con Li (Tai) Po y otros poetas
de la dinastía Tang.
Tengo con África
una deuda difícil de saldar,
pero confesaré que encuentro como míos
los hijos de esas tierras
que llegan a mi casa o a mi calle.
Y bien, nere anai, txapela kendu,
dejamos el rincón
y vamos a cabeza descubierta
a ver la frente alzada de los hombres del mundo,
que todos los países, tan acercados, juntos,
son el suelo y cobijo deslumbrantes
de nuestra gran aldea.
(2012).