Se pregunta
de dónde el estremecimiento, de dónde
la celestial sacudida de la carne,
de dónde la desalada vibración de la piel le llega
si es un hijo del lleco, el trigal y el viñedo.
¿Por qué a él, no a todos,
le tocó el vértigo de la exaltación y escalar en el éxtasis?
¿Qué pudo traer al nacer en sus palmas
que sus hermanos de tierra no trajeran?
¿Con qué moneda pagar pudo
la riada crecida de regalos
que tan inmerecidamente le desborda?
¿Quién le amasó de música su cuerpo?
¿Quién le dio hasta el derroche la curiosidad y el don de lo imposible?
¿Quién
el dolor y el amor de la palabra?
Decid sin más que es un señalado de los dioses,
que lo tocó sin más el Único, el primero de todos,
la Palabra inicial donde toda palabra
desmaya de mudez
o se extiende en asombro repitiendo sus ecos.
Se ve tan levantado que revive
su pequeñez de criatura de la tierra.
Se ve señor pisando un cielo suyo.
Mas sabe bien que tanta altura
le enriquece de ajeno, y es por tanto
pobre y feliz, y que sus pies con alas
pisan aún del todo en este mundo.
(Río Arga, nº 123, 3er. Trimestre 2007).